martes, 21 de abril de 2020

El mes más cruel.

“La vida es siempre cruel con todo el mundo… si dios existiera no podría ser tan cruel como para conceder la vida eterna a los hombres…”
 Sándor Márai. La mujer ajustada. Ed. Salamandra. Barcelona, 2005.


Probablemente no haya pensamiento sólido más que en el registro de la desesperación, una disposición refractaria a todo lo que se asemeje a la esperanza.
Toda filosofía es una teoría de lo real, es decir el resultado de fijar la mirada en las cosas: mirada creativa e interpretativa que pretende dar cuenta de un objeto, como eco y testimonio y como evaluación. Por eso, la mirada filosófica es necesariamente interpretativa, acercando lo mental a lo mensurable, el hecho de pensar al hecho de medir. Y también siempre creativa, las imágenes que propone son recomposiciones que difieren del original.
Una filosofía consiste, primero y ante todo, en una obra, una creación. Originalidad, invención, imaginación, arte de la composición, etc. son patrimonio de todo gran texto filosófico. Lo que constituye la especificidad de la filosofía es la realidad en general, concebida en la totalidad de sus dimensiones espacio-temporales. Una mirada hacia toda clase de cosas, incluidas las que se sitúan fuera del alcance de su percepción. No consiste en ser más ‘teórica’ o ‘abstracta’ que otra sino en ser más general: en ser una teoría de la realidad no particularizada, sino integral.
La mayor parte de las filosofías no  han podido alcanzar su objetivo, proponer una teoría general de lo real. Como si la realidad no pudiera ser aprehendida en su conjunto. Nos lo aquilata Peter Sloterdijk, en Los latidos del mundo: “Lo que es interesante es la realidad de la realidad. Sabemos que no hay realidad, sino interpretación de la realidad. Es soberano quien define el principio de realidad. La soberanía es la capacidad de hacer valer una hermenéutica de lo real.”
Y frente a los filósofos que menosprecian la intención de filosofar a partir de la sola realidad, Vacher ironiza que la principal función de la filosofía sería la de “acreditar tonterías desacreditando evidencias”.

Por otra parte, es propio de la filosofía común el hecho de juzgar que las cosas son verdaderas en su detalle, pero dudosas en su conjunto. Si es imposible dudar de una cosa cualquiera en particular, es posible en cambio dudar de todo en general.
La reticencia de la filosofía a tomar en consideración la sola realidad proviene de la idea de que la realidad jamás revelará las claves de su propia comprensión, por no contener en ella misma las reglas de descodificación que permitirían descifrar su naturaleza y su sentido. Nada hay en lo real que pueda contribuir a su propia inteligibilidad: hay que buscar fuera de lo real el secreto de esa misma realidad.
La desavenencia filosófica con lo real, señala Rosset*, no tiene su origen en el hecho de que la realidad sea inexplicable, sino más bien en el hecho de que sea cruel y constituya un riesgo permanente de angustia. Como escribió E. Sábato en Absalón el exterminador: “Una teoría debe ser despiadada y se vuelve contra su creador si el creador no se trata a sí mismo con crueldad”.
Crueldad, entonces, como la naturaleza intrínsecamente dolorosa y trágica de la realidad. Pero también como el carácter único, irremediable e inapelable de esa realidad. 
La realidad es cruel [crudelis de cruor: ‘carne despellejada y sangrienta’. Nota: también originaría el término ‘crudo’] en cuanto, a fin de considerarla sólo en sí misma, se la despoja de todo lo que no es.
Realitas crudelis sed realitas. Y esa crueldad de la realidad es doble: por una parte, consiste en ser cruel, y por otra, en ser real.


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* vide Rosset, Clément.- El principio de crueldad. Ed. Pre-Textos. Valencia, 1994.