El canon que ha conducido a Benjamin, quien rara vez fue censurado por sus comentaristas, a un primer
plano (con la edición en Ed. Abada de sus Obras)
sugiere, según Eduardo Maura (*), al menos cuatro pautas elementales, ninguna de las cuales procede
de las fuentes originales de su legado.
Según la primera, Benjamin no sería tanto
un filósofo cuanto un pensador poético, lo que explica algunas
incongruencias y oscuridades de su obra. Se trataría de un autor excéntrico,
inclasificable y claroscuro, que combinaría por igual fuentes místicas,
filosóficas, literarias y espirituales.
De acuerdo con la segunda, Benjamin habría
sido el primero en percibir el potencial emancipatorio de la obra de arte en el
contexto de la nueva cultura de masas. Su capacidad de observación le habría
ayudado a comprender el surgimiento de técnicas radicalmente transformadoras de
la cultura moderna en un sentido progresista. Desde este punto de vista,
Benjamin fue un optimista, a fuer de incomprendido proclive a las transformaciones
técnicas en la producción y distribución culturales de su época y también simpatizante de la destrucción del aura y de
la recepción en la dispersión.
Según la tercera, la filosofía de Benjamin
sería esotérica y oscilante, se asemejaría más al paseo sin rumbo, al fragmento
a la intemperie o al coleccionismo, que al sistema. Su trabajo intelectual
constituiría por tanto una audaz constelación de iluminaciones del mundo
moderno carente de sistematicidad. Esta falta de rigor, no exenta de una
peculiar erudición, se puede atribuir al carácter paradójico del personaje, a
su afinidad con el montaje surrealista, a sus inquietudes estupefacientes y a
la