miércoles, 12 de noviembre de 2025

Crítica neumática.



Papini y Miguel Ángel.

- Al año de publicación en España del libro de Papini sobre Miguel Ángel [*], encontramos ya esta reseña universitaria que, resumida, reproducimos porque nos da una idea de la recepción que el escritor italiano tenía en nuestro país:

Siempre fue tentadora la biografía de Miguel Ángel, hombre representativo de las más altas actividades artísticas, pero también ejemplar humano entre los más destacados de la Edad Moderna.
Incluso Papini cedió a la seducción de escribir sobre el artista florentino, abandonando temporalmente su habitual línea de creación literaria. Para ello manejó las clásicas fuentes biográficas acreditadas y también las cartas del escultor que fueron objeto de nueva exégesis por su parte.
El artista fue un hombre en la vida de su tiempo y Papini un valedor de su transcendencia a someterse a una voluntariosa acción para responder adecuadamente a la intensidad vocacional en que estuvo inmerso hasta el último instante de su vida.
El libro está escrito con la pasión característica de la prosa del autor, sin que falten compactos párrafos encomiásticos. El texto, traducido por Carlos Povo Domingo, se ilustra con infrecuentes grabados relacionados con el genio. Abundan las citas de versos italianos que llevan en ocasiones su traducción a pie de página y otras, no y existe algún giro en aquélla que está sin justificación, determinado por modismos que afean la cuidadosa precisión. [**]

- En la Nota preliminar del libro ya nos advierte el traductor que Papini “procura no ser injusto, pero no pretende ser imparcial”.
 Pero oigamos al propio autor en su Prólogo, en una paráfrasis que muestra lo mejor de su afilada pluma, ya que muchas de sus apreciaciones podrían seguir resultando vigentes hoy:

Escribo esta Vida por el deseo de lograr una biografía más viva, más rica, más original que las escritas hasta ahora.
Las hay insípidas, imaginativas y archieruditas, bastante contagiadas de la insufrible pedantería profesoral. Vasari y Condivi eran más juiciosos que nuestros aerostáticos metahistoriadores. Muchos de ellos contaminados por los humores románticos.
Una de las más ridículas y dañinas perversiones de la crítica consiste en disecar y desmenuzar hasta el infinito las obras famosas sin tener en cuenta al autor y su vida. Como algunas monografías, pringoso fruto de la mucosa nasal de estos críticos neumáticos.
El método o, mejor dicho, la extravagante martingala de estos abstracteurs de quintessence estética recuerda el título de un librillo ‘Lucina sine concubitu’ [Preñez sin apareamiento], pero la obra ha sido engendrada por un ser creador.
Disquisiciones, interpretaciones, disertaciones, controversias y discusiones no faltan, pero no son asunto mío. No me he dejado vencer por la tentación de ornamentales mariposeos o pegaseas galopadas, sin pedantescas y enfadosas digresiones he cuidado no caer en el genre ennuyeux.

 
  B. Kliban]



Notas:
[*] Giovanni Papini.-Vida de Miguel Ángel en la vida de su tiempo. Ed. Aguilar S. A. Madrid, 1950.

[**] Vide Reseña bibliográfica. José Sánchez Moreno: Papini.-Vida de Miguel Ángel en la vida de su tiempo.
Anales de la Universidad de Murcia 1950-1951, Vol. IX, 1º, 2º, 3º y 4º trimestre



Inmaculadas.


Lucina Sine Concubitu*:
'Una carta humildemente dirigida a la Sociedad Real, en la cual se demuestra, por la más incontestable de las evidencias, extraída de la razón y la práctica, que una mujer puede concebir habiendo sido llevada al lecho sin ningún comercio carnal con un hombre'.

En 1750 la Sociedad Real Británica** recibió un curioso informe titulado ‘Lucina Sine Concubitu’, que traducido significa ‘Embarazo sin Coito’.

