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2.- Frente a las
formas de estilo que intentan expresar una tautología, o la esencia de una
identidad, pero que desembocan en un efecto exactamente opuesto que hace de ellas pseudo-tautologías y
desmentidos de la identidad, está el caso inverso, las formas de estilo que
renuncian a expresar directamente la identidad, pero logran sugerirla mucho
mejor: la metáfora, la imagen o la
comparación, explica a continuación Rosset.
- La Metáfora, la imagen y la comparación.
La metáfora, que designa una cosa por otra, produce un ‘efecto de real’, por la novedad de la forma en que la designa, explica Rosset. La metáfora actualiza cierta analogía en una relación nueva y no percibida aún. De manera que la metáfora, si no consiste stricto sensu en recrear lo real, impone su redescubrimiento. No hace surgir un mundo nuevo, sino un mundo vuelto nuevo. La imitación no queda tampoco sin relación con el juego metafórico que logra expresar algo alejándose de él. No es otra cosa que una metáfora puesta en práctica, que tiene por efecto obtener algo deshaciéndose de ello.
Entre las formas de estilo emparentadas con la metáfora -y que tienen también concomitancias con la sinécdoque-, resalta Rosset dos giros que como ella vuelven a expresar algo por un efecto de desvío y de decir indirecto. El primero, mantener a la sombra el objeto a designar y adivinarlo por alguna característica secundaria, procedimiento de la poética china. El segundo giro, consiste en arrojar toda la luz sobre todo lo accesorio dejando lo esencial en penumbra, como encuentra Rosset en las ‘Cinco melodías populares griegas’ de Ravel. Y es que habría que señalar el general reconocimiento de la fuerza expresiva de la tautología en la canción popular. Pues la música es ella misma de esencia tautológica, ya que es un lenguaje que no ilustra nada del exterior y que, si se le interroga sobre su significación, no puede más que repetir su propio decir.
Con este silogismo pretende solamente sugerir que el discurso filosófico más fuerte es de inspiración tautológica y que todo discurso filosófico apoyado por la inspiración contraria, es decir, por la intuición dualista, es más débil. [Podría imaginarse así, sugiere Rosset, un árbol genealógico de los filósofos escindido desde el principio en dos ramas rivales e irreconciliables: la que comienza con Parménides, por la línea legítima, y la que comienza con Platón, por la línea bastarda].
La cuestión de saber si la naturaleza de lo real es de esencia identitaria o diferencial, no es saber si lo que existe realmente existe también totalmente. Y sólo la enunciación tautológica rinde justicia a lo real en el punto crucial, no de su unidad, sino de su unicidad. Que A sea A implica en efecto que A no es otro que A. Precisión en la que parece residir la principal riqueza de la tautología.
Recuerda Rosset que Borges se preguntaba quiénes eran los mejores cartógrafos del Imperio. Son aquellos que se dan cuenta de que el mapa más perfecto es el imperio mismo. Pues ese imperio se confunde con el único trazado absolutamente exacto de su territorio y es así él mismo la única ‘reproducción’ totalmente satisfactoria que pueda ser hecha. Ese, pues, es el secreto que, según Rosset, encierra la tautología y que podría llamarse su ‘demonio’, o incluso el ‘demonio de la identidad’ -en el sentido de que todo lo que puede decirse de una cosa termina por reducirse a la simple enunciación de esta misma cosa.
Para terminar, volviendo a la tautología pura, Rosset señala dos aspectos principales de su riqueza expresiva. Una primera riqueza, positiva, consiste en proporcionar una especie de enseñanza última sobre la naturaleza de lo real, que muestra su identidad y desvela su unicidad. Evidencias más difíciles de pensar de lo que se imagina, la fuerza de la tautología consiste en forzarnos a volver a estas evidencias. El otro aspecto de la riqueza de la tautología, de orden negativo esta vez, se revela de la naturaleza fuertemente indeseable, si no terrorífica, de su propia ley inflexible, A no puede ser más que A. Así, el fundador histórico de la filosofía de inspiración tautológica, Parménides, hubo tenido el cuidado de advertir de su verdad lejos de los caminos trillados.
- La Metáfora, la imagen y la comparación.
La
metáfora es una distancia, un méta-phorein, ‘llevar a otro sitio’, nombrar una cosa por otra. La metáfora
no es para la literatura naturalmente una panacea. Puede ser usada y
convencional, en cuyo caso su efecto es malogrado, o más bien es
contraproducente; pues aquélla designa entonces la cosa aún menos bien que si
la nombrara directamente. Así una ‘salud de acero’ es menos sólida que una
buena salud [”Bien podemos
tener una salud de acero, que siempre terminamos por oxidarnos” decía
Jacques Prévert].
