“La
vida es siempre cruel con todo el mundo… si dios existiera no podría ser tan
cruel como para conceder la vida eterna a los hombres…”
Sándor Márai. La mujer ajustada. Ed. Salamandra. Barcelona, 2005.
Probablemente
no haya pensamiento sólido más que en el registro de la desesperación, una
disposición refractaria a todo lo que se asemeje a la esperanza.
Toda
filosofía es una teoría de lo real, es decir el resultado de fijar la mirada en
las cosas: mirada creativa e interpretativa que pretende dar cuenta de un
objeto, como eco y testimonio y como evaluación. Por eso, la mirada filosófica
es necesariamente interpretativa, acercando lo mental a lo mensurable, el hecho
de pensar al hecho de medir. Y también siempre creativa, las imágenes que
propone son recomposiciones que difieren del original.
Una
filosofía consiste, primero y ante todo, en una obra, una creación.
Originalidad, invención, imaginación, arte de la composición, etc. son
patrimonio de todo gran texto filosófico. Lo que constituye la especificidad de
la filosofía es la realidad en general, concebida en la totalidad de sus
dimensiones espacio-temporales. Una mirada hacia toda clase de cosas, incluidas
las que se sitúan fuera del alcance de su percepción. No consiste en ser más ‘teórica’ o ‘abstracta’
que otra sino en ser más general: en ser una teoría de la
realidad no particularizada, sino integral.
La mayor
parte de las filosofías no han podido
alcanzar su objetivo, proponer una teoría general de lo real. Como si la
realidad no pudiera ser aprehendida en su conjunto. Nos lo aquilata
Peter Sloterdijk, en Los latidos del
mundo: “Lo que es interesante es la realidad de la
realidad. Sabemos que no hay realidad, sino interpretación de la realidad. Es
soberano quien define el principio de realidad. La soberanía es la capacidad de
hacer valer una hermenéutica de lo real.”
Y frente a
los filósofos que menosprecian la intención de filosofar a partir de la sola
realidad, Vacher ironiza que la principal función de la filosofía sería la de “acreditar tonterías desacreditando
evidencias”.
Por otra
parte, es propio de la filosofía común el hecho de juzgar que las cosas son
verdaderas en su detalle, pero dudosas en su conjunto. Si es imposible dudar de
una cosa cualquiera en particular, es posible en cambio dudar de todo en
general.
La reticencia
de la filosofía a tomar en consideración la sola realidad proviene de la idea
de que la realidad jamás revelará las claves de su propia comprensión, por no
contener en ella misma las reglas de descodificación que permitirían descifrar
su naturaleza y su sentido. Nada hay en lo real que pueda contribuir a su
propia inteligibilidad: hay que buscar fuera de lo real el secreto de esa misma
realidad.
La
desavenencia filosófica con lo real, señala Rosset*, no tiene su origen en el hecho de que la realidad sea
inexplicable, sino más bien en el hecho de que sea cruel y constituya un
riesgo permanente de angustia. Como escribió E. Sábato en Absalón el exterminador: “Una teoría debe ser despiadada y se vuelve
contra su creador si el creador no se trata a sí mismo con crueldad”.
Crueldad,
entonces, como la naturaleza intrínsecamente dolorosa y trágica de la realidad.
Pero también como el carácter único, irremediable e inapelable de esa realidad.
La realidad es cruel [crudelis
de cruor:
‘carne despellejada y sangrienta’. Nota: también originaría el término ‘crudo’] en cuanto, a fin de considerarla
sólo en sí misma, se la despoja de todo lo que no es.
Realitas crudelis sed
realitas. Y esa
crueldad de la realidad es doble: por una parte, consiste en ser cruel, y por
otra, en ser real.
*
* vide Rosset, Clément.- El principio de crueldad. Ed.
Pre-Textos. Valencia, 1994.