En la carta, el autor argumentó que las mujeres podrían quedar embarazadas sin haber participado en ninguna actividad sexual, debido a la presencia de microscópicos ‘animales flotantes’ presentes en el aire. El escritor afirmó haber aislado algunas de estos animales usando ‘una máquina maravillosa, cilíndrica, catóptrica, rotundo-cóncavo-convexa’. Cuando examinó estos animales bajo un microscopio, los encontró conformados como hombres y mujeres en miniatura. Este descubrimiento, sugirió, sería un largo camino hacia la restauración del honor de las mujeres que no podrían explicar su embarazo. Un grabado que acompañaba a la carta mostraba un “animálculo” flotante que se aproximaba a una mujer dormida.


El autor concluyó proponiendo que, a los efectos de la experimentación, un edicto real debería prohibir la copulación durante un año.

La carta fue firmada por Abraham Johnson, pero éste era un seudónimo de Sir John Hill, botánico de profesión. Su intención era aparentemente satirizar la teoría del ‘espermatozoide’, que sostenía que los espermatozoides eran en realidad pequeños hombres (homunculi) que, cuando se introducían dentro de las mujeres, crecían en niños.
Hill escribió y publicó la carta como una burla hacia la Royal Society, en venganza por su rechazo como candidato a miembro de la misma***.

La carta resultó muy popular y se imprimió y se distribuyó ampliamente en toda Europa, así, en Francia como “La génération solitaire”.

TM.

Enlaces y referencias:
** Cf. Evans, R. J. W. and Marr, Alexander (eds.) (2006).- Curiosity and Wonder from the Renaissance to the Enlightenment. Ashgate Publishing, Ltd.
*** Cf. Wright, Thomas (1904).- Caricature history of the Georges. (ed. or. 1868), Chatto & Windus.




miércoles, 5 de noviembre de 2025

Nulla dies sine linea.

[bye,bye NJ3]
Ningún día sin una línea.

Este proverbio, en referencia al parecer al griego Apeles de Colofón, pintor oficial y retratista de Alejandro Magno, quien no pasaba ni un día sin dibujar aunque sólo fuera una línea, se atribuye, en su ‘Historia Natural’, a Cayo Plinio Cecilio Segundo, Plinio el Viejo, escritor y naturalista romano [23-79 d.C.], del que su sobrino, Plinio el Joven, dejó escrito: “no leía nada sin hacer un resumen porque decía que no había libro, por malo que fuese, que no contuviera algún valor”.
Por ello, no hay entrevista a pensador, por mala que fuere, que no te sugiera una malla de imbricaciones que no te exonera de borronear, aunque no diariamente como el de Colofón, alguna recensión.

Decía Jesús Mosterín en su (buena) entrevista reciente en Jot Down:
“Uno no tiene por qué dar definiciones, pero si las da, han de ser precisas. Es como la fotografía. Nadie tiene por qué hacer fotos, pero si las hace, que no queden desenfocadas”.

Inmediatamente, por asociación de ideas, recuerdas a Rafael Sánchez Ferlosio y su ‘Cultura ¿para qué?’ en El País [25/07/1998].
Allí, escribía Ferlosio: “El más inteligente de los españoles -cuyo nombre, por desventura, no he sabido nunca-, autor de un ‘Arte de tocar las castañuelas’, empezaba el prólogo de su tratado con esta declaración absolutamente ejemplar y memorable: ‘No hace ninguna falta tocar las castañuelas, pero en caso de tocarlas, más vale tocarlas bien que tocarlas mal’. Si esto dijo aquel hombre, acertando a iluminar a la vez la ética y la estética con un mismo y único resplandor de luz, refiriéndose a la declaradamente inútil dedicación de tocar las castañuelas, bien cabe aplicar lo mismo a otras dedicaciones que, en cambio, tienden a ser consideradas, en principio, necesarias, como las obras de misericordia”.

Invariablemente, salvo pirueta retórica suya, me ha resultado incomprensible, dada su cultura, la afirmación de Ferlosio relativa al desconocimiento de la autoría del citado tratado.

