jueves, 30 de abril de 2015

Pensar en Derrida pensando a Derrida [0].



        Tras la muerte de Derrida, de la que se han cumplido ya diez años, Sloterdijk redactó un texto [*] con una serie de descontextualizaciones y recontextualizaciones sobre su obra en homenaje a un amigo, dice, acompañado de “la idea de que [su] cámara funeraria roza un cielo muy elevado”.
Derrida, que tuvo por segunda profesión la de necrólogo de sus admirados colegas [**], recibió póstumamente, así, su misma ‘medicina’ con la gratitud intelectual, no exenta de sutil ironismo, de la que hizo gala en estas viñetas el tedesco, autoincluido entre “aquellos que piensan a Derrida pensando en Derrida”.

[*] Sloterdijk, Peter (2007).- Derrida, un egipcio. El problema de la pirámide judía.
 Amorrortu Ed. (Col. Nómadas). Buenos Aires (Argentina).
[**] Derrida, Jacques (2005).- Cada vez única. El fin del mundo.
Ed. Pre-Textos. Valencia.


[0]
Introducción.
Comienza Sloterdijk escribiendo que nada le parece más natural en los vivos, que olvidar a los muertos y en los muertos, nada más obvio que el hecho de acosar a los vivos. Y recuerda que Derrida afirmaba, en cercana alusión a su ‘existencia’ póstuma, estar imbuido de dos convicciones opuestas, la certeza de que, por un lado, se lo olvidaría por completo un día después de muerto y la certidumbre, por el otro, de que la memoria cultural conservaría, pese a todo, algo de su obra. Ambas certezas coexistirían en él como si nada las asociara entre sí porque él mismo se vivía como receptáculo de oposiciones que no querían reunirse para conformar una identidad.
Podrían predibujarse los principales trazos de un retrato filosófico de Derrida en una inquietud siempre alerta de no quedar fijado en una identidad determinada y en un lugar que sólo podía situarse en el frente más avanzado de la visibilidad intelectual.
No hay más que dos procedimientos, dice Sloterdijk, que permiten hacer justicia a un pensador. El primero consistiría en encontrarlo en sus obras, en el movimiento de sus frases o en el fluir de sus argumentos, como modelo de una lectura singularizadora. El otro procedimiento iría del texto al contexto, integrando al pensador en horizontes suprapersonales y desembocando en una lectura desingularizadora. Al preferir el primer camino, el propio Derrida se defendió por ello contra, por ejemplo, la tentativa de Jürgen Habermas de hacer de él un místico judío y señaló con una reticencia sutil, que deberíamos ahora tener de guía: «Tampoco exijo que me lean como si fuera posible situarse frente a mis textos en un éxtasis intuitivo, pero sí que sean más prudentes en las puestas en relación, más críticos en las trasposiciones y en los desvíos por contextos a menudo muy alejados de los míos».
Sloterdijk, sin embargo, toma el segundo camino porque, para él, la exigencia de distancia también puede concebirse como un antídoto contra los peligros de una recepción que presuponga un culto. A ese respecto, propone rastrear a Derrida en autores como Niklas Luhmann, Sigmund Freud, Thomas Mann, Franz Borkenau, Régis Debray, Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Boris Groys.
Transcribimos aquí sus ‘paseos’.


[Nota: Todas las imágenes de la serie proceden de Google]

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