I
Las Novias de Benjamin
Alternando en época
canicular, la preparación y poda de los rosales a horas vespertinas con la
lectura reparadora nocturna, coincidió oportunamente la cura de pinchazos y
rasguños con un párrafo citado por Agamben en ‘La potencia del pensamiento’
[Anagrama 2008] relativo a W. Benjamin (carta a Scholem, 27/07/1929): “En San
Geminiano me he herido las manos con las espinas de un rosal del jardín de
George, que en muchos puntos tenía una floración extraordinariamente bella”.
A buscar rosas en
su jardín vamos a dedicar estas líneas.
George, era Stefan
George, al que Benjamin reseñará no elogiosamente en ocasiones, a pesar de su
antigua amistad y que poseía numerosos libros suyos en su biblioteca de Berlín,
y no el “querido Stefan” al que Benjamin dedica, como hijo suyo, su
autobiográfica ‘Crónica de Berlín’, [Paidós 1995], (reelaborada posteriormente
como ‘Infancia en Berlín’), escrita en 1932 en Ibiza donde Benjamin residió
temporalmente y donde, con una enorme capacidad creativa, escribió cuentos,
siete de los recogidos en 'Historias y relatos’ [Península 1997], otros ensayos
y, ya en 1933, un enigmático texto breve (además de su experiencia con Jean
Selz y el opio recogida en la curiosa ‘Notas sobre el crock’) que, analizado
también por Agamben en su libro, posee algunas claves del mundo femenino de
Benjamin que resultan de especial interés. Se trata de ‘Agesilaus Santander’.
Texto autobiográfico con referencias cabalísticas, donde trata de su lucha con
el ángel y de sus nombres secretos, escrito como regalo a una mujer que conoció
en la isla y por la que se sintió profundamente atraído.
●
Pero el mundo
femenino de Walter Benjamin, quién, no obstante, nunca dio espacio en sus
escritos a la voz de la mujer, no se circunscribe a un ámbito concreto.
Independientemente de Dora Sophie Kellner-Benjamin (luego Dora Pollock), con matrimonio y divorcio incluidos, madre de su hijo Stefan y a la que encomendó su educación y de Lisa Ekstein-Frittko, con la que coincidió en Portbou y que le condujo por el monte para intentar pasar la frontera española justo antes de su suicidio, sobre la que G. Steiner especula como último enamoramiento de Benjamin, sí son sus estancias en Ibiza las que nos proporcionan datos muy sugerentes en relación con sus mujeres, como puede deducirse de su correspondencia.
Allí, intentó que algunas buenas amigas lo visitaran, entre las que no consiguió está Gretel Karplus, tampoco Inge Buchholz, que conoció en 1930 y con la que pasó luego buenos ratos en Berlín, incluyendo la lectura en primicia de su cuento ibicenco ‘La cerca de cactus’.
En Ibiza coincidió en fiestas de la colonia extranjera con Gisèle Freund, fotógrafa berlinesa, amiga de Benjamin desde los tiempos de Paris (ver suplemento The NYT, El País, 29/01/2009) y que está citada en su ‘Libro de los pasajes’. También tuvo mucha relación tanto en 1932 como en 1933, con Guyet Selz, mujer de Jean Selz, que fueron sus anfitriones en multitud de ocasiones y con los que compartió hachís y opio. Pero son dos mujeres las que marcan de manera influyente, respectivamente, sus estancias en la isla.
Al final de la primera, Olga Parem, conocida por Benjamin en casa de F. Hessel en Berlín en 1928, la única de las amigas íntimas que aceptó visitarlo expresamente en Ibiza, rechazó vehementemente su proposición de matrimonio, lo que precipitó su depresión, su salida de la isla y su anuncio de suicidio.
Independientemente de Dora Sophie Kellner-Benjamin (luego Dora Pollock), con matrimonio y divorcio incluidos, madre de su hijo Stefan y a la que encomendó su educación y de Lisa Ekstein-Frittko, con la que coincidió en Portbou y que le condujo por el monte para intentar pasar la frontera española justo antes de su suicidio, sobre la que G. Steiner especula como último enamoramiento de Benjamin, sí son sus estancias en Ibiza las que nos proporcionan datos muy sugerentes en relación con sus mujeres, como puede deducirse de su correspondencia.
Allí, intentó que algunas buenas amigas lo visitaran, entre las que no consiguió está Gretel Karplus, tampoco Inge Buchholz, que conoció en 1930 y con la que pasó luego buenos ratos en Berlín, incluyendo la lectura en primicia de su cuento ibicenco ‘La cerca de cactus’.
En Ibiza coincidió en fiestas de la colonia extranjera con Gisèle Freund, fotógrafa berlinesa, amiga de Benjamin desde los tiempos de Paris (ver suplemento The NYT, El País, 29/01/2009) y que está citada en su ‘Libro de los pasajes’. También tuvo mucha relación tanto en 1932 como en 1933, con Guyet Selz, mujer de Jean Selz, que fueron sus anfitriones en multitud de ocasiones y con los que compartió hachís y opio. Pero son dos mujeres las que marcan de manera influyente, respectivamente, sus estancias en la isla.
Al final de la primera, Olga Parem, conocida por Benjamin en casa de F. Hessel en Berlín en 1928, la única de las amigas íntimas que aceptó visitarlo expresamente en Ibiza, rechazó vehementemente su proposición de matrimonio, lo que precipitó su depresión, su salida de la isla y su anuncio de suicidio.
Al final de su
segunda estancia, con Benjamin empobrecido y enfermo, apareció en la isla Anna
María Blaupot ten Cate, pintora holandesa que se estableció allí y de la que se
enamoró perdidamente y que le inspiró su ‘Agesilaus Santander’, pero cada vez
más retraído con sus conocidos y desesperado por su situación respecto a
Alemania, Benjamin abandona Ibiza para nunca más volver.
●
Es sin embargo la
lectura del testamento de Walter Benjamin, comunicado, como albacea, a su primo
Egon Wissing en julio de 1932 con el anuncio de su suicidio, no perpetrado
entonces, despechado por su amante y deprimido por su situación tras su primera
estancia en Ibiza, la que nos da las pistas más atinadas en nuestra pesquisa.
En efecto, el testamento contiene un apartado muy relacionado con ese mundo
femenino de Benjamin, aparte de lo relativo a la donación de su biblioteca, sus
documentos y obras de arte. Se trata de la descripción de regalos especiales
que lega a diferentes mujeres por las que ha sentido y siente atracción.
Éstas son cinco, dos amores declarados, dos no declarados formalmente y una incógnita:
Éstas son cinco, dos amores declarados, dos no declarados formalmente y una incógnita:
Elisabeth
Hauptmann, escritora que colaboró con B. Brecht y con la mantuvo habitualmente
correspondencia y sobre la que manifestó mucha preocupación, a través de
terceros, hasta que ella pudo abandonar Alemania en época nazi.
