[A partir de
George Steiner].
Heidegger encarnó, no sólo los aspectos ciertamente complejos y
heredados del nazismo -la Selva Negra, la cabaña, su vestimenta rústica, podrían
haber llegado a simbolizar y significar un potencial renacimiento de la
barbarie teutónica-, sino la orgullosa convicción de que el alemán, la lengua
de los grandes filósofos, podría por sí sola (junto con el griego antiguo)
exponer y transmitir el pensamiento filosófico de primer orden. El patrimonio
hebreo en la cultura occidental, tan vital para otros, jugó un papel casi
inexistente en las fuentes de Heidegger.
Las líneas que relacionarían, en brillante precisión de las autoridades
berlinesas, el ‘nazismo privado’ de Heidegger con los argumentos ontológicos y
con las revisiones de otros filósofos, todavía no habrían sido dilucidadas con
precisión responsable. En lo que no habría duda es en lo profundo de las
implicaciones de Heidegger en la catástrofe alemana, en la gravedad de su caso y
en las tácticas de evasión con las que se aseguró su estatus después de la
guerra y en las que se erigió su encumbramiento.
Sus pronunciamientos sobre la ‘infección del judaísmo’ en la vida
espiritual alemana, son anteriores a la ascensión de Hitler al poder. Los
discursos que pronunció elogiando al régimen, su trascendente legitimidad y la
misión del Führer, perduran en la ignominia, así como la decisión de un
orgulloso Heidegger de reimprimirlos en su Introducción
a la metafísica, famosa definición de los altos ideales del
nacionalsocialismo. Otro apotegma, aún más célebre, ocurrió en una de las
lecturas que Heidegger pronunció en Bremen, en la que equiparó la masacre de
seres humanos, con la agricultura en serie y la tecnología moderna. Pero como
la entrevista publicada por Der Spiegel
aclaró meridianamente, Heidegger simplemente no estaba dispuesto a expresar
cualquier opinión directa sobre la Shoah o sobre el papel que él desempeñó en
el miasma retórico y espiritual del nazismo. Era un silencio formidablemente
astuto.
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