miércoles, 6 de mayo de 2015

Pensar en Derrida pensando a Derrida [I].


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Luhmann y Derrida.
Según Sloterdijk, una de las correspondencias más instructivas a plantear sería la del trabajo de Derrida con la obra de Luhmann, a pesar de su no reciprocidad. Ambos no fueron pensadores domingueros, eran trabajadores incansables que hacían del domingo un día laborable y que además estaban convencidos de que en los días feriados uno se ocupa de su correspondencia privada o bien se calla.
Hoy puede comprobarse el error de quienes creían que con la deconstrucción y la teoría de los sistemas se había iniciado una nueva era del pensamiento. En realidad, ambas formas de pensamiento eran las figuras finales de procesos lógicos que habían atravesado el ideario de los siglos XIX y XX y quien comienza en la cima ya sólo puede avanzar hacia abajo. En el caso de Derrida, lo que llega a su término es el giro lingüístico o semiológico tras el cual el siglo XX se adscribió a las filosofías del lenguaje. En el caso de Luhmann, culminan los adioses a la filosofía proclamados por Wittgenstein y el pensamiento se retira resueltamente de la tradición de las filosofías del espíritu y del lenguaje.
En cuanto a sus diferencias, la eficacia soberana de Derrida explica como la deconstrucción se reveló como la última oportunidad de llegar a una teoría que integrara mediante la desintegración y al hacer estallar la inmanencia de los archivos, sugiere Sloterdijk, brindó una posibilidad de mantener su cohesión. Por el contrario, para Luhmann, la biblioteca filosófica de la vieja Europa ya no tendría otra significación que la de un reservorio de figuras verbales con las cuales los sacerdotes e intelectuales de antaño procuraban apoderarse del todo. Desde la teoría general de los sistemas, la filosofía en su conjunto es un juego de lenguaje totalizador agotado, cuyos instrumentos pertenecían al horizonte semántico de las sociedades históricas.
Aun así, Luhmann reconoció que la deconstrucción es una forma rigurosamente datada de comportamiento teórico, ligada a una situación que tendría, según él, cinco características, la de ser posmetafísica, posontológica, posconvencional, posmoderna y poscatastrofal. La deconstrucción supone, según Luhmann, la catástrofe de la modernidad, el vuelco de la forma de estabilidad de la sociedad tradicional, centralizada y jerárquica, hacia la forma de estabilidad de la sociedad moderna, diferenciada y multifocal, donde la multifocalidad se reconoce como punto de partida y ya no se intenta tener una descripción directa del mundo.
Luhmann rinde honores a Derrida al atribuirle el mérito de haber encontrado una solución a la misión lógica fundamental de la situación posmoderna, pasar de la estabilidad por centramiento y cimentación a la estabilidad por flexibilidad y descentramiento.
¿Será posible -se pregunta Sloterdijk- que la deconstrucción siga un proyecto de construcción que apunte a la producción de una máquina de supervivencia imposible de deconstruir? Y añade que sólo podría realizar esa hazaña una teoría que, en cierto modo, ya estuviera en su propia tumba.
Ya había indicado Luhmann que la deconstrucción sobrevivirá a su propia deconstrucción, en cuanto es la descripción más pertinente de la autodescripción de la sociedad moderna.

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