Asja (ó Asia)
Lacis, militante comunista, amante que conoció en 1924 en Capri y siguió a
Moscú aún cuando ya vivía con otro, inspiradora de su obra (Para Asia Lacis,
que, como ingeniero, abrió en mi corazón esta calle de dirección única:
Einbahnstrasse. 1928) y que sufrió las purgas estalinistas.
Jula Radt-Cohn,
amante que conoció en Niza, es a una de las que anuncia por carta su no
consumado suicidio, le había dedicado ya alguno de sus textos y mantienen
correspondencia posteriormente al matrimonio de ella con Fritz Radt, cuya
hermana Grete fue a su vez la esposa del hermano de Jula, Alfred Cohn, buen
amigo de Benjamin (al que lega una alfombra).
Gert Wissing,
esposa de su primo, amaba su compañía, está muy presente, oníricamente, en las
experiencias terapéuticas de Benjamin con el hachís y le dona expresamente el
secreter de su estudio.
Gretel (Margarete)
Karplus (a la que llama Felizitas en sus cartas), filósofa, futura mujer de
Theodor Wiesengrud Adorno y muy buena amiga de Benjamin, que tuvo relación con
la Lacis y su hija. Le proporcionó en muchas ocasiones dinero y por mediación
suya se salvó la biblioteca berlinesa de Benjamin. Fue una confidente con la
que intercambia numerosa correspondencia en una relación muy especial y muy
personal (llega a considerar a Benjamin, frente a Adorno, como su niño
adoptado, “el niño que nunca había tenido”).
II
Walter
Benjamin en Ibiza
En el verano de
1932, uno de los personajes más destacados del mundo de la cultura en Europa
vivió en sa Punta des Molí. Se trataba de Walter Benjamin, filósofo, ensayista
y crítico alemán.
Benjamin vivió en
Ibiza [ver al respecto lo investigado por el poeta Vicente Valero] durante dos
períodos, el primero entre el 19 de abril y el 17 de julio de 1932 y el
segundo, entre el 11 de abril y el 26 de septiembre de 1933. En ambas estancias
en la isla, que lo marcaron profundamente incluso afectivamente, su producción
literaria fue prolífica y relevante.
El mundo antiguo y tradicional de la Ibiza de aquella época, la serenidad y belleza del paisaje y el medio natural, la casa payesa y su sobriedad, las costumbres y el carácter de la gente fascinaron a Benjamin, sentimiento que queda reflejado en diversas obras que escribió en Ibiza y sobre Ibiza.
El mundo antiguo y tradicional de la Ibiza de aquella época, la serenidad y belleza del paisaje y el medio natural, la casa payesa y su sobriedad, las costumbres y el carácter de la gente fascinaron a Benjamin, sentimiento que queda reflejado en diversas obras que escribió en Ibiza y sobre Ibiza.
En sus escritos se
hace patente una especial sensibilidad e interés por la cultura popular y por
la transmisión oral del conocimiento. Así mismo, refleja su temor a los
inminentes cambios provocados por el incipiente turismo y la especulación del
suelo, en relación con la transformación del paisaje y de la sociedad.
Benjamin encontró
en Ibiza un mundo que lo impresionó, por la presencia viva de lo arcaico y por
la conjugación de modernidad y primitivismo, hechos que en cierta manera le
hicieron idealizar el mundo rural ibicenco.
Los pasos ibicencos
de Benjamin son al fin y al cabo una metáfora. Se reúnen en sus viajes no sólo
las circunstancias vitales sino también un análisis de su pensamiento que nos
permite, desde aquí, repensar toda su obra. Para un hombre en crisis
permanente, la época se sitúa entre su divorcio y la llegada del nazismo al
poder, Ibiza, con su naturaleza magnética y misteriosa, es una tregua y una
sospecha del destino que le esperará más tarde.
Durante su primera estancia en la isla, alquiló una pequeña casa en sa Punta des Molí. Esta casa situada al lado del molino y de la casa del propietario de la finca fue demolida en los años ochenta. La vivienda de Benjamin fue más conocida como ‘Can Frasquito’, el apodo de su propietario, con el cual Benjamin iba con frecuencia a pescar en barca y mantenía una buena relación. Entre las obras que escribió en Sant Antoni en 1932, destacan ‘Crónica de Berlín’ [Berliner Chronik], además de otros pequeños textos, entre ellos el cuento ‘La cerca de cactus’.
Durante su primera estancia en la isla, alquiló una pequeña casa en sa Punta des Molí. Esta casa situada al lado del molino y de la casa del propietario de la finca fue demolida en los años ochenta. La vivienda de Benjamin fue más conocida como ‘Can Frasquito’, el apodo de su propietario, con el cual Benjamin iba con frecuencia a pescar en barca y mantenía una buena relación. Entre las obras que escribió en Sant Antoni en 1932, destacan ‘Crónica de Berlín’ [Berliner Chronik], además de otros pequeños textos, entre ellos el cuento ‘La cerca de cactus’.
En julio regresa a
Niza. Considera la posibilidad de poner fin a sus días y redacta su primer
testamento.
En abril de 1933 Benjamin regresó a Ibiza como exiliado, huyendo de Alemania. Durante los primeros meses de este segundo período vivió en una casa muy cercana al faro de Coves Blanques y más adelante alquiló una habitación en el otro lado de la bahía, cerca de sa Punta des Molí. Es en este segundo viaje cuando denuncia las transformaciones que el paisaje comenzaba a sufrir y los cambios sociales que se estaban produciendo.
Mantuvo contactos con Jean Selz y otros miembros de la colonia extranjera como Paul-René Gauguin, nieto del pintor, con el que también salió de pesca junto a un pescador de langostas, el cual participó en las Brigadas Internacionales y figura como trasunto en alguno de sus relatos o el pintor Raoul Hausmann, conocido de la mujer de Adorno, que vivía allí con su mujer Hadwig y su amante y modelo Vera Broïdo. Entre las obras escritas durante ese año se encuentra ‘Agesilaus Santander’, así como otros ensayos y proyectos de trabajos.
Finalmente, enfermo, a finales de septiembre dejó la isla y se instaló en Paris. Siete años más tarde, huyendo de Francia, al no poder atravesar la frontera con España, se suicidó en Portbou.
