Atenas y Jerusalén fue un libro de Lev Chestov (de
1937), en el que la historia de la filosofía occidental se contemplaba como una
monumental batalla consistente entre razón y fe.
Pero ya
antes se había venido ubicando al helenismo y al hebraísmo como las dos grandes
columnas de la civilización occidental, que sería entonces un cruce entre esas
dos culturas. La primera la ha proveído de la lente para ver las cosas como son
y la segunda le ha facilitado ver lo que debería ser, según el anuncio de los
profetas hebreos, con el énfasis en lo ético.
Una de las
culturas ha hecho prevalecer el sentido de la vista, y a la otra, el del oído.
Estos dos son los sentidos superiores que dan origen a las artes: las visuales
uno, las auditivas, el otro. El mundo griego se ha distinguido por la
perfección de su obra escultórica y escénica. Por su parte, el énfasis en el
oído por parte del hebraísmo ya se anunciaba en la oración central del Shemá Israel, que genera una creación
eminentemente literaria.
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La
divergencia podría tener una raíz más profunda: mientras la vista capta en el
espacio, la audición reside en el tiempo. Las dos mentadas culturas
contrastarían porque, mientras una construye el espacio, la otra es una especie
de arquitectura en el tiempo. Las culturas indoeuropea y semítica se han dedicado
respectivamente una al espacio y otra al tiempo, una al ser y otra al devenir.
El judaísmo
habría fecundado así la filosofía clásica al colocar junto al logos la memoria,
al plantear la prioridad de la responsabilidad sobre la libertad, al no
supeditar el tiempo a la historia, ni la humanidad al progreso.
El mundo en
camino a la perfección que es el ideal del mesianismo judío, Hermann Cohen lo
vería consumarse a la sazón en Alemania de principios del XX, que constituiría
a sus ojos la patria espiritual de todos los judíos. Ya que la simbiosis
judeo-helenística habría nutrido a la germanidad, y por lo tanto, el judío
resultaría ser un alter ego del alemán, y dotaría a éste de raíces culturales.
Según Cohen, el cristianismo, y su descendiente más prístino, el protestantismo
alemán, serían derivados del judaísmo.
Los textos
de Cohen tuvieron como objeto más práctico enarbolar la causa germana durante
la Gran Guerra y terminaron por su carácter germanófilo siendo refutado por otros
pensadores judíos, Klatzkin, Scholem, incluso Buber en la reivindicación del
sionismo, que obviaron su pensamiento posterior, más judaico.
En la
nómina de judíos modernos que cuestionaron el texto de Cohen, Jacques Derrida, setenta
años después, lo analizó en un coloquio en Jerusalén. Partiendo de la raíz
helénica del cristianismo, Derrida se centraría en el concepto de logos. En
éste ve el sello de la mancomunidad judeohelénica, ésta en la que Cohen
reconoció el linaje alemán.
Ya, uno de
los primeros objetos de análisis que Derrida habría realizado en obras previas
habría sido el habla, que históricamente habría marginado a la palabra escrita.
La tradición occidental, desde Platón, habría sido logocéntrica y favorecería
el habla. De este modo, tendría escrito que el habla siempre fue central y
natural en Occidente y, en contrapartida, la escritura fue marginal y
artificial. Y aquí aporta una novedad en cuanto al contraste entre lo judaico y
lo helénico. Porque una forma más de ese contraste sería en efecto, el vaivén
entre los divergentes asedios que habría sufrido la palabra. Muy judaicamente
entonces, Derrida emprendería en su obra el rescate de la palabra escrita.
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Bibliografía:
Derrida, Jacques.-
Kant, el judío, el alemán. Ed. Trotta. Madrid, 2004.
Mate, Reyes.- De Atenas a
Jerusalén: pensadores judíos de la modernidad. Ed. Akal. Madrid, 1999.