Una seguidora de este blog,
‘erasmus’ en Venecia, me referencia el texto “¿Qué es ser contemporáneo?”
que guió el seminario de filosofía que
Giorgio Agamben dictó en el IUAV.
[Resumen de lo publicado en 2008 en Impreso Laberinto y otras web's]
I
La
pregunta, plantea Agamben, es: ¿De quiénes y de qué somos contemporáneos?
Y,
sobre todo, ¿qué significa ser contemporáneos?
De
Nietzsche, dice, a través de Barthes nos viene una indicación inicial,
provisoria, para orientar la búsqueda de una respuesta. “Lo contemporáneo es lo intempestivo”, resume el francés.
Al
comienzo del último cuarto del siglo XIX, Friedrich Nietzsche, un joven
filólogo que había trabajado hasta entonces en textos griegos y que acababa de
alcanzar una celebridad imprevista, publica las ‘Consideraciones Intempestivas’,
con las cuales quiere ajustar cuentas con su tiempo, tomar posición respecto
del presente.
En
ellas se lee: "Intempestiva esta
consideración lo es porque intenta entender como un mal, un inconveniente y un
defecto algo de lo cual la época justamente se siente orgullosa, o sea, su
cultura histórica, porque pienso que todos somos devorados por la fiebre de la
historia y deberíamos, al menos, darnos cuenta".
Nietzsche
sitúa, por tanto, su pretensión de ‘actualidad’, su ‘contemporaneidad’ respecto
del presente, en una desconexión y en un desfase.
Pertenece
realmente a su tiempo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecua a
sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual; pero es ese el verdaderamente contemporáneo precisamente
porque a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los
otros de percibir y aprehender su tiempo.
Esta
no-coincidencia no significa, naturalmente, que sea contemporáneo quien vive en
otra era, un nostálgico que se siente más cómodo en el pasado que en el tiempo
que le tocó vivir. Un hombre inteligente puede odiar su tiempo, pero sabe que
pertenece irrevocablemente a él, sabe que no puede huir de su tiempo.
La
contemporaneidad es, pues, para Agamben, una relación singular con el propio
tiempo, que adhiere a éste y, a la vez, toma su distancia. Los que coinciden de
una manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan perfectamente
con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa razón, no consiguen
verla, no pueden mantener su mirada fija en ella.