lunes, 21 de marzo de 2022

Luces de progreso [I]

[Oskar Kokoschka. Retrato de Paul Scheerbart. Litografía, 1910. Ed.: Publicado en Der Sturm (Berlín, Nr. 27 v. 1, Sept. 1910)]


Hace un siglo, el visionario Paul Scheerbart dejó escrito:
«¡Quién iba a pensar que yo inventaría alguna vez el móvil perpetuo! Esto librará a la humanidad de todo trabajo. Será la estrella Tierra la que trabaje para nosotros. La miseria, tan alabada por mí, tiene un final».

Y pensando en sus aplicaciones continuó, en esa especie de diario que fue su obrita Das Perpetuum mobile:
“(...) Gracias [al móvil perpetuo] todo se hace posible, en especial iluminar la noche con un alumbrado eléctrico que lo paralizará todo. Ahora este asunto de la luz apenas es concebible. Pero podremos derrochar electricidad e iluminarlo todo en multicolor, por doquier, estemos donde estemos (…)
Las torres de todas las iglesias podrán inundarse de luz de arriba abajo. También se iluminarán por entero las grandes montañas. Y después será el turno de los vehículos luminosos y los tejados y las colosales avenidas de luz, y las orillas de los canales (...) A esto se añadirá además la iluminación del agua (...) ¡Qué no dirán los habitantes de otros planetas cuando vean la cara nocturna de la Tierra iluminada de manera tan fabulosa! (...) Finalmente, dejaremos de necesitar el Sol (...)”

Pero muchas utopías del primer quindenio del siglo XX se desmaterializaron, igual que la vida de Scheerbart, con la Gran Guerra. Que también, y sobre todo, supuso importantes cambios de paradigma en el pensamiento contemporáneo y por ende en las estructuras políticas y sociales de la vieja Europa.
Scheerbart, profeta de la luz artificial -y del vidrio [vide su ‘Glasarchitektur’ de 1914]-, no tuvo, no pudo tener, la visión crítica del significado socio-económico de esa ‘luz de la Ilustración’ que en realidad supuso la sólida explotación comercial del descubrimiento de Edison.
Pero, veamos el contexto, bien pergeñado por Robert Kurz en Luces de progreso (*).
La historia de la modernización, nos dice, abunda en metáforas de la luz, como si el sol radiante de la razón tuviera que penetrar las tinieblas de la superstición y hacer visible el desorden del mundo, para organizar por fin la sociedad conforme a unos criterios racionales.
Y es innegable que, en cierto modo, tal y como soñaba Scheerbart, la modernización ha convertido efectivamente ‘la noche en día’.
Hacia finales del siglo XIX la luz eléctrica sustituyó a las lámparas de gas. Eso suponía un ensanchamiento de las posibilidades humanas. Pero justamente eso es lo que no ha interesado a la totalización capitalista de la luz. El modo de producción capitalista no puede tolerar que las horas de oscuridad sean también las horas del descanso, de la pasividad y la contemplación. Si la eliminación de la noche ha llegado a hacerse ubicua y permanente es porque el capitalismo requiere la expansión de sus actividades hasta los últimos límites físicos y biológicos, ocupando el día astronómico entero.
Los instrumentos antiguos de medición del tiempo se ajustaban a quehaceres concretos. La cantidad de tiempo no era abstracta sino que está orientada por una cualidad determinada. El tiempo del trabajo abstracto, en cambio, es independiente de toda cualidad, permitiendo que el inicio de la jornada laboral se fije con entera independencia de las estaciones del año y los ritmos del cuerpo. El lado nocturno es un estorbo para esa tendencia. La producción, la circulación y la distribución de las mercancías deben funcionar a todas las horas sin interrupción y desde que la tecnología microelectrónica de las comunicaciones ha globalizado la circulación dineraria, la jornada financiera de cada hemisferio enlaza sin solución de continuidad con la del otro.
La época del capitalismo sería también el tiempo de los ‘despertadores’, que arrancan del sueño a los seres humanos para empujarlos hacia los ‘lugares de trabajo’ iluminados por luces artificiales. El sueño de los hombres de la economía de mercado es breve y ligero, y a medida que se totaliza la competición en los mercados anónimos, el sueño y la noche se convierten en enemigos. Las luces de la Razón ilustrada han resultado ser la iluminación de los turnos de noche.

 

(*) A.A.V.V.- El absurdo mercado de los hombres sin cualidades. 2ª edición, febrero 2014. Ed. Pepitas de calabaza. Logroño.

 
(…)

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