¡FELIZ AÑO A TODOS!
viernes, 20 de diciembre de 2019
domingo, 4 de agosto de 2019
¿Qué es ser contemporáneo? (y IV)
IV
Nuestra
relación especial con el pasado tiene otro aspecto. La contemporaneidad se
inscribe en el presente señalándolo sobre todo como arcaico y sólo quien
percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las signaturas de lo
arcaico puede ser su contemporáneo. Arcaico significa próximo al origen. Pero
el origen no está situado sólo en un pasado cronológico, es contemporáneo al
devenir histórico. La distancia y a la vez la cercanía que definen a la
contemporaneidad tienen su fundamento en esa proximidad con el origen, que en
ningún punto late con tanta fuerza como en el presente.
Los
historiadores del arte saben que entre lo arcaico y lo moderno hay una cita
secreta, y no tanto en razón de que las formas más arcaicas parecen ejercer en
el presente una fascinación particular, sino porque la clave de lo moderno está
oculta en lo inmemorial y lo prehistórico. Así, el mundo antiguo en su final se
vuelve, para reencontrarse, hacia los orígenes, la vanguardia, que se extravió
en el tiempo, sigue a lo primitivo y lo arcaico. En ese sentido, justamente, se
puede decir que la vía de acceso al presente tiene necesariamente la forma de
una arqueología. Que no retrocede sin embargo a un pasado remoto, sino a lo que
en el presente no podemos en ningún caso vivir y, al permanecer no vivido, es
incesantemente reabsorbido hacia el origen, sin poder nunca alcanzarlo. Porque
lo que impide el acceso al presente es justamente lo que, por alguna razón, no
logramos vivir en él.
Por
esto, el contemporáneo no es sólo quien, percibiendo la sombra del presente,
aprehende su luz invendible; es también quien, dividiendo e interpolando el
tiempo, está en condiciones de transformarlo y ponerlo en relación con los
otros tiempos, leer en él de manera inédita la historia, ‘citarla’ según una
necesidad que no proviene en absoluto de su arbitrio, sino de una exigencia a
la que él no puede dejar de responder.
Es
como si esa luz invisible que es la oscuridad del presente, proyectase su
sombra sobre el pasado y éste, tocado por su haz de sombra, adquiriese la capacidad
de responder a las tinieblas del ahora.
sábado, 3 de agosto de 2019
¿Qué es ser contemporáneo? (III)
III
Otra visión.
Las estrellas, en el firmamento que miramos de noche, resplandecen rodeadas de una espesa tiniebla, una sombra que vemos en el cielo. La astrofísica actual da una explicación para esa sombra. En el universo en expansión las galaxias más remotas se alejan de nosotros a una velocidad tan grande que su luz no puede llegarnos. Lo que percibimos como la sombra del cielo es esa luz que viaja velocísima hacia nosotros y no obstante no puede alcanzarnos, porque las galaxias de las que proviene se alejan a una velocidad superior a la velocidad de la luz. Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de alcanzarnos y no puede, eso significa ser contemporáneos. Ser contemporáneos, pues, es ante todo una cuestión de coraje, ser capaces no sólo de mantener la mirada fija en la sombra de la época, sino también percibir en esa sombra una luz que, dirigida hacia nosotros, se aleja infinitamente de nosotros. Contemporáneo: llegar puntuales a una cita a la que sólo es posible fallar.
Nuestro
tiempo presente es lo más distante, no puede alcanzarnos de ninguna manera. Por
eso el presente que la contemporaneidad percibe tiene las vértebras rotas, la
columna quebrada y nos hallamos exactamente en el punto de la fractura. Por eso
somos, a pesar de todo, sus contemporáneos.
