Ha podido
comprobarse, como nos ha señalado Marthe Robert, que cada vez que Freud vuelve, en sus escritos, a la
autobiografía disfrazada, siente un desasosiego que se delata primero por
dificultades en el propio trascurso del trabajo y después por escrúpulos y
dudas que retrasarán la publicación, terminado el libro.
En 1914 no es capaz
de publicar su ensayo sobre ‘El Moisés’
de Miguel Ángel sino refugiándose en el anonimato; más de veinte años más tarde
da a la imprenta, a contrapelo, su otro ‘Moisés’,
[Moisés y el monoteísmo], que tiene
como tema el asesinato del padre, ya no el padre original, sin nombre, de la
horda primitiva [Tótem y Tabú], sino
el padre judío asesinado en los albores de nuestra civilización, y lo hace en
capítulos, acompañados de una profusión de reservas y precauciones que dicen
mucho de su malestar interno.
‘El Moisés’ de Miguel Ángel lo escribió Freud,
sin que se trasluciera en dicho ensayo casi nada del psicoanálisis, para
clarificar ciertas ambigüedades que dan misterio a la célebre escultura.
El verdadero objeto
del trabajo no era tanto la obra escultórica, como el hombre al que representa,
el padre de los judíos, y el padre judío eternamente ofendido, ante quien Freud
se siente eternamente culpable. El propio tema del ensayo roza más de lo que se
cree el problema de la culpabilidad. Giraría en torno a la cólera del héroe: en
lugar de representar a Moisés, tras recibir las Tablas sagradas, preso de furor
ante las abominaciones de su pueblo, Freud demuestra que, en esa representación
de Moisés, el momento más violento de su cólera habría pasado y habría sabido
vencer su pasión.
Sin embargo, veinte
años después vuelve a empezar la historia del padre judío inmolado. Moisés ya
no será una imagen esculpida aplastante sino un formidable escultor de hombres
que cambió el destino de la humanidad.
*
continuará...
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