Según Leonardo Senkman, a quien seguiremos aquí [*], la concepción de los judíos de M. J. Kahn, necesitó diferenciar conceptualmente entre lo que llamó el ‘judaísmo’
respecto de la ’judeidad’ [existencia sociológica de los judíos].
Parte del mito religioso fundacional
del judaísmo que fue la revelación bíblica en el Sinaí; revelación
esencialmente lingüística. Consecuente con esa naturaleza lingüística, la
lengua hebrea sería un lenguaje sagrado constitutivo y expresión de la revelación
y la misión de los judíos como pueblo elegido habría estado consagrada a retener
ese lenguaje sagrado. Para Kahn, el judaísmo es culto de la palabra, y creía
que la grey judía tradicional estuvo conformada por un culto del nombre.
Tal cosmovisión lingüística habría
caracterizado al judaísmo talmúdico y cabalístico. Pero además, los judíos en
el mundo tradicional habrían logrado cumplir su misión de comunidad sacramental
porque vivieron en el retiro de su ‘espacio-tiempo’ completamente espiritual.
De aquí que Kahn diferencie al judío
sinaico de los otros judíos que a lo largo de la historia moderna abandonaron
los muros del gueto, se aculturaron y adoptaron lenguas profanas de la
modernidad.
Dentro de ese sistema de opuestos
hay que comprender que Kahn reivindique la noción de ‘pueblo elegido’ para los
judíos ‘sinaicos’ y recuerda la misión sagrada de su naturaleza, ya que el
judío «no se había hecho judío: había
nacido judío». Aunque el pueblo elegido fuese ’hijo del dolor’.
La santidad de los judíos en la
diáspora hostil fue pensada por Kahn simultáneamente a la sabiduría de la
muerte. Años antes del
Holocausto, creía que la muerte no era el opuesto a la vida si se estaba
dispuesto a morir para santificada. La vida de los judíos habría transcurrido
en ese tránsito intermitente.
Según esta concepción, el judío
prefirió vivir inerme y eligió la indefensión frente a la violencia antisemita
durante muchos siglos. Kahn estaba convencido de que «el antisemita experimentaba la tremenda satisfacción de intentar
arrancar, hasta con su raíz capital, una grey de sacerdotes vulnerables». En
situaciones límites de judeofobia, el judío piadoso decidió morir mártir
invocando el juramento de fidelidad a su Dios, rezando la plegaria diaria de su
fe «Oye Israel».
Mientras en el mundo tradicional el
judío no temía a la muerte, en cambio, los judíos asimilados en el siglo XIX se
angustiaban de la muerte porque les recordaba el destino sacramental al que
habrían renunciado en pos de su integración sociocultural a la modernidad. Por
eso, Kahn afirmó que los antisemitas modernos los odiaban doblemente.
Kahn elaboró su teoría del
antijudaísmo, en tanto odio al judaísmo como doctrina y religión monoteísta, a
la par que caracterizaba a la judeofobia, de odio al judío como persona
individual y colectiva.
«Antijudaísmo
y judeofobia son aspectos opuestos de la actitud antisemita», afirmó Kahn. El
primer aspecto es resistencia cómoda contra el emerger del judaísmo; el segundo
aspecto se manifestaba en agresión contra el judío porque el antisemita
descubría, paradójicamente, que encubría su misión sacramental. En determinadas
fases de la historia había prevalecido uno u otro componente de la hostilidad
antisemita.
Según esta concepción, la verdadera
razón del odio antisemita moderno seguía siendo de tipo religioso: «antijudaísmo y judeofobia adoptaron formas
de una judeofobia feroz, en nombre de ideales estéticos… ».
Luego del Holocausto, en su ensayo «Los antijudíos filosemitas», Kahn
desenmascaraba a los supuestos amigos del judío después del genocidio
perpetrado por los nazis: ellos escondían por civilización su hostilidad al
judío en tanto ser humano, pero, sin embargo, no ocultaban su instintivo
repudio al judaísmo, en tanto doctrina espiritual. Según Kahn, el filosemita ‘por
civilización’ que reemplazó al judeófobo, era un impostor que continuaba siendo
antijudío ‘por instinto’.
Tener un rostro bifronte, ser
filosemita por educación, sin poder arrancarse del fuero interno esa aversión
instintiva contra los judíos, es según Kahn, la persistencia del odio al
judaísmo en la Europa pos-Holocausto, camuflado de filosemitismo y desentendido
del modo en que los judíos sobrevivientes de aquellos años vivían la terrible
experiencia de la muerte y el exterminio recientes.
La preocupación por la muerte en
Kahn, se transformará en una obsesión a partir de su conocimiento personal del
genocidio de los judíos europeos. El Holocausto le hizo cambiar radicalmente su
visión del memento mori, y también su idea de la muerte mártir
de los judíos.
Acerca del memento mori esbozó
en un ensayo una reflexión sobre «morir
la vida y vivir la muerte». Hay evidencias de la posible influencia de F. Rosenzweig en Kahn, que radicaría en la
convicción de que el judaísmo no se desentiende de la angustia individual ante
la muerte: su angustia la transforma en sabiduría de la muerte. El memento
mori del judío, lo que siente el judío al dar con el monstruo de la
exterminación, cara a cara, es para Kahn la victoria sobre la nada y la
confirmación de la perduración del judaísmo, pero siempre y cuando los judíos
sobrevivan.
Kahn comprendió que los judíos no
sólo dejaron de ser dueños de sus vidas, también fueron despojados de sus
propias muertes. Y escribe: «La muerte violenta
contra natura se hizo una cosa tan natural, que la muerte natural llegó a ser
para ellos algo así como para los demás, la vida [...]. En realidad, su vida se
convirtió en un esperar la muerte».
Finalizada la Segunda Guerra
Mundial, Kahn desarrollará de modo más consistente sus ideas sobre el
significado de la muerte y del judaísmo. Su tesis es que el nacionalsocialismo
procedió a la exterminación de los judíos, «porque
el judaísmo es el sustrato del sentir religioso de la humanidad monoteísta».
Y la Segunda Guerra Mundial se explicaría, según él, como una guerra total contra los judíos [sinaicos]
para someter el orbe al ateísmo y diezmar a la única ’nacionalidad
espiritual’.
[…]
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