viernes, 22 de mayo de 2015

Pensar en Derrida pensando a Derrida [V].

 
[5]
Debray y Derrida.
Desde la muerte de Hegel, continúa Sloterdijk, el discurso sobre el fin de la filosofía, su consumación y agotamiento, se ha convertido en un lugar común permanente en el diálogo continuo sobre esta disciplina. Sus sucesores parecían disponer de una sola alternativa, o conformarse a su carácter epigonal o, haciendo algo muy distinto, defender su originalidad. Hacia 1900, con las filosofías de la vida se intentó la combinación de esa epigonalidad del punto de vista de la filosofía del espíritu con esa originalidad del punto de vista del sustrato vital del pensamiento. La intervención de Heidegger hizo estallar ese lazo reafirmando el fin la edad de la filosofía como metafísica u ontoteología. La destrucción de la metafísica no debía únicamente sacar a la luz otro comienzo del pensamiento en una Antigüedad más profunda, sino también otra prolongación del pensamiento en una actualidad más actual. En cuyo centro, Heidegger interpreta el lenguaje esencial como la proclamación del Ser, que adopta la forma de una exhortación. De ahí su frase de que el Ser que puede ser comprendido es lenguaje. Así, se puede encontrar en dicho filósofo una forma, con restos metafísicos, del giro lingüístico que dominó la filosofía del siglo XX. Derrida también reveló esos restos en Heidegger, al llevar a cabo el giro decisivo entre la filosofía del lenguaje y la filosofía de lo escrito, descubriendo el idealismo del pensamiento del Ser como una última metafísica. Por eso leeremos los textos de la historia de las ideas como órdenes que ya no podemos obedecer. En ese sentido, Derrida señaló que su actitud ante los clásicos, caracterizada por la ética de la lectura, estaba determinada por una mezcla de responsabilidad y falta de respeto.
Entre los autores contemporáneos que, extrayendo consecuencias de lo anterior, han comprendido que la actividad filosófica exigía un cambio de paradigma se destaca Régis Debray, quien encontró la vinculación de la escuela francesa de mediología -y su consideración de la religión como 'medio' histórico de síntesis social- con la investigación acerca de las civilizaciones y con las ciencias teóricas de los sistemas de comunicación simbólica. Sloterdijk lo toma de consejero para tratar de integrar el fenómeno Derrida en la economía cognitiva de las sociedades posmodernas del saber, ya que con su hibridación de la teología y la mediología histórica en su libro Dieu, un itinéraire: matériaux pour l'histoire de l'Éternel en Occident, que incita a una comparación con Luhmann, se encontraría el signo principal de una recontextualización mediológica de Derrida.
En el relato que Debray hace de la vida de la deidad del monoteísmo, las migraciones cumplen un papel decisivo. La intuición mediológica de Debray resuelve la pregunta acerca de con qué medios logró ser capaz de viajar y no ser una deidad en arresto domiciliario, condenado a permanecer en el lugar de su autoinvención. La respuesta la da en una reinterpretación inspiradora de la secesión judía con el mundo egipcio. Y es que el concepto de medialidad forjado por Debray ya implica el elemento de transportabilidad. Por lo que la ciencia de las religiones se convierte en una subdisciplina de la ciencia de los transportes y la ciencia de los transportes -o semiocinética política-, pasa a ser una subdisciplina de la teoría del escrito y de los medios (si la última palabra de la filosofía relegada a sus márgenes fue ‘el escrito’, la palabra siguiente tenía que ser ‘el medio’). La mediología proporciona la herramienta necesaria para comprender la Entstellung, la desfiguración o el desfase, no como el solo efecto de las operaciones de lo escrito, como proclama la deconstrucción, sino, como el resultado del lazo entre el texto y el transporte.
Otra posibilidad, pues, de observar el vínculo entre los conceptos de Entstellung y différance. Si la Entstellung de una cosa, como sugiere Freud, conlleva un cambio de designación y un cambio de posición, es decir, un desfase en el espacio geográfico y político, la actividad de diferenciación debe considerarse entonces, como un fenómeno de transporte. Pensar lo individual se deduce del arquetipo de las historias de transporte. Y la aventura del transporte de la antigua humanidad y verdadero vector de una significación sagrada, es el relato bíblico del éxodo de Israel en su salida de Egipto.
Al mito de la partida se asocia el mito de la movilización total en la cual un pueblo entero se transforma en un bien mueble, autoportante. La totalidad de las cosas deben ser reevaluadas desde el punto de vista de su transportabilidad y la primera reevaluación de todos los valores se relaciona con la dimensión de las cargas. Como explica Debray, esta inversión axiológica tiene como primeras víctimas a los pesados dioses de los egipcios, a los cuales su inmovilidad petrificada les impide partir. Si el pueblo de Israel pudo transformarse en una entidad teofórica, fue porque logró transcodificar a su deidad, trasladarlo del medio de la piedra al del pergamino. Operación mediante la cual lo eterno quedará ligado en lo sucesivo a lo efímero, en cuanto lo mortal y perecedero accede al rango de vehículo de lo inmortal. A ese respecto escribe Debray que «lo divino cambia de manos: de los arquitectos pasa a los archivistas. Deja de ser monumento para ser documento. El Absoluto anverso-reverso es una dimensión ganada, dos en lugar de tres. Resultado: una sacralidad plana (milagrosa como un círculo cuadrado)».
Además, surge la cuestión de si el pueblo del Éxodo, al dejar tras de sí a los dioses pesados, podía también dejar tras de sí las pesadas tumbas de los egipcios, las pirámides que servían a los grandes muertos como máquinas de inmortalización. Si la transcripción de la deidad llevada a cabo por los judíos se expresaba en un registro transportable, se puede suponer que también podrían haber logrado trasponer el arquetipo de la pirámide a un formato portátil, si sintieron la necesidad de pirámide aún luego del Éxodo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario