[Oskar Kokoschka. Retrato de Paul Scheerbart. Litografía, 1910. Ed.: Publicado en Der Sturm (Berlín, Nr. 27 v. 1, Sept. 1910)]
Hace un siglo, el visionario Paul Scheerbart dejó escrito:
«¡Quién iba a pensar que yo inventaría alguna vez el móvil perpetuo!
Esto librará a la humanidad de todo trabajo. Será la estrella Tierra la que
trabaje para nosotros. La miseria, tan alabada por mí, tiene un final».
Y pensando en sus aplicaciones continuó, en esa
especie de diario que fue su obrita
‘Das Perpetuum mobile’:
“(...) Gracias [al móvil perpetuo]
todo se hace posible, en especial iluminar la noche con un alumbrado eléctrico
que lo paralizará todo. Ahora este asunto de la luz apenas es concebible. Pero
podremos derrochar electricidad e iluminarlo todo en multicolor, por doquier,
estemos donde estemos (…)
Las torres de todas las iglesias podrán inundarse de luz de arriba
abajo. También se iluminarán por entero las grandes montañas. Y después será el
turno de los vehículos luminosos y los tejados y las
colosales avenidas de luz, y las orillas de los canales (...) A esto se añadirá además la
iluminación del agua (...) ¡Qué no dirán los habitantes de otros planetas
cuando vean la cara nocturna de la Tierra iluminada de manera tan fabulosa! (...)
Finalmente, dejaremos de necesitar el Sol (...)”
Pero muchas utopías del
primer quindenio del siglo XX se desmaterializaron, igual que la vida de Scheerbart, con la Gran Guerra. Que también, y sobre todo,
supuso importantes cambios de paradigma en el pensamiento contemporáneo y por
ende en las estructuras políticas y sociales de la vieja Europa.
Scheerbart, profeta de la luz artificial -y del
vidrio [vide
su ‘Glasarchitektur’ de
1914]-, no tuvo, no pudo
tener, la visión crítica del significado socio-económico de esa ‘luz
de la Ilustración’ que en
realidad supuso la sólida explotación comercial del descubrimiento de Edison.
Pero, veamos el contexto, bien pergeñado por Robert
Kurz en Luces de progreso (*).
La historia de la modernización,
nos dice, abunda en metáforas de la luz, como si el sol radiante de la razón tuviera
que penetrar las tinieblas de la superstición y hacer visible el desorden del
mundo, para organizar por fin la sociedad conforme a unos criterios racionales.
Y
es innegable que, en cierto modo, tal y como soñaba Scheerbart, la modernización ha
convertido efectivamente ‘la noche en día’.
Hacia
finales del siglo XIX la luz eléctrica sustituyó a las lámparas de gas.
Eso suponía un ensanchamiento de las posibilidades humanas. Pero justamente eso
es lo que no ha interesado a la totalización capitalista de la luz. El modo de
producción capitalista no puede tolerar que las horas de oscuridad sean también
las horas del descanso, de la pasividad y la contemplación. Si la eliminación
de la noche ha llegado a hacerse ubicua y permanente es porque el capitalismo
requiere la expansión de sus actividades hasta los últimos límites físicos y
biológicos, ocupando
el día astronómico entero.
Los
instrumentos antiguos de medición del tiempo se ajustaban a quehaceres concretos.
La cantidad de tiempo no era abstracta sino que está orientada por una
cualidad determinada. El tiempo del trabajo abstracto, en cambio, es
independiente de toda cualidad, permitiendo que el inicio de la jornada laboral
se fije con entera independencia de las estaciones del año y los ritmos del
cuerpo. El lado nocturno es un estorbo para esa tendencia. La
producción, la circulación y la distribución de las mercancías deben funcionar
a todas las horas sin interrupción y desde que la tecnología
microelectrónica de las comunicaciones ha globalizado la circulación dineraria,
la jornada financiera de cada hemisferio enlaza sin solución de continuidad con
la del otro.
La
época del capitalismo sería también el tiempo de los ‘despertadores’, que
arrancan del sueño a los seres humanos para empujarlos hacia los ‘lugares de
trabajo’ iluminados por luces artificiales. El sueño de los hombres de la
economía de mercado es breve y ligero,
y a medida que se totaliza la competición en los mercados anónimos, el sueño y
la noche se convierten en enemigos. Las luces de la Razón ilustrada han
resultado ser la iluminación de los turnos de noche.
(*)
A.A.V.V.- El absurdo mercado de los hombres sin
cualidades. 2ª edición, febrero 2014. Ed. Pepitas de calabaza. Logroño.
(…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario