Hoy se hablaría de deconstrucción, como
cuestionamiento de una tradición filosófica en la que la cultura occidental
jerarquiza y da forma definitiva a sus normas y sus valores. La deconstrucción,
según Derrida, analiza y cuestiona conceptos que se aceptan normalmente como
evidentes y naturales, que parece como si careciesen de historia y que a causa
de esta naturalidad adquirida, limitan el pensamiento.
«Deconstruir la filosofía sería pensar la genealogía estructurada de
sus conceptos de la forma más fiel, más íntima, pero al mismo tiempo, desde
cierto exterior incalificable para ella, innombrable, determinar lo que esa historia
ha podido disimular o prohibir, haciéndose historia mediante esa represión en
cierto modo interesada», escribe Derrida en Posiciones [Pre-Textos 2014].
Lo que rige la
escritura en el pensamiento de Derrida es la apertura de un espacio
donde sea insalvable, para un pensamiento y una escritura, someterse al orden
de la referencia unívoca. Es decir, que dicho pensamiento y dicha escritura deben
convertirse en espacio de recepción al vaciarse para ser su propio límite. El pensamiento sería siempre un camino. Por ello Derrida nos plantea
que si cada lenguaje sugiere una disposición en un espacio no dominable, sólo
accesible por aproximaciones sucesivas, es posible compararlo con la apertura
de un camino. Pero si el lenguaje no puede controlar la accesibilidad de esos
trayectos significa que el lenguaje estaría implicado en estas estructuras.
El propio concepto de deconstrucción
resulta asimilable a una metáfora edificatoria. La esencia de la deconstrucción
no es simplemente la técnica que sabe cómo deconstruir (demoler o derrumbar) lo
que se ha construido, sino que es una investigación que atañería a la propia
técnica.
La filosofía, en especial en la corriente
fenomenológica, ha jugado a clasificar y acotar lo inteligible, a trazar
fronteras y construir espacios. La deconstrucción, desde el momento en que
explica estas correlaciones descentra esas estructuras epistemológicas u
ontológicas y dibuja una topología
textual en la que cada saber particular tiene un espacio asignado.
La
propuesta ‘derriniana’ toma sentido situada en el límite entre la modernidad y
la postmodernidad, buscando nuevos objetivos en la escritura, volviéndola
autónoma de todo contenido referencial, proponiendo así la radical
‘deconstrucción’ de los textos, frente a los modos usuales de la hermenéutica. Derrida llegó a advertir que la deconstrucción es
algo nuevo en la filosofía: se trata de leer otra vez los textos de la
filosofía para subrayar lo que nadie ha querido leer en ellos.
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