Nota bene: Una cosa es el 'tratado' y otra la 'declaración', que proviene de un antiguo proverbio griego traducido al latín: "testudines aut non edendas esse aut edendas", citado, por ejemplo, por Erasmo de Rotterdam en su epístola 941 a su traductor Alfonso Fernández de Madrid [c. 1527], ver en los 'Heterodoxos' de Menéndez Pelayo.

De siempre se ha podido conocer que fue fray Juan Fernández de Rojas [1750-1819] quién escribió, bajo heterónimos, distintas obras relacionadas con las castañuelas.

· ROJAS pintado por GOYA 
 [Google]

Así, con el seudónimo de ‘Francisco Agustín Florencio’, publicó Crotalogía o Ciencia de las castañuelas. Imprenta del Diario de Valencia. Valencia, 1792.
También con el seudónimo de ‘Francisco Agustín Florencio’, publicó a su vez Carta de Madama Crotalistris sobre la Segunda Parte de la Crotalogía. Imprenta de Benito Cano. Madrid, 1792.
Con el seudónimo ‘Juanito López Polinario’, publicó por  su parte, Impugnación literaria a la Crotalogía erudita o ciencia de las castañuelas. Valencia, 1792.
Y con el seudónimo de ‘Alejandro Moya’, El triunfo de las castañuelas o mi viaje a Crotalópolis. Imprenta de González. Madrid 1792.

Contra el título, la localización y la cita que Ferlosio transcribe en su artículo de opinión, en el capítulo II del libro firmado por el tal ‘F. A. Florencio’, intitulado en puridad, ‘Crotalogía o ciencia de las castañuelas. Instrucción científica del modo de tocar las castañuelas para bailar el bolero’, lo que leemos expresamente es:

“Nociones fundamentales de la Crotalogía.

Axioma I. En suposición de tocar, mejor es tocar bien que tocar mal.

Escolio. Tocar bien o mal, todo es tocar; pero como será un necio el que pudiendo comer bien coma mal, de la misma manera será un mentecato el que pudiendo tocar las castañuelas bien, las toque, por su culpa, mal”.

Además, frente a Ferlosio, ya el músico Francisco A. Barbieri, en su escrito jocoso Las castañuelas’ [Imprenta Aribau. Madrid, 1878], sí le rendiría cumplido homenaje al fraile humorista con un párrafo que no tiene desperdicio:

«Gaudio exultare laetitia perfundi.
“Si tratáredes de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo que os prestará a Lamiat (sic), Laida y Flora(*)”.
Así decía quien es admirado por todo el mundo(**) y yo, que no lo soy, podré imitarle diciendo: “si tratáredes de  castañuelas, ahí está el Padre Maestro Fray Juan Fernández de Rojas, que os prestará su Crotalogía”.
… casi todos los  bibliógrafos modernos…  han considerado el tal folleto como un verdadero arte de tocar las castañuelas, cuando, en realidad, no es otra cosa que una graciosísima sátira de las costumbres… de su tiempo».

[Notas al margen:
*Se trataría en realidad de Lamia, Flora y Laida, cortesanas cuyas gracias recogió en su 'Letra para Don Enríque Enríquez', de Granada a 16 de mayo de 1531, Fray Antonio de Guevara dentro de sus 'Epístolas Familiares'. 
**Se referiría, como es sabido, a Cervantes, que lo escribió en el prólogo de El Quijote I [1605], en relación con el citado Guevara, que fue a la sazón, obispo de la villa mindoniense desde 1537 hasta su muerte en 1545].

Pero volviendo a Mosterín, en su citada entrevista explica que le fascinan las paradojas, porque en ellas se topa con los límites del lenguaje y que si, como decía Wittgenstein, tenemos que estar atentos a las trampas que nos tiende el lenguaje, serían las paradojas las que nos ayudarían a estar atentos. Y termina respondiendo (con castañuelas) a la pregunta de cuál, de la cantidad de paradojas que describe en su diccionario de lógica y filosofía de la ciencia, es su favorita, confesando que una de sus favoritas es precisamente la paradoja narrada por Cervantes, que aparece en El Quijote, en el pasaje de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria.

