Del estante más alto y peor accesible de
mi biblioteca rescato el primer libro de Antoni
Tàpies que recoge diversos textos del pintor. Se trata de la edición castellana de La pràctica de l’art.
Ed. Ariel, 1970. Esplugues de Llobregat (Barcelona), traducido por Joaquim
Sempere y con fina portada de Alberto Corazón.
El libro, de bolsillo [¡me costó entonces
50 pesetas!], se me deshoja en las manos al ojearlo de nuevo después de 40 años
sin volver a abrirlo [¡y MRRivero ('famoso en el mundo entero') se sigue quejando
en Babelia de la encuadernación
editorial hoy!]. No se reseña la imprenta gráfica responsable, que desde luego
no sería Montaner y Simón en el Carrer d’Aragó, cuya sede aún no era la de la
Fundación Tàpies [de la que enfrente existía, por lo menos hasta 1992, una
famosa pastelería donde me deleitaba con sus delicias de chocolate cuando
podía, esporádicamente, permitirme un lujo].
Como preveía, igual que todos los
volúmenes que poseo, tiene varios, no muchos, subrayados. Sírvanme algunos de
ellos para plantear un pequeño obituario a este artista que pintó mucho, quizás
demasiado.
Unas primeras palabras suyas gozan ahora
de un significado especial, que cada uno entienda como quiera:
“Si pinto como pinto es, en primer lugar, porque soy catalán.” I-rre-fu-ta-ble.
A su eterno informalismo [galicismo
(debido a Tapié) que en lugar de utilizar el prefijo latino culto in- con sentido privativo (como el
griego a-) y significar,
pretenciosamente, no-formalista (oxímoron, sí), ha tenido que acabar , usando la
otra acepción, significando en su devenir más propiamente intrínseco, interno, al formalismo, dentro del formalismo]
podemos aplicarle dos ungüentos de su propia medicina. Uno:
“Donde no haya verdadero impacto no hay arte. Cuando la forma
artística no es capaz de producir el desconcierto en el ánimo del espectador y
no le obliga a cambiar de manera de pensar, no es actual.”
Y otro, de mayor eficacia curativa:
“Una vez saturado el gusto de una época por un estilo determinado;
una vez gastados, por decirlo así, los mecanismos para emocionar; una vez
descubierta su trampa, se le hace imprescindible al artista hallar otras
formulas que hagan ‘eficaz’ su obra.”
Amén.