La metáfora, que designa una cosa por otra, produce un ‘efecto de real’, por la novedad de la forma en que la designa, explica Rosset. La metáfora actualiza cierta analogía en una relación nueva y no percibida aún. De manera que la metáfora, si no consiste stricto sensu en recrear lo real, impone su redescubrimiento. No hace surgir un mundo nuevo, sino un mundo vuelto nuevo. La imitación no queda tampoco sin relación con el juego metafórico que logra expresar algo alejándose de él. No es otra cosa que una metáfora puesta en práctica, que tiene por efecto obtener algo deshaciéndose de ello.
Entre las formas de estilo emparentadas con la metáfora -y que tienen también concomitancias con la sinécdoque-, resalta Rosset dos giros que como ella vuelven a expresar algo por un efecto de desvío y de decir indirecto. El primero, mantener a la sombra el objeto a designar y adivinarlo por alguna característica secundaria, procedimiento de la poética china. El segundo giro, consiste en arrojar toda la luz sobre todo lo accesorio dejando lo esencial en penumbra, como encuentra Rosset en las ‘Cinco melodías populares griegas’ de Ravel. Y es que habría que señalar el general reconocimiento de la fuerza expresiva de la tautología en la canción popular. Pues la música es ella misma de esencia tautológica, ya que es un lenguaje que no ilustra nada del exterior y que, si se le interroga sobre su significación, no puede más que repetir su propio decir.
*
Decir
por un otro decir, exhibir esto por aquello, esto es la proeza que logra la
metáfora y en la que fracasa el conjunto de las pseudo-tautologías que Rosset ha
revisado en los puntos anteriores.
Pero se pregunta si la tautología no sería
capaz de decir como la metáfora, sin dejar de decir directamente,
contrariamente a la metáfora. Y señala que la tautología es a la filosofía lo
que la metáfora a la tautología: el mejor y más seguro indicador de lo real. No
hay nada más precioso para pensar que la realidad, la palabra filosófica
que expresa mejor la realidad es la que expresa mejor su identidad: a saber, la
tautología.
Con este silogismo pretende solamente sugerir que el discurso filosófico más fuerte es de inspiración tautológica y que todo discurso filosófico apoyado por la inspiración contraria, es decir, por la intuición dualista, es más débil. [Podría imaginarse así, sugiere Rosset, un árbol genealógico de los filósofos escindido desde el principio en dos ramas rivales e irreconciliables: la que comienza con Parménides, por la línea legítima, y la que comienza con Platón, por la línea bastarda].
La cuestión de saber si la naturaleza de lo real es de esencia identitaria o diferencial, no es saber si lo que existe realmente existe también totalmente. Y sólo la enunciación tautológica rinde justicia a lo real en el punto crucial, no de su unidad, sino de su unicidad. Que A sea A implica en efecto que A no es otro que A. Precisión en la que parece residir la principal riqueza de la tautología.
Recuerda Rosset que Borges se preguntaba quiénes eran los mejores cartógrafos del Imperio. Son aquellos que se dan cuenta de que el mapa más perfecto es el imperio mismo. Pues ese imperio se confunde con el único trazado absolutamente exacto de su territorio y es así él mismo la única ‘reproducción’ totalmente satisfactoria que pueda ser hecha. Ese, pues, es el secreto que, según Rosset, encierra la tautología y que podría llamarse su ‘demonio’, o incluso el ‘demonio de la identidad’ -en el sentido de que todo lo que puede decirse de una cosa termina por reducirse a la simple enunciación de esta misma cosa.
A
partir de la tautología, las posibilidades de enunciación, de
conceptualización, de argumentación y de contra-argumentación existen hasta el
infinito; y son naturalmente éstas, las que constituyen la materia de un
pensamiento y de una filosofía.
Para terminar, volviendo a la tautología pura, Rosset señala dos aspectos principales de su riqueza expresiva. Una primera riqueza, positiva, consiste en proporcionar una especie de enseñanza última sobre la naturaleza de lo real, que muestra su identidad y desvela su unicidad. Evidencias más difíciles de pensar de lo que se imagina, la fuerza de la tautología consiste en forzarnos a volver a estas evidencias. El otro aspecto de la riqueza de la tautología, de orden negativo esta vez, se revela de la naturaleza fuertemente indeseable, si no terrorífica, de su propia ley inflexible, A no puede ser más que A. Así, el fundador histórico de la filosofía de inspiración tautológica, Parménides, hubo tenido el cuidado de advertir de su verdad lejos de los caminos trillados.
Y
concluye Rosset enfatizando que la profundidad tautológica es pensar la
evidencia. Pues, añade, la evidencia es quizás lo más difícil de pensar.
[continuará]
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