Te viene entonces a la memoria, por conexiones mentales, y ya finalizas tantas líneas, el célebre argumento paradójico del sofista Protágoras, recogido por Diógenes Laercio y que concierne al pago de honorarios profesionales.
- Habiendo pactado Protágoras con su discípulo Evatlo instruirle en la oratoria forense a fin de enseñarle a ganar los procesos por cierta paga, con la condición de que el discípulo le entregaría de entrada la mitad de aquella cantidad, y la otra mitad luego que defendiese y ganase algún pleito. Como pasase mucho tiempo tras las clases, sin verificarse la condición de abono pactada, Protágoras reclamó a su alumno el reembolso de las lecciones que le había dado. Pero el caso fue que Evatlo, que todavía no había logrado ganar causa alguna en un solo juicio, se negó al pago.

Ello no aquietó a Protágoras, que habiéndole puesto demanda sobre el débito, y hallándose ambos ante los jueces alegó lo poco que le preocupaba el sumario pues, dijo Protágoras: “Sábete, oh necio joven, que el diferendo que nos enfrenta hoy, constituye a su vez otro proceso que debes añadir a la lista de los que has orado y que de cualquier modo que este litigio salga, debes pagarme. Pues una de dos: o bien yo gano, y tú debes pagarme; o bien yo pierdo, y tú debes pagarme igual, pues entonces habrás ganado al menos un pleito”.
Evatlo respondió entonces al sabio maestro con el argumento inverso para no pagarle. Y el tribunal no supo que resolver. 
Ante la duda, podría haber hecho gala del refrán castellano...
 
 In dubio / dubiis, abstine. Ante la duda, abstente.
 

[by Juan Gyenes]

domingo, 2 de noviembre de 2025

¿Un Tipo Ideal?

 
 Else von Richthofen
 
Es importante resaltar que en el mundo real, es difícil encontrar los tipos ideales [sólo pululamos los materiales]. Esto no suponía para Weber un problema ya que el valor principal de su concepto era su capacidad de generar nuevas ideas. Decía: ‘Un tipo ideal está formado por la síntesis de fenómenos concretos difusos en una construcción conceptual analítica unificada, dicha construcción mental no puede ser encontrada empíricamente en la realidad’. Tipo ideal como instrumento pues para aprender los rasgos esenciales de ciertos fenómenos sociales. Hoy no se considera tan trascendental, Weber tiene demasiados descosidos.

No sé si Freud tendría razón. No sé si hay que matar al padre o hay que matar a la madre. O hay que matar a ambos. El caso es que ambos, hoy, están muertos.
Y es cierto que Habermas y Lyotard, por citar a algunos, sí habían matado filosóficamente a ese padre, o madre, de lo cognitivo, lo ético y lo estético que fue Weber. Y lo habrían asesinado, avant la lettre, dentro del sistema. El crimen perfecto. Pero esa es otra historia.

Es curioso que Weber, el sí que no creyó en Freud, sufriera una devastadora depresión, en la que, según Roger Bartra, tendría que ver un cierto peso de la culpa en un contexto típicamente edípico.
Él, el paladín de la ética protestante, base espiritual del capitalismo y columna vertebral de la modernidad y en el que puede rastrearse el postmodernismo, experimentó en su propia carne y alma una confrontación poderosa de su ideal puritano con la voluptuosidad.

En Italia de vacaciones, sucumbió, maduro esposo respetable, al amor mundano, practicando una ética pagana que contribuyó a su melancolía pero que no supo interpretar intelectualmente. En cuanto gozó de la sexualidad, cesaron todos los síntomas de la enfermedad y desarrolló una capacidad de trabajo impresionante.
Sus prejuicios le impidieron admitir que el hedonismo acabaría convertido en la justificación cultural del capitalismo liberal.


sábado, 1 de noviembre de 2025

La casa de Lope de Vega.

 
La casa de Lope de Vega. 