La
cita que está en cuestión en la contemporaneidad es algo que, en el tiempo
cronológico, urge en su interior y lo transforma. Esa urgencia es lo
intempestivo, el anacronismo que nos permite aprehender nuestro tiempo y
reconocer en la tiniebla del presente la luz que, aunque sin poder alcanzarnos
nunca, está permanentemente en viaje hacia nosotros.
viernes, 2 de agosto de 2019
¿Qué es ser contemporáneo? (II)
II
En
1923 escribe el poema ‘El siglo’ (la
palabra rusa vek significa también
época). Contiene no una reflexión sobre el siglo, sino sobre la relación entre
el poeta y su tiempo, es decir, sobre la contemporaneidad. No el ‘siglo’ sino,
según el primer verso, ‘mi siglo’ (vek
moi):
Mi siglo, mi bestia, ¿hay
alguien que pueda
escudriñar
en tus ojos
y
soldar con su sangre
las
vértebras de dos siglos?
El
poeta, que acabó pagando su contemporaneidad con la vida, es quien debe
mantener fija la mirada en los ojos de su siglo y ensamblar con su sangre la
espalda quebrada del tiempo. El poeta contemporáneo debe tener fija la mirada
en su tiempo. ¿Pero qué ve quien ve su tiempo, la sonrisa demente de su siglo?
Aquí
se propondría otra definición complementaria de la contemporaneidad: contemporáneo
es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces,
sino sus sombras. Todos los tiempos son, para quien experimenta su
contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es quien sabe ver esa sombra, quien
está en condiciones de escribir humedeciendo la pluma en la tiniebla del presente.
Mas ¿qué significa ‘percibir la sombra’?
Cuando
nos encontramos en un ambiente sin luz, o cuando cerramos los ojos ¿qué es la
sombra que vemos en ese momento? Los neurofisiólogos de la visión nos dicen que
la ausencia de luz desinhibe una serie de células periféricas de la retina que
entran en actividad y producen esa especie particular de visión que llamamos
sombra. La sombra no es, por consiguiente la simple ausencia de luz, algo como
una no visión, sino el resultado de una tarea ocular de nuestra retina.
Esto
significa, en nuestro caso, que percibir esa tiniebla implica una habilidad
particular que equivale a neutralizar las luces que provienen de la época para
descubrir su sombra especial no separable de esas.
Puede
llamarse contemporáneo solamente al que no se deja cegar por las luces del
siglo y es capaz de distinguir en éstas la parte de la sombra, su íntima
oscuridad.
Pero
¿acaso la sombra no es una experiencia anónima y por definición impenetrable,
algo que no está dirigido a nosotros y no puede, por lo tanto, incumbirnos? Al
contrario, contemporáneo es aquel que percibe la sombra de su tiempo como algo
que le incumbe y no cesa de interpelarlo, algo que, más que cualquier luz, se
refiere directa y singularmente a él. Quien recibe en pleno rostro el haz de
tiniebla que proviene de su tiempo.
[continuará]
jueves, 1 de agosto de 2019
¿Qué es ser contemporáneo? (I)
Una seguidora de este blog,
‘erasmus’ en Venecia, me referencia el texto “¿Qué es ser contemporáneo?”
que guió el seminario de filosofía que
Giorgio Agamben dictó en el IUAV.
[Resumen de lo publicado en 2008 en Impreso Laberinto y otras web's]
I
La
pregunta, plantea Agamben, es: ¿De quiénes y de qué somos contemporáneos?
Y,
sobre todo, ¿qué significa ser contemporáneos?
De
Nietzsche, dice, a través de Barthes nos viene una indicación inicial,
provisoria, para orientar la búsqueda de una respuesta. “Lo contemporáneo es lo intempestivo”, resume el francés.
Al
comienzo del último cuarto del siglo XIX, Friedrich Nietzsche, un joven
filólogo que había trabajado hasta entonces en textos griegos y que acababa de
alcanzar una celebridad imprevista, publica las ‘Consideraciones Intempestivas’,
con las cuales quiere ajustar cuentas con su tiempo, tomar posición respecto
del presente.
En
ellas se lee: "Intempestiva esta
consideración lo es porque intenta entender como un mal, un inconveniente y un
defecto algo de lo cual la época justamente se siente orgullosa, o sea, su
cultura histórica, porque pienso que todos somos devorados por la fiebre de la
historia y deberíamos, al menos, darnos cuenta".
Nietzsche
sitúa, por tanto, su pretensión de ‘actualidad’, su ‘contemporaneidad’ respecto
del presente, en una desconexión y en un desfase.
Pertenece
realmente a su tiempo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecua a
sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual; pero es ese el verdaderamente contemporáneo precisamente
porque a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los
otros de percibir y aprehender su tiempo.
Esta
no-coincidencia no significa, naturalmente, que sea contemporáneo quien vive en
otra era, un nostálgico que se siente más cómodo en el pasado que en el tiempo
que le tocó vivir. Un hombre inteligente puede odiar su tiempo, pero sabe que
pertenece irrevocablemente a él, sabe que no puede huir de su tiempo.
La
contemporaneidad es, pues, para Agamben, una relación singular con el propio
tiempo, que adhiere a éste y, a la vez, toma su distancia. Los que coinciden de
una manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan perfectamente
con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa razón, no consiguen
verla, no pueden mantener su mirada fija en ella.
martes, 30 de julio de 2019
El significado de lo contemporáneo.
Decía alguno, C. A. Molina,
que todo pintor podría ser contemporáneo al ser revisitada (y entendida) su
obra por un espectador en un determinado momento, por ejemplo el actual, lo que
no haría más que traerlo al tiempo vigente y reinante. Él decía exactamente en 'Donde la eternidad envejece' [Destino. Barcelona, 2012] que, en el fondo, todo arte es contemporáneo porque no depende de quien lo crea sino de quién lo contempla.
Tras la muerte de Tàpies, en una exposición en su Fundación ahora nos mostraron al último, más escatológico (no en el sentido del pleonasmo, precisamente). Así, la comisaria señora Rassel, pretendía que el pintor no sólo fuese moderno sino que sea contemporáneo.
Pero como
hemos leído en Gomá, cada vez es más difícil ser contemporáneos de nuestro
presente.
No se trataría, por tanto, de compartir fechas de nacimiento, sino una manera de abordar el mundo, de responder al escándalo de la existencia. Pese a compartir un mismo calendario, debemos admitir que no todos somos contemporáneos de la misma temporalidad histórica. Hay que constatar además, que se nos propone otro enfrentamiento sin fronteras. El que se da entre la opción del regreso a un pasado idealizado y la opción del progreso. La primera considera el mundo en términos de traición, rebelión, de blasfemia. La de futuro, al contrario, convencida de la superioridad del presente sobre el pasado, considera a este, miserable, bárbaro.
El cielo del siglo pasado ostenta un sinnúmero de
estrellas apagadas, o tal vez habría que compararlo con un museo de los
errores.
Contemporaneidad significaría, entonces, haber
participado en un aprendizaje negativo, haber compartido los mismos desengaños. Poseer esa riqueza de desilusiones, ese desencanto
tónico, ese escepticismo, permite el desplazamiento hacia derroteros más
abiertos. Así nosotros, demasiado jóvenes en el mayo del 68 y demasiado mayores en la
movida de los 80.
Tal vez lo que compartamos y nos haga contemporáneos a cierta categoría de solitarios, es tener en común un mismo currículo de decepciones.
© TipoMaterial
miércoles, 17 de julio de 2019
Mecánica de rocas.
Keaton nos da lecciones de Física.
Equilibrio inestable y reacción en cadena.
Todo es sostenible hasta que deja de serlo.
martes, 28 de mayo de 2019
La medusa de la barca
Bernini
El inefable Castro Flórez comentó en ABCD, la obra pictórica, recién expuesta entonces, de Carlos León. Su imbricación con referencias a lo arcaico griego y las Gorgonas es puesto de manifiesto por el crítico desde el comienzo de su artículo. Y casi lo finaliza con lo siguiente: "Es (...) un maestro de la elegancia pictórica que tal vez deseó algún día tener el poder tremendo de la cabeza de la Medusa."
Últimamente se nos han ido apareciendo varias imágenes que en cierta forma sugieren visiones de artistas como medusas. Monstruos ctónicos en puridad.
Y así hemos imaginado a Maruja Mallo, en celebre fotografía reproducida en exposición no pretérita, posando de esa guisa. (Por cierto, con Pablo Neruda revoloteando a su alrededor).

O a Gordon Matta-Clark en célebre autorretrato.
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