El Benjamin ibicenco es un rebelde fiel, cercado por las penurias económicas, por las angustias existenciales que encuentra en esta isla del Mediterráneo no sólo un precario descanso personal sino también la posibilidad de realizar una anatomía de la modernidad y una crítica a ésta. La arquitectura local o las narraciones orales (que tanto le influirían en su primer viaje), el paisaje oracular o ese microcosmos de la bahía de San Antonio, donde residió, se convierten en símbolos sobre los que meditar, una meditación sobre las relaciones entre lo viejo y lo nuevo, el primitivismo y la modernidad, o si se quiere entre lo divino y lo profano, que son centrales en su obra.
En abril de 1933 Benjamin regresó a Ibiza como exiliado, huyendo de Alemania. Durante los primeros meses de este segundo período vivió en una casa muy cercana al faro de Coves Blanques y más adelante alquiló una habitación en el otro lado de la bahía, cerca de sa Punta des Molí. Es en este segundo viaje cuando denuncia las transformaciones que el paisaje comenzaba a sufrir y los cambios sociales que se estaban produciendo.
Mantuvo contactos con Jean Selz y otros miembros de la colonia extranjera como Paul-René Gauguin, nieto del pintor, con el que también salió de pesca junto a un pescador de langostas, el cual participó en las Brigadas Internacionales y figura como trasunto en alguno de sus relatos o el pintor Raoul Hausmann, conocido de la mujer de Adorno, que vivía allí con su mujer Hadwig y su amante y modelo Vera Broïdo. Entre las obras escritas durante ese año se encuentra ‘Agesilaus Santander’, así como otros ensayos y proyectos de trabajos.
Finalmente, enfermo, a finales de septiembre dejó la isla y se instaló en Paris. Siete años más tarde, huyendo de Francia, al no poder atravesar la frontera con España, se suicidó en Portbou.
El Benjamin ibicenco es un rebelde fiel, cercado por las penurias económicas, por las angustias existenciales que encuentra en esta isla del Mediterráneo no sólo un precario descanso personal sino también la posibilidad de realizar una anatomía de la modernidad y una crítica a ésta. La arquitectura local o las narraciones orales (que tanto le influirían en su primer viaje), el paisaje oracular o ese microcosmos de la bahía de San Antonio, donde residió, se convierten en símbolos sobre los que meditar, una meditación sobre las relaciones entre lo viejo y lo nuevo, el primitivismo y la modernidad, o si se quiere entre lo divino y lo profano, que son centrales en su obra.
(by google)
III
‘La cerca de cactus’
‘La cerca de cactus’
Hacia finales de
la década de los 20, Walter Benjamin, y nos estamos refiriendo a un intelectual
del primer tercio del siglo XX, decidió consumir hachís con la supervisión de
un médico. Veraneaba, como la intelectualidad crítica, en Capri y en Ibiza y
hasta tal punto era, entonces, natural Ibiza que el escritor llegó a enfermar
de malaria. Pero hablemos de sus relatos (ver ‘HISTORIAS Y RELATOS’ [Ed.
Península, Barcelona 1997]), poco conocidos y publicados en una pequeña
edición. Son tres los asuntos que toca Walter Benjamin: la vida natural en la
Ibiza de los años treinta, donde veraneaba, los relatos de hombres de mar, el
juego y la experiencia con las drogas. He aquí uno representativo.
'LA
CERCA DE CACTUS'*
"El primer
forastero que vino a Ibiza era un tal Ire O’Brien. Se cumplirán ahora unos
veinte años y estaría entonces en la cuarentena. Había corrido mucho mundo
antes de buscar cobijo entre nosotros. En su juventud fue varios años granjero
en el África oriental. También había sido un gran cazador que, además, manejaba
muy bien el lazo; pero sobre todo era un tipo raro, como yo no había visto
otro. Se mantenía apartado de la gente cultivada, de los intelectuales, de los
magistrados, incluso con los nativos mantenía una actitud distante. Sin
embargo, su recuerdo perdura incluso hoy entre los pescadores, sobre todo por
su maestría en hacer nudos marineros. Por lo demás, su insociabilidad parecía
sólo una consecuencia de su manera de ser. Algunas experiencias negativas con
sus allegados habrían hecho el resto. Por aquel entonces lo único que pude
averiguar era que un amigo, al que había confiado toda su hacienda, desapareció
con ella. Se trataba de una colección de máscaras negras que había adquirido de
los mismos indígenas durante sus años africanos. Máscaras que, por lo demás,
daban mala suerte a todo el que se les acercaba. El amigo pereció en el
incendio de un barco y con él la colección.
O’Brien se había
asentado en una finca situada en las alturas que rodean la bahía, pero cuando
le asaltaba la idea de trabajar, su camino desembocaba en la mar, donde
practicaba la pesca (…)
O’Brien era, como ya he dicho, un tipo raro, y estoy convencido de que desde la manera de cazar lagartos o de cocinar, hasta el modo en que dormía o discurría, en nada se parecía a los demás (…) respecto a sus ideas, la opinión que tenía de lo que es razonable pude conocerla una tarde en que ambos estábamos en una barca prestos a recoger las redes lanzadas al amanecer. La captura había sido escasa. Terminábamos prácticamente de recoger las redes vacías cuando un trozo de malla se enredó en los arrecifes y, pese a que pusimos buen cuidado en recuperarla, se rompió (…) O’Brien alzó la vista. «Ya está arreglado», dijo tirando fuertemente de los nudos que había hecho, para probarlos (…) Cogió entonces un trozo de cuerda, sujetó uno de sus extremos y lo introdujo tres o cuatro veces en sí mismo hasta convertirlo en el eje de una espiral cuyas lazadas se hacían nudos dando un tirón (…) «Quien es capaz de hacer estos nudos en un santiamén ha alcanzado la perfección y puede echarse a dormir. Lo digo de veras, puede echarse a dormir, porque esto de los nudos es como el yoga, quizá el mejor de todos los sistemas de relajamiento. Se aprende practicando una y otra vez, primeramente en casa, no en la mar, en la tranquilidad del hogar, en los días lluviosos de invierno, y preferiblemente cuando uno tiene dificultades o está preocupado. No puede usted imaginarse cuántas veces he hallado de este modo respuestas a problemas que me atosigaban».
Finalmente, prometió enseñarme este arte y descubrirme todos los secretos de los nudos, desde el de cruz o de tejedor, hasta los de tope o el nudo de Hércules.
