martes, 27 de noviembre de 2018

¿Arquitectos sin Arquitectura?

Manifiesto para una intervención arquitectónica integral.

¿La arquitectura transformará las agonías? ...
Si acaso  (como escribe Vázquez Montalbán):
construid ciudades dónde palpar atardeceres”.

Arquitectura vs. Lugar.

En relación con recomendaciones de carácter arquitectónico a suscitar para la actuación que convenga plantearse en toda edificación relevante, comúnmente sólida, austera, discreta, aunque pública y dotada de suficiente simbolismo, deberá valorar siempre las cualidades que el edificio sugiera y su relación con el entorno natural.
La actuación podrá resaltar cierta ambigüedad tectónica y visual de superficies y envolventes oponiendo resistencia a la desaparición de sus cualidades matéricas. Su precisa geometría, sus grávidos muros, su textura tradicional, rural a veces y en cierto sentido arcaica, mantendrán con interés una obra nutrida por los materiales, el lugar y la memoria.
 

La arquitectura no es más (y menos) que materia, espacio y tiempo.
En todo caso una amplia reestructuración y reutilización debe conseguir una pervivencia de los aspectos positivos de toda composición dotada de rigor y serenidad, y como escribió W.J.R. Curtis en El Croquis: “El edificio hasta cierto punto establece sus propias reglas, que deben ser aprehendidas incluso si no se está de acuerdo con ellas”.
Así, a priori y dado lo anterior, la solución arquitectónica, tanto de una intervención en edificios existentes como de edificios de nueva construcción, parecería decantarse más hacia ‘Basilea’ que hacia ‘Rotterdam’, si parafraseásemos a Luis Fdez.-Galiano, planteando frente a la subversión formal a través de un pragmatismo paradójico, una sensibilidad que tiene por ejes la materia y el rigor.
Agotado el debate de las tipologías, la cuestión sería, sin embargo, la contradicción inherente entre, por una parte, la voluntad de integración en el contexto y el paisaje y por otra un también deliberado monumentalismo compositivo justificado por un uso colectivo.

El paisaje y las tradiciones locales proporcionan un marco de referencia enriquecedor para los arquitectos que optan por el diálogo con su entorno. Ejemplos paradigmáticos de respuesta acertada son edificios de Peter Zumthor, Herzog y de Meuron o Souto de Moura, cuyos mundos táctiles, ritualizados y austeros, impregnan sus edificios de una gravedad suplementaria para disolverlos en su entorno y clima, domesticando la sensualidad táctil del aparejo pétreo con la disciplina intelectual de la geometría resistente. Un esqueleto eficaz y una piel material, edificios, en suma, como unión de función racional y envoltura emocional.

Sus proyectos surgen de una idea acompañada de un material y se insertan en el paisaje con precisión cartesiana y mineral aplomo. Los edificios se conciben como estructuras arquitectónicas ordenadas técnicamente que evitan toda forma naturalista. Están monolíticamente concebidos, constituidos y construidos.

Materia, geometría y naturaleza como principios básicos generadores de la solución arquitectónica. Solución no de arquitectura vernácula entendida en su vertiente regionalista crítica del Posmodernismo, pero sí concebida con la lentitud, la solidez y la certeza de lo auténticamente autóctono.
El concepto de paisaje, nos dice R. Moneo, en su más amplio sentido se ha convertido en algo necesario y tal concepto implica aceptar la presencia de algún tipo de manipulación y contaminación. Esta conciencia del lugar, del suelo sobre el que construimos, como algo ya manipulado explica por qué hoy la violencia sobre el lugar, o bien toma la forma de desplazamiento y olvido de los atributos que lo caracterizan, o bien lleva a una forzosa y no siempre querida aceptación de los mismos.

 

El concepto de lugar se ha confundido, a menudo, durante los últimos años, con el de contexto. Recientemente se ha abusado de la noción de contexto en la crítica arquitectónica y los arquitectos han instrumentalizado tal noción sirviéndose de una metodología de proyecto que hace del análisis del medio en el que construir su fundamento. Entender la relación lugar-arquitectura de este modo supone establecer un orden jerárquico que devalúa la fructífera interacción que entre una y otro se produce cuando se construye.
La arquitectura pertenece al lugar. Así se explica por qué la arquitectura debe ser adecuada, debe reconocer, tanto en un sentido positivo como en un sentido negativo, los atributos del lugar. Entender cuáles son esos atributos, entender el modo en que se manifiestan, es el primer movimiento del proceso arquitectónico. Aprender a escuchar el murmullo, el rumor del lugar, dice Moneo.

Discernir entre aquellos atributos del lugar que deben conservarse, aquéllos que deben hacerse patentes en la nueva realidad que emerge una vez que el artefacto estructuralmente inmóvil aparece como un edificio construido, y todos aquéllos otros que sobran y que, por tanto, deben desaparecer. Entender qué es lo que hay que ignorar, añadir, eliminar o transformar, es vital.
El que una arquitectura sea apropiada no elimina la posible destrucción del lugar. Dicho de otro modo, el que una arquitectura sea apropiada puede reclamar la formulación de un juicio contrario al lugar. La arquitectura, por tanto, la construcción de un edificio, nuevo o no, en un determinado lugar, no significa una respuesta automática, inmediata.
Este diálogo inevitable entre el lugar y el momento en el que se construye se termina con la aparición de la arquitectura. Con ella se modifica radicalmente el lugar que, desde ahora, será algo diferente. El lugar quedará transformado al haberse engendrado sobre él una realidad diferente de la que es testimonio inequívoco la esencia del edificio.


El lugar es una realidad expectante, sigue Moneo, siempre a la espera del acontecimiento que supone el construir sobre él. El construir supondrá el tomar posesión de él, pero, como contrapartida, lo construido contribuirá a que entendamos cuáles son sus atributos.
También, en la vida actual, todo parece estar en contra del lugar. Todo parece reclamar un mundo homogéneo, lleno de los mismos productos, inundado por las mismas imágenes. Parece como si tan sólo la ubicuidad del no-lugar existiese (Marc Augé); como si la idea de lugar ya no tuviese valor; como si pudiésemos ignorar dónde nos encontramos, dónde estamos.
El modo en que debe entenderse la arquitectura exige, sin embargo, el lugar. La arquitectura no puede estar, escribe Moneo, donde quiera que sea. La arquitectura se nos hace presente como realidad en el lugar. Es en el lugar donde el edificio adquiere la necesaria dimensión de su condición única, irrepetible; donde la especificidad de la arquitectura se hace visible y puede ser comprendida, presentada, como su más valioso atributo. Es el lugar quien nos permite establecer la debida distancia entre el objeto que producimos y nosotros mismos.

 

El lugar entonces como origen de la arquitectura. Lugar por tanto, como soporte en el que la arquitectura reposa. La arquitectura se engendra en él y, como consecuencia, los atributos del lugar, lo más profundo de su ser, se convierten en algo íntimamente ligados a ella.
El lugar es, pues, donde la arquitectura adquiere su ser. 



 [cfr. R. Moneo 'Inmovilidad substancial']
[images by http://www.google.es/imghp?hl=es&tab=wi]

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