En 1610 Lope de Vega se instala definitivamente en Madrid, (Toledo le molestaba ya). El 7 de septiembre adquiere la casa de la calle de Francos, donde vivirá hasta su fallecimiento. Lope adquirió el inmueble a Juan Ambrosio Leva, mercader de lanas, en precio de 9.000 reales, 5.000 al contado y los 4.000 restantes pagaderos en dos plazos de a cuatro meses. Otorgó la escritura Juan de Obregón y fueron testigos Gaspar de Porres, Pedro Meléndez y Antonio de Caira. Pesaba sobre la finca un censo perpetuo anual de 1.054 maravedíes y dos gallinas a favor del cura y beneficiados de la iglesia parroquial de Santa Cruz de Segovia. Este censo lo habían impuesto ellos, como poseedores del solar (que les fue cedido en 1570), cuando lo vendieron en 1578 a Inés de Mendoza, viuda de Juan Pérez, vecino de aquella ciudad, para edificar la casa. Compró después el edificio el capitán Juan Villegas de Moncibay, y de éste pasó a sus herederos en los últimos años del siglo XVI. La casa, en fin, salió a pública subasta, y en 10 de febrero de 1600 fue rematada en el aludido Juan Ambrosio Leva. Al pasar a poder de Lope, lindaba por la parte de arriba con casas de Juan de Prado; por la de abajo, con las Juan Sánchez, alguacil de corte, y por la espalda, con el convento de jesuitas que en el año anterior había mandado construir el duque de Lerma, bajo la advocación de san Antonio en la calle del Prado, y a cuya iglesia trasladaron el cuerpo de San Francisco de Borja. 

 

Tenía la casa, de una superficie de 5.300 pies cuadrados, zaguán, sala, alcoba, cocina y un oratorio pequeño, todo doblado de bovedillas -techo corriente en las casas de entonces-, más un corral, con cobertizo (se ve en los planos de Wit y Teixeira), que servía de palomar, a teja vana, y servicios de desvanes bajos, a teja vana también. Constaba de piso bajo con puerta a la calle, y principal con dos ventanas, sin reja alguna en fachada. Sufrió revocos y arreglos en distintas épocas y una ampliación y reforma, en el siglo XVIII, que la transformó completamente: los desvanes bajos, con su puerta a la calle, especie de cochera, sucios y de mal aspecto, derribáronse, y sobre ellos se edificó para ensanchar la casa casi en el doble, con lo cual se hermoseó el edificio. Así ampliado, le fue abierta la entrada por esta parte, pusiéronsele rejas, con más cuatro balcones, y toda la antigua techumbre hubo, naturalmente, de sustituirse por el nuevo tejado con sus cuatro luceras, de que antes carecía. Se construyó también en la parte posterior. Del corral, cambiado por el poeta en jardín “más breve que cometa”, hízose un miserable y reducido patio. Nada apenas quedó con su precedente fisonomía, ni nadie se preocupó de respetarla. Segunda vez se arregló y revocó a principios del siglo XIX. De suerte que la restauración emprendida con motivo del tercer centenario resultó poco menos que estólida, por desconocimiento de estos antecedentes, si aspiraba a devolver a la casa el carácter y estructura que tuvo cuando Lope. Para ello hubiera sido preciso haber derribado casi la mitad de la finca por la parte que mira a la calle de san Agustín, levantar de nuevo los desvanes bajos (que pudieron dedicarse a museo) y reconstruir el cobertizo que servía de palomar. Con esto y el jardín: pájaros, flores y libros lopistas. ¿Empresa difícil? No. Y ¿qué menos merece el "Fénix de los ingenios”? La casa que se quiso restaurar (sic) en nada se parece al domicilio que ocupó. ¡Qué diferencia a lo hecho por Inglaterra en Stratford con las dos casas de Shakespeare! 

Más no bien instalado, sus vecinos de la espalda presumen que aquellos terrenos y sus colindantes les pertenecen. Ha tropezado con los jesuitas… A pesar de los temores de Lope, que se reflejan en sus cartas a sus protectores, no le quitaron nada esos vecinos y comenzó entonces a preocuparse de otras vecinas que parece que regentaban un prostíbulo.