La cosa quedó en nada porque a partir de entonces se le vio cada vez menos en la mar (…) Pasaron varios meses hasta que de nuevo coincidimos a bordo de la barca. Esta vez la pesca fue mejor, y como al final picara en su anzuelo una trucha de mar, me invitó a cenar en su casa la noche siguiente. Terminada la cena, dijo O’Brien abriendo una puerta: «He aquí mi colección, de la que seguramente habrá oído hablar». En efecto, yo había oído hablar de su colección, pero sólo de la que en su día había perdido. Sin embargo, de las paredes de la vacía habitación colgaban veinte o treinta piezas (…)
O’Brien era, como ya he dicho, un tipo raro, y estoy convencido de que desde la manera de cazar lagartos o de cocinar, hasta el modo en que dormía o discurría, en nada se parecía a los demás (…) respecto a sus ideas, la opinión que tenía de lo que es razonable pude conocerla una tarde en que ambos estábamos en una barca prestos a recoger las redes lanzadas al amanecer. La captura había sido escasa. Terminábamos prácticamente de recoger las redes vacías cuando un trozo de malla se enredó en los arrecifes y, pese a que pusimos buen cuidado en recuperarla, se rompió (…) O’Brien alzó la vista. «Ya está arreglado», dijo tirando fuertemente de los nudos que había hecho, para probarlos (…) Cogió entonces un trozo de cuerda, sujetó uno de sus extremos y lo introdujo tres o cuatro veces en sí mismo hasta convertirlo en el eje de una espiral cuyas lazadas se hacían nudos dando un tirón (…) «Quien es capaz de hacer estos nudos en un santiamén ha alcanzado la perfección y puede echarse a dormir. Lo digo de veras, puede echarse a dormir, porque esto de los nudos es como el yoga, quizá el mejor de todos los sistemas de relajamiento. Se aprende practicando una y otra vez, primeramente en casa, no en la mar, en la tranquilidad del hogar, en los días lluviosos de invierno, y preferiblemente cuando uno tiene dificultades o está preocupado. No puede usted imaginarse cuántas veces he hallado de este modo respuestas a problemas que me atosigaban».
Finalmente, prometió enseñarme este arte y descubrirme todos los secretos de los nudos, desde el de cruz o de tejedor, hasta los de tope o el nudo de Hércules.
La cosa quedó en nada porque a partir de entonces se le vio cada vez menos en la mar (…) Pasaron varios meses hasta que de nuevo coincidimos a bordo de la barca. Esta vez la pesca fue mejor, y como al final picara en su anzuelo una trucha de mar, me invitó a cenar en su casa la noche siguiente. Terminada la cena, dijo O’Brien abriendo una puerta: «He aquí mi colección, de la que seguramente habrá oído hablar». En efecto, yo había oído hablar de su colección, pero sólo de la que en su día había perdido. Sin embargo, de las paredes de la vacía habitación colgaban veinte o treinta piezas (…)
O’Brien se había
quedado atrás. «Ésta de aquí -dijo de pronto a mis espaldas y como hablando
consigo mismo- es la primera que recuperé». Me volví y quedé frente a una
cabeza alargada, sin pelo, de ébano negrísimo, que parecía sonreírme (…) «Ésta
es la primera que recuperé y podría contarle cómo».
Me limité a
mirarle. Apoyó sus espaldas en la ventana y comenzó a explicarse.
-«Si mira hacia afuera, verá enfrente una cerca de cactus, la mayor de todos los contornos (…) Era una noche como ésta, pero con luz de luna. Luna llena. No sé si usted ha reparado en los efectos de la luna en estos lugares y en que su luz no parece proyectarse sobre el escenario de nuestra vida cotidiana, sino sobre un terreno que fuese algo así como su contrafigura o réplica. Había pasado la tarde enfrascado en mis cartas marinas (…) Después me fui a la cama. Habrá usted observado que tengo cortinas en las ventanas; en aquel tiempo aún no las tenía, y así la luna fue avanzando hacia la cama donde yo, desvelado, estaba enfrascado en mi juego preferido, es decir, trenzando nudos. Creo que ya le he hablado en alguna ocasión de esto. Sucede que hago mentalmente un nudo complicado, lo dejo inmediatamente a un lado y la emprendo con otro, también in mente. Entonces reaparece el primero, sólo que esta vez tengo que deshacerlo en lugar de anudarlo (…) Practico estos ejercicios, en los que verdaderamente he alcanzado notable destreza, siempre que me asaltan ideas a las que no encuentro solución, o cuando me duelen las articulaciones y no consigo dormir. En ambos casos persigo lo mismo: relajación.
-«Si mira hacia afuera, verá enfrente una cerca de cactus, la mayor de todos los contornos (…) Era una noche como ésta, pero con luz de luna. Luna llena. No sé si usted ha reparado en los efectos de la luna en estos lugares y en que su luz no parece proyectarse sobre el escenario de nuestra vida cotidiana, sino sobre un terreno que fuese algo así como su contrafigura o réplica. Había pasado la tarde enfrascado en mis cartas marinas (…) Después me fui a la cama. Habrá usted observado que tengo cortinas en las ventanas; en aquel tiempo aún no las tenía, y así la luna fue avanzando hacia la cama donde yo, desvelado, estaba enfrascado en mi juego preferido, es decir, trenzando nudos. Creo que ya le he hablado en alguna ocasión de esto. Sucede que hago mentalmente un nudo complicado, lo dejo inmediatamente a un lado y la emprendo con otro, también in mente. Entonces reaparece el primero, sólo que esta vez tengo que deshacerlo en lugar de anudarlo (…) Practico estos ejercicios, en los que verdaderamente he alcanzado notable destreza, siempre que me asaltan ideas a las que no encuentro solución, o cuando me duelen las articulaciones y no consigo dormir. En ambos casos persigo lo mismo: relajación.
Pero aquella vez en
nada me ayudó mi maestría, pues cuanto más me acercaba a la solución, más se
aproximaba el resplandor fascinante de la luna a mi cama. Acudí entonces a otro
remedio. Comencé a pasar revista a los dichos, adivinanzas, canciones y
refranes que poco a poco había ido aprendiendo en la isla, lo que por fortuna
me dio mejores resultados. Se aplacaron los calambres que sufría, mi mirada se
detuvo en la cerca de cactus y me vino a la memoria una antigua chanza. Buenas
tardes, Chumbas figas. Y es que el joven campesino, después de desear las
buenas tardes al higo chumbo, saca la navaja y le da un tajo, como suele
decirse, de arriba abajo.
Pero el tiempo de
los higos chumbos había pasado ya y la cerca estaba pelada, sus pencas
golpeaban en el vacío o colgaban arracimadas en inútil espera de la lluvia.
"No es una cerca, sino un corro de mirones" me vino de pronto a la
cabeza. Mientras tanto parecía haberse producido una transformación en la
cerca. Fue como si los que estaban fuera, en la claridad, rodeasen ya mi cama
mirándome fijamente (…) Mientras me esforzaba por dormir, de pronto comprendí
por qué las figuras del exterior me habían tenido en jaque. ¡Eran las máscaras
que avanzaban hacia mí! Al final me quedé adormecido. A la mañana siguiente me
sentía intranquilo. Busqué un cuchillo y me encerré durante ocho días con un
bloque de madera del que saqué esa máscara que está colgada ahí. Las restantes
salieron una tras otra sin que en ningún momento se borrase de mi pensamiento
la visión de la cerca de cactus. No pretendo afirmar que todas se parezcan a
las que antes tenía, pero juraría que ningún experto puede distinguirlas de las
que entonces ocuparon su lugar».
