En cuanto a su pensamiento político,
Kahn no ocultó sus serias reservas hacia el sionismo oficial que creó el Estado
de Israel en 1948. Así escribía «El
sionismo dejó de surtirse de fuentes talmúdicobíblicas para abrazar medios más
adecuados del siglo xx». Comprendía la necesidad de la creación del Estado
judío como respuesta a la
hecatombe sufrida, a pesar de que la soberanía judía desvirtuaría la misión espiritual del judaísmo. No creía que el
sionismo político y profano pudiera judaizar al nuevo Estado judío.
Kahn diferencia a los judíos
siónicos de los judíos sionistas: los primeros continuaban la
tradición mesiánica del judaísmo religioso, mientras los segundos eran
nacionalistas políticos judíos inspirados en el nacionalismo europeo. «Sionismo no es judaísmo. Sionismo es una
cosa y judaísmo, otra», afirmó categórico, enfatizando su desconfianza hacia los
métodos profanos y laicos utilizados por el liderazgo laborista y la izquierda kibutziana para echar los cimientos del joven
Estado de Israel. Diferenciando al Estado-nación, como solución para el
problema los judíos, de la misión del judaísmo, Kahn criticaba al Estado
sionista.
Llama la atención su rechazo del
totalmente polarizado campo de las fuerzas políticas que se enfrentaron en el
comienzo del Estado de Israel, las corrientes de izquierda que integraron el
primer gobierno del premier David Ben Gurion y también a la derecha sionista revisionista. El primer gobierno
de Israel (marzo 1949-octubre 1950), estuvo formado por el laborista partido
MAPAI, y las dos corrientes kibutzianas de izquierda MAPAM y Ajdut Avoda,
además del Partido Nacional Religioso. El partido de derecha Jerut, fundado por
Menajem Beguin en junio de 1948 junto a ex combatientes del Irgun Tzva Leumi
(que fue calificado de «terrorista» por los británicos) y miembros del Partido
Sionista Revisionista, y del movimiento Betar de derecha radical que fueron
catalogados de «fascistas» por la izquierda sionista.
Antes y después, pensadores como
M. Buber habían diferenciado
críticamente el sionismo religioso del sionismo político, así como
diferenciaron la misión espiritual de Israel en el mundo respecto de las
acciones políticas y militares del Estado judío en el escenario regional e
internacional. Pero Buber no sólo intentó que influyera su humanismo hebreo, también
vio con mucha simpatía a las comunas kibutzianas y formó parte decisiva del
grupo de intelectuales que propiciaban una salida binacional al conflicto
judeo-árabe.
Sin embargo, Kahn ha escrito de un
modo contundente sobre la necesidad de que los judíos defiendan su existencia
individual y colectiva. Era su comprensión de la empresa sionista de recuperar
para los judíos la soberanía estatal, a pesar de que no simpatizó con los
métodos profanos del nacionalismo hebreo de escribir la historia judía como una
revancha contra la intolerancia y la injusticia, en vez de culminar en la
historia del judaísmo.
En síntesis: la crítica de Kahn al
sionismo se basó en que, al normalizarse como nación entre las naciones, Israel
había renunciado a la misión del judaísmo. Además en esta desviación de la
misión de Israel, Kahn advierte que al utilizar la violencia como arma de
legítima defensa, el Estado de Israel habría nacido marcado para siempre con la
ignominia de ese pecado original.
Y respecto a su pensamiento
artístico, Kahn creía que el judío oponía su sobrestimación del arte a su
subestimación de la Torá en un mundo profano y mercantilizado. Se mostraba
pesimista sobre la posibilidad de una relación Arte y Torá, porque eran, según
él, adversarios irreconciliables. «El
judío moderno no estima el arte; lo sobrestima […] sus simpatías atenienses
devoran su vocación jerosolimitana».
El ingreso de los judíos a la
modernidad posibilitó el debut de los judíos en la cultura, la literatura y el
arte europeos de un modo impensable. Sin embargo Kahn creía que, a diferencia
de los músicos, el aporte de los artistas judíos a la pintura y escultura no
fue decisivo, salvo en el caso de Chagall. Recuerdaba que la prohibición
bíblica de elaborar imágenes y obras de arte fue interpretada por pueblos de la
antigüedad como ineptitud y ateísmo. Luego de la destrucción del Templo y
durante el destierro, se erigieron las primeras sinagogas. El antagonismo del
arte creador con la Torá cree hallado en el carácter profano de la voluntad de
representación del arte moderno. Tal concepción antagónica lo conduce a vaciar
de toda manifestación artística el espacio sagrado de la sinagoga y a oponerse a embellecerla como santuario de culto a imagen de
las catedrales, la austeridad de la casa de oración era incompatible por
naturaleza con esa exigencia. La sinagoga debía seguir siendo la morada la
presencia divina.
Por lo tanto, Kahn vislumbró una
total disociación entre la judeidad moderna frente a su utopía judaica. Tal
oposición irreconciliable reproduce su creencia en la escisión al interno de
los judíos que deciden renunciar a ser una comunidad sagrada para devenir un
grupo religioso semejante a otras congregaciones cristianas.
[*] Vide el prólogo de Leonardo Senkman a Arte y Torá de M. J. Kahn. Ed.
Renacimiento. Sevilla, 2012.
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