martes, 30 de julio de 2019

El significado de lo contemporáneo.


Decía alguno, C. A. Molina, que todo pintor podría ser contemporáneo al ser revisitada (y entendida) su obra por un espectador en un determinado momento, por ejemplo el actual, lo que no haría más que traerlo al tiempo vigente y reinante. Él decía exactamente en 'Donde la eternidad envejece' [Destino. Barcelona, 2012] que, en el fondo, todo arte es contemporáneo porque no depende de quien lo crea sino de quién lo contempla.

Tras la muerte de Tàpies, en una exposición en su Fundación ahora nos mostraron al último, más escatológico (no en el sentido del pleonasmo, precisamente). Así, la comisaria señora Rassel, pretendía que el pintor no sólo fuese moderno sino que sea contemporáneo.
Pero como hemos leído en Gomá, cada vez es más difícil ser contemporáneos de nuestro presente.

No se trataría, por tanto, de compartir fechas de nacimiento, sino una manera de abordar el mundo, de responder al escándalo de la existencia. Pese a compartir un mismo calendario, debemos admitir que no todos somos contemporáneos de la misma temporalidad histórica. Hay que constatar además, que se nos propone otro enfrentamiento sin fronteras. El que se da entre la opción del regreso a un pasado idealizado y la opción del progreso. La primera considera el mundo en términos de traición, rebelión, de blasfemia. La de futuro, al contrario, convencida de la superioridad del presente sobre el pasado, considera a este, miserable, bárbaro.
El cielo del siglo pasado ostenta un sinnúmero de estrellas apagadas, o tal vez habría que compararlo con un museo de los errores.
Contemporaneidad significaría, entonces, haber participado en un aprendizaje negativo, haber compartido los mismos desengaños. Poseer esa riqueza de desilusiones, ese desencanto tónico, ese escepticismo, permite el desplazamiento hacia derroteros más abiertos. Así nosotros, demasiado jóvenes en el mayo del 68 y demasiado mayores en la movida de los 80.

Tal vez lo que compartamos y nos haga contemporáneos a cierta categoría de solitarios, es tener en común un mismo currículo de decepciones.


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