Esto fue lo que
contó O’Brien. Quedamos charlando un rato y después me marché. Pocas semanas
más tarde oí que O’Brien se había encerrado de nuevo con algún trabajo secreto
y no estaba visible para nadie. Jamás volví a verle, pues murió poco tiempo después.
Hacía largo tiempo que ya no pensaba en él, cuando un día, en París y en un comercio de objetos de arte de la rue La Boétie, descubrí para mi sorpresa tres máscaras negras en una vitrina. Me volví hacia el dueño y le dije:
Hacía largo tiempo que ya no pensaba en él, cuando un día, en París y en un comercio de objetos de arte de la rue La Boétie, descubrí para mi sorpresa tres máscaras negras en una vitrina. Me volví hacia el dueño y le dije:
-Permítame que le
felicite por esta adquisición de tan singular belleza.
-Veo con satisfacción -fue la respuesta- que sabe apreciar la calidad; que es usted un entendido. Las máscaras que admira con tanta razón son sólo una pequeña muestra de la gran colección cuya exposición estamos preparando precisamente ahora.
-Pues me permito pensar, señor mío, que estas máscaras serían motivo de inspiración importante para nuestros jóvenes artistas en su búsqueda de sensaciones nuevas.
-¡Así lo espero yo también! Si tanto le interesan puedo traerle de la oficina informes periciales de los mejores conocedores de La Haya y Londres; comprobará que se trata de piezas que tienen cientos de años, dos de ellas incluso miles, me atrevería a decir.
-Ciertamente me interesaría mucho leer esos informes, pero dígame ¿de quién procede esta colección?
-Constituye el legado de un tal Ire O’Brien. Seguramente nunca habrá oído su nombre, pues vivió y murió en las islas Baleares".
-Veo con satisfacción -fue la respuesta- que sabe apreciar la calidad; que es usted un entendido. Las máscaras que admira con tanta razón son sólo una pequeña muestra de la gran colección cuya exposición estamos preparando precisamente ahora.
-Pues me permito pensar, señor mío, que estas máscaras serían motivo de inspiración importante para nuestros jóvenes artistas en su búsqueda de sensaciones nuevas.
-¡Así lo espero yo también! Si tanto le interesan puedo traerle de la oficina informes periciales de los mejores conocedores de La Haya y Londres; comprobará que se trata de piezas que tienen cientos de años, dos de ellas incluso miles, me atrevería a decir.
-Ciertamente me interesaría mucho leer esos informes, pero dígame ¿de quién procede esta colección?
-Constituye el legado de un tal Ire O’Brien. Seguramente nunca habrá oído su nombre, pues vivió y murió en las islas Baleares".
(W.
Benjamin)
* Escrito en Ibiza en 1932, se lo leyó en Berlín a su amiga Inge Buchholz, fue enviado a Scholem en enero del 33 cuando fue publicado en el suplemento de ocio del V. Z., y habiéndose quedado sin copia Benjamin lo recuperó gracias a Gretel Karplus.
IV
Une experience de Benjamin
Une experience de Benjamin
“1932. Benjamin con Jean Selz en La Casita, San
Antonio, Ibiza. La primavera había sido maravillosa. Al final del verano
Benjamin pasa largas veladas con los Selz, franceses que ejercían de
antiestalinistas y a los que acababa de conocer. Relata sus sueños a J. Selz,
aficionado a coleccionarlos y comparte experiencias con hachís y con opio, con
el matrimonio cómplice. Benjamin impresiona a Selz con sus virtuosismos
verbales, con su estilo rabínico: sostiene, por ejemplo, que todas las
palabras, al margen del lenguaje al que pertenecen, se asemejan en su forma
escrita a las cosas que designan. La palabra «rojo» (rot en alemán) es una
mariposa ardiendo sobre cada sombra del color rojo. Benjamin ve en la
disposición de los leños en la chimenea la esencia de la narración novelesca.
En una fotografía
aparece recostado en una hamaca en el pórtico de La Casita, el mar a sus
espaldas. La cabeza compone un gesto extraño, ladeada hacia la izquierda, la
boca en contacto con los nudillos de la mano derecha. La fotografía recuerda
los cuadros pop de D. Hockney.
Obsesionado por el avance nazi en Europa, no sólo en Alemania, Benjamin deja la isla en otoño, pero retorna la primavera siguiente. Lee, entonces, a J. Selz fragmentos de su ‘Infancia en Berlín’ traduciéndoselos al francés. Sufre y hace sufrir a la hora de traducir sus textos, de eso se quejará Klossowski cuando intente la versión de ‘La obra de arte’.
“Pasábamos horas discutiendo -recuerda J. Selz- los más nimios detalles y palabras de sus textos, incluso las comas, y yo pasaba todavía más horas escribiéndolos y reescribiéndolos hasta que merecían su aprobación final”.
Obsesionado por el avance nazi en Europa, no sólo en Alemania, Benjamin deja la isla en otoño, pero retorna la primavera siguiente. Lee, entonces, a J. Selz fragmentos de su ‘Infancia en Berlín’ traduciéndoselos al francés. Sufre y hace sufrir a la hora de traducir sus textos, de eso se quejará Klossowski cuando intente la versión de ‘La obra de arte’.
“Pasábamos horas discutiendo -recuerda J. Selz- los más nimios detalles y palabras de sus textos, incluso las comas, y yo pasaba todavía más horas escribiéndolos y reescribiéndolos hasta que merecían su aprobación final”.
El verano de 1933,
a diferencia de la primavera, fue muy ajetreado y lleno de malos presagios.
Entre los refugiados políticos de Alemania aparecieron espías nazis,
delincuentes internacionales y muchos escritores y artistas: el surrealista
Andrea Gamboa, escandalizando a los ibicencos al exhibir a su bella amante
negra; el joven poeta catalán Luis Frances, el escultor M. Garnier y Pierre
Drieu La Rochelle. (La nómina es muchísimo más amplia: P.-R. Gauguin, R.
Hausmann, A. Camus, J. Prévert, Gisèle Freund, R. Alberti y Mª. Teresa León,
Esteban Vicente, etc.)
Todos ellos
pasaron, como Benjamin, por la nueva casa de los Selz encaramada en la parte
alta de la ciudad antigua, en la calle Conquista.
Una noche de ese
verano en un bar recién abierto en el puerto, con nombre de viento sureño, El
Migjorn, cuyo dueño fue Guy Selz, hermano de Jean, inaugurado el 5 de junio de
ese año y que era el lugar favorito de reunión de todos los extranjeros;
Benjamin, habitualmente un modelo de temperancia, (aunque ya había dejado
escrito, “… sin embargo me beberé una segunda copa de anís (si no es ron) en tu
honor. Este ron, dicho sea de paso, es el más refinado que puede probarse en
esta isla…” en una carta a Gretel Karplus), pidió un black cocktail. Lo bebió
con mucho aplomo, recalca Selz. Poco después, una mujer, de nacionalidad
polaca, se sentó a la mesa de ambos, invitándoles a probar el gin de la casa.
Selz confiesa que jamás había sido capaz de tragarse una gota de aquel brebaje
diabólico. La polaca pide dos copas y las vacía sin pestañear. Benjamin acepta
el reto y bebe otras dos copas seguidas.
Entonces Benjamin tenía cuarenta años. Pronto se levanta y sale del bar cabeceando, hasta que se desploma sobre la acera. Selz lo levanta con dificultad. Benjamin pretende, al parecer, volver caminando a su casa de San Antonio, a quince kilómetros. Selz le convence de que acepte su hospitalidad. En la penosa ascensión, que se prolonga toda la noche hasta el amanecer, con sueño incluido, Benjamin solicita una y otra vez de Selz que camine tres metros delante de él y, después, tres metros detrás de él. Eso es todo.
Al día siguiente una nota de disculpa. Y el fin de una amistad para siempre. Allí, en aquel lugar, se queda el perfume incierto de una flor ibicenca, dama de noche, y el oscuro rumor de los discos peruanos del poeta Gamboa”.
Entonces Benjamin tenía cuarenta años. Pronto se levanta y sale del bar cabeceando, hasta que se desploma sobre la acera. Selz lo levanta con dificultad. Benjamin pretende, al parecer, volver caminando a su casa de San Antonio, a quince kilómetros. Selz le convence de que acepte su hospitalidad. En la penosa ascensión, que se prolonga toda la noche hasta el amanecer, con sueño incluido, Benjamin solicita una y otra vez de Selz que camine tres metros delante de él y, después, tres metros detrás de él. Eso es todo.
Al día siguiente una nota de disculpa. Y el fin de una amistad para siempre. Allí, en aquel lugar, se queda el perfume incierto de una flor ibicenca, dama de noche, y el oscuro rumor de los discos peruanos del poeta Gamboa”.
[ver ‘Walter Benjamin à Ibiza’ J. Selz en Les
Lettres Nouvelles 1954. idem. ‘Benjamin in Ibiza’ J. Selz en On Walter Benjamin G. Smith (ed.) MIT Press, 1991. Pergeñado por Luis Castro Nogueira, ‘La risa del
espacio’. Ed. Tecnos 1997].
V
Ángeles y demonios
Ángeles y demonios
‘Walter Benjamin y
su ángel’ es el título de un estudio de 1972 en el que Gershom Scholem propone
una interpretación de la breve y enigmática prosa de Benjamin, «Agesilaus
Santander», escrita en Ibiza en 1933. En esa interpretación la figura del ángel
revela detrás de su luminosa apariencia los oscuros rasgos demoníacos de un
Angelus Satanas.
El objetivo de Giorgio Agamben en su “Walter Benjamin y lo demoníaco” [ver ‘La potencia del pensamiento’ Ed. Anagrama. Barcelona 2008] no es hacer una revisión estricta de la interpretación de Scholem. Se ha propuesto más bien, como dice, rectificar la interpretación del estudioso hierosolimitano, tratando de mantener abierto el texto benjaminiano para una diferente posibilidad de escucha.
El objetivo de Giorgio Agamben en su “Walter Benjamin y lo demoníaco” [ver ‘La potencia del pensamiento’ Ed. Anagrama. Barcelona 2008] no es hacer una revisión estricta de la interpretación de Scholem. Se ha propuesto más bien, como dice, rectificar la interpretación del estudioso hierosolimitano, tratando de mantener abierto el texto benjaminiano para una diferente posibilidad de escucha.
En el texto de
Benjamin, un paralelo judío es evocado por Scholem cuando conecta la figura del
ángel en «Agesilaus Santander» con el ángel de la historia en la novena tesis
benjaminiana posterior. La imagen del ‘Angelus Novus’ deviene para Benjamin la
tradicional imagen judía del ángel personal de todo ser humano, que representa
su yo secreto y cuyo nombre le permanece oculto. “El ángel personal de
Benjamin, que está entre el pasado y el futuro, en una nueva interpretación del
cuadro de Klee, ha devenido el ángel de la historia”, escribe Scholem.
La misma luz melancólica que el desciframiento satánico del nombre del ángel arroja sobre el ‘Agesilaus Santander’, cae sobre el ángel de la historia de las tesis. Según Scholem, éste “es en el fondo una figura melancólica que naufraga en la inmanencia de la historia”. Esta interpretación, escribe Agamben, contrasta con la afirmación, contenida en el mismo texto benjaminiano, que vincula en cambio la figura del ángel precisamente con la idea de felicidad. Leemos allí por tanto: “El ángel quiere la felicidad”.
La misma luz melancólica que el desciframiento satánico del nombre del ángel arroja sobre el ‘Agesilaus Santander’, cae sobre el ángel de la historia de las tesis. Según Scholem, éste “es en el fondo una figura melancólica que naufraga en la inmanencia de la historia”. Esta interpretación, escribe Agamben, contrasta con la afirmación, contenida en el mismo texto benjaminiano, que vincula en cambio la figura del ángel precisamente con la idea de felicidad. Leemos allí por tanto: “El ángel quiere la felicidad”.
Además, si el ángel
de Benjamin fuese “una figura melancólica, que naufraga en la inmanencia de la
historia”, ¿por qué se dice de él, en el «Agesilaus Santander», que “conduce
consigo un nuevo ser humano”?
Si la
identificación del ángel de «Agesilaus Santander», que quiere la felicidad, con
el ángel de la historia de la novena tesis fuese correcta, él, el ángel, no
puede ser la figura melancólico-luciferina de un naufragio sino, nos dice
Agamben, aquella más luminosa en la cual se cumple la relación del orden
profano con el mesiánico en la que Benjamin veía uno de los problemas
esenciales de la filosofía de la historia.
En el texto, Scholem
se detiene en realidad de manera rápida sobre el único rasgo que en Benjamin
podía autorizar en forma explícita su interpretación de la figura del ángel en
sentido satánico. Escribe: “el carácter satánico del ángel está subrayado con
la metáfora de las garras y las alas afiladas como navajas, que podría basarse
en la representación del cuadro de Klee. Ningún ángel, excepto Satanás, posee
garras y zarpas, como se revela, por ejemplo, en la difusa imagen de Satanás
cuyas manos con garras besan las brujas del Sabba” [jóvenes muchachas (‘Merry
Maidens’) que de acuerdo con la tradición fueron convertidas en piedra por sus
sacrílegas relaciones].
La primera
rectificación de Agamben a esta cuestión posee carácter iconológico. La
afirmación según la cual “ningún ángel, excepto Satanás, posee garras y
zarpas”, dice, no es exacta. No hay dudas respecto a que Satanás, según una
difundida tradición iconográfica, tiene, entre otras deformaciones, garras.
Pero esa figuración es la familiar a través de innumerables variaciones
iconográficas cristianas. Es con esta apariencia puramente diabólica como
Satanás comparece en las imágenes, a las que Scholem hace referencia, donde las
brujas del Sabba le besan las manos (o más habitualmente en otra zona del
cuerpo, más vergonzosa, como en el rito del oculum infame). Hay, sin embargo,
recuerda Agamben, una figura en el patrimonio iconográfico europeo, que reúne
al mismo tiempo caracteres puramente angélicos con el rasgo demoníaco de las
garras: pero esta figura no es Satanás sino Eros, Amor. En Plutarco, Amor es
representado como una figura angélica (a veces con rasgos femeninos) alada y
dotada de garras. En Platón, Eros se presenta incluso como el demonio por
excelencia, no un demonio en sentido judeocristiano sino un daímon en sentido
griego. Es por lo tanto a la esfera de Eros, concluye Agamben, donde debe
verosímilmente conducirnos la figuración benjaminiana del ángel con garras y
alas afiladas.
Que no se trata
para Benjamin de una figura satánica estaría probado, según Agamben, en su
ensayo sobre Kraus. Escribe allí Benjamin: “Tienen que haber mirado con Paul
Klee los pies con garras del ‘Angelus Novus’, este ángel predador, que
preferiría liberar a los hombres”. Las garras del ‘Angelus Novus’ no tienen
pues un sentido satánico, sino que caracterizan más bien el poder no
destructivo sino liberador del ángel. Con esto ha podido establecerse
correspondencia entre el ángel con garras del «Agesilaus Santander» y el ángel
liberador que, al final del ensayo sobre Kraus, celebra su victoria sobre el
demonio “en el punto en el cual origen y destrucción se encuentran”. Y con esto
también desaparecería la secreta identidad luciferina del ángel de «Agesilaus
Santander». Esto no significa que la interpretación de Scholem esté totalmente errada.
En realidad el
concepto demoníaco, apunta Agamben, se refiere a un estadio prehistórico de la
comunidad humana, que Benjamin probablemente había extraído de las tesis de
Bachofen sobre el momento ctónico-neptúnico y sobre aquella promiscuidad
etérica cuyo símbolo fue, para el estudioso de Basilea, el pantano.
Además Benjamin
introduce un rasgo peculiar, no catalogado por Scholem entre los elementos
judíos en el pensamiento de su amigo, que no puede provenir de otro lugar sino
de la demonología judía. Al llegar a ese punto escribe: “espíritu y sexo se
mueven con una solidaridad cuya ley es la ambigüedad”. La solidaridad de
espíritu y sexo es definida por una parte como chiste y, por otra como
onanismo: “En el chiste, el placer y en el onanismo, la ingeniosidad obtienen
justicia”. Si del demonio se dice que viene al mundo “como un híbrido de
espíritu y sexo” este rasgo del onanismo se contrapone al amor platónico como
identidad de cuerpo y lenguaje, placer y broma.
¿De dónde le viene
al demonio este atributo del onanismo, y en qué sentido Benjamin puede decir
que él viene al mundo como un híbrido de espíritu y sexo? Estos interrogantes,
nos dice Agamben, encuentran una respuesta clarificadora en la demonología
judía. “Según la tradición talmúdica los demonios son puros espíritus que,
habiendo sido creados por Dios el viernes por la tarde a la hora del
crepúsculo, ya no pudieron recibir un cuerpo, porque entretanto ya había
comenzado el sábado. Desde entonces los demonios tratan insistentemente de
procurarse un cuerpo y con este objetivo, se acercan a los hombres tratando de
inducirlos a prácticas sexuales en las que falta la pareja femenina, para poder
construirse así un cuerpo con el semen que cae en el vacío”. Ahí el demonio es
realmente un híbrido de puro espíritu y puro sexo, y se explica perfectamente
por qué se le suele remitir al onanismo. Esas ideas fueron desarrolladas con el
tiempo en el sentido de que “a la muerte de todo hombre, todos los hijos que de
este modo ha engendrado ilegítimamente con los demonios en el transcurso de su
vida, comparecen después de su muerte para participar en el lamento fúnebre”.
Por eso también el
demonio tiene que ser, al final, superado. El que lo conducirá a la tumba no
será un hombre nuevo, sino un ser inhumano: un nuevo ángel. “Ni la pureza ni el
sacrificio han sometido al demonio, sino allí donde el origen y la destrucción
se encuentran, allá está el fin de su dominio”, escribe Benjamin. El ángel
nuevo es una figura destructora, lo cual tiene que ver con las garras que lleva
en el «Agesilaus Santander»; y sin embargo, no es una figura demoníaca sino el
mensajero de un humanismo más real, interpreta Scholem. El hilo conductor de la
lectura que Scholem hace del texto benjaminiano es el desciframiento del
«nombre secreto» ‘Agesilaus Santander’ como un anagrama de ‘der Angelus
Satanas’. Esta hipótesis ingeniosa procede de un estudioso que tiene una
incomparable experiencia en la tradición cabalística. Y como toda conjetura
hermenéutica de este tipo, nos dice Agamben, tiene carácter adivinatorio y no
puede ser en sí verificada sin entrar en contraste con el pensamiento del
autor.
La decriptación
anagramática del nombre satánico detrás del aparentemente anodino ‘Agesilaus
Santander’, proyecta su sombra inquietante, como estamos viendo, sobre la
imagen del ángel.
Incluso antes del
desciframiento del nombre secreto, se da por descontada por Scholem la
presencia de un elemento luciferino en la meditación de Benjamin sobre el
cuadro de Klee. Y se indica además la procedencia no judía de ese elemento: “En
la meditación de Benjamin sobre el cuadro de Klee, el elemento luciferino no
provenía, sin embargo, directamente de la tradición judía sino de la larga
frecuentación de Baudelaire, que lo fascinó durante muchos años”.
En el momento en que Scholem enuncia su hipótesis anagramática, todo el texto ya había sido inmerso por él en una luz demoníaca, aclara Agamben. La lectura en sentido luciferino del «Agesilaus Santander» es anticipada por Scholem sin que esté aún sostenida por una referencia precisa, ya que en los textos que Scholem cita, el adjetivo ‘satánico’ no está de ningún modo unido a la figura del ángel.
En el momento en que Scholem enuncia su hipótesis anagramática, todo el texto ya había sido inmerso por él en una luz demoníaca, aclara Agamben. La lectura en sentido luciferino del «Agesilaus Santander» es anticipada por Scholem sin que esté aún sostenida por una referencia precisa, ya que en los textos que Scholem cita, el adjetivo ‘satánico’ no está de ningún modo unido a la figura del ángel.
Cuando Benjamin
escribe que el ángel, y Agamben nos insiste en que Benjamin habla sólo y
siempre de ángel, “ha enviado detrás de su figura masculina en el cuadro a su
figura femenina para la diversión más larga y más fatal, aunque, incluso sin
conocerse, las dos hayan estado un tiempo íntimamente cerca”, esto es
interpretado por Schlolem, según Agamben, en el sentido de que “el ángel, en sí
auténtico Satanás, quería destruir a Benjamin a través de su figura femenina”.
Ello sin que tenga
en cuenta Scholem el hecho de que esta asociación de elemento femenino y
elemento satánico no se desprende en ningún modo del texto. Y que además esa
interpretación puede sugerir que inconscientemente Benjamin vislumbraba un
elemento satánico en la mujer, y Agamben precisa que, según la propuesta de
Scholem, se concretaría en las dos figuras femeninas que él más tiernamente
amaba, Asja Lacis y Jula Radt-Cohn.
En esa perspectiva precisamente, la interpretación no resulta satisfactoria cuando Benjamin habla de una figura femenina del ángel, junto a la figura masculina del cuadro. Con respecto a estas dos figuras del ángel, que en un tiempo estuvieron unidas íntimamente, la interpretación de Scholem no ofrece una aclaración sustancial. Que la figura femenina esté ligada a un elemento satánico, escribe Agamben, desde el punto de vista biográfico es sólo poco creíble, pero sobre todo no explica la doble figura del ángel. Porque en la tradición judía, sería Lilit, es decir una figura bien distinta de Satanás, la figuración femenina por excelencia de la ‘otra parte’.
Sin embargo precisamente aquí la tradición de la mística judía habría podido proveer un paralelo extremadamente interesante. Y es, según Agamben, la representación en dicha mística de la Shejiná como momento femenino de la divinidad. La Shejiná es identificada con el ángel salvador del Génesis y caracterizada como un compuesto masculino y femenino. La figura femenina del ángel de «Agesilaus Santander», no sólo no parece, desde esta perspectiva, una aparición satánica sino que podría ser vista como una figura de la Shejiná en su aspecto que juzga, mientras que la figura masculina sería la otra cara del mismo ángel salvador, aquella que bendice, opina Agamben. Y Benjamin, es bendecido.
En esa perspectiva precisamente, la interpretación no resulta satisfactoria cuando Benjamin habla de una figura femenina del ángel, junto a la figura masculina del cuadro. Con respecto a estas dos figuras del ángel, que en un tiempo estuvieron unidas íntimamente, la interpretación de Scholem no ofrece una aclaración sustancial. Que la figura femenina esté ligada a un elemento satánico, escribe Agamben, desde el punto de vista biográfico es sólo poco creíble, pero sobre todo no explica la doble figura del ángel. Porque en la tradición judía, sería Lilit, es decir una figura bien distinta de Satanás, la figuración femenina por excelencia de la ‘otra parte’.
Sin embargo precisamente aquí la tradición de la mística judía habría podido proveer un paralelo extremadamente interesante. Y es, según Agamben, la representación en dicha mística de la Shejiná como momento femenino de la divinidad. La Shejiná es identificada con el ángel salvador del Génesis y caracterizada como un compuesto masculino y femenino. La figura femenina del ángel de «Agesilaus Santander», no sólo no parece, desde esta perspectiva, una aparición satánica sino que podría ser vista como una figura de la Shejiná en su aspecto que juzga, mientras que la figura masculina sería la otra cara del mismo ángel salvador, aquella que bendice, opina Agamben. Y Benjamin, es bendecido.
http://de.wikipedia.org/wiki/Walter_Benjamin
Para finalizar, que
la figura femenino-demoníaca se identificase por Scholem sobre todo con Jula
Cohn, y que, como escribe Agamben, ello habría sido ciertamente posible
biográficamente, (a pesar de que entre paréntesis susurre: “si bien en estos
años el hallazgo de una carta de Benjamin ha mostrado que se refería a una
mujer que había conocido en Ibiza”), no deja a ambos en buen lugar respecto a
la realidad histórica. Efectivamente. Benjamin había conocido en Ibiza, al
final de su segunda estancia en 1933, a Anna Maria Blaupot ten Cate, pintora
holandesa que se estableció allí y de la que se enamoró y que le sirvió de
inspiración para este no tan enigmático «Agesilaus Santander», que se lo dedicó
como regalo.
El propio Benjamin, en carta a Scholem a primeros de septiembre de ese año, le escribe sobre ella como su equivalente femenino (‘Angela Nova)’, y le pide a su amigo que le reenvíe el poema suyo, de Scholem, sobre el cuadro de Klee, que Benjamin quería leerle a Annemarie, para que fuese valorado como merecía por “el único sujeto al que pretendo introducir en ese dominio tan pequeño que es la angelología”, le dice expresamente. Por ello, no es precisamente Scholem el que no podría haber hecho una interpretación, en ese punto, más certera de los nombres secretos de Benjamin, no ya su Detlef Holz seudónimo sino su Benedix Schönflies heterónimo, y de su lucha con el ángel, que constituyen la clave del breve texto que ha ocupado largamente nuestro tiempo.
El propio Benjamin, en carta a Scholem a primeros de septiembre de ese año, le escribe sobre ella como su equivalente femenino (‘Angela Nova)’, y le pide a su amigo que le reenvíe el poema suyo, de Scholem, sobre el cuadro de Klee, que Benjamin quería leerle a Annemarie, para que fuese valorado como merecía por “el único sujeto al que pretendo introducir en ese dominio tan pequeño que es la angelología”, le dice expresamente. Por ello, no es precisamente Scholem el que no podría haber hecho una interpretación, en ese punto, más certera de los nombres secretos de Benjamin, no ya su Detlef Holz seudónimo sino su Benedix Schönflies heterónimo, y de su lucha con el ángel, que constituyen la clave del breve texto que ha ocupado largamente nuestro tiempo.
"Lo íntimo.
Juegan como las
olas entre sí
putas y
sibilas/miles de veces"
(W. B. carta a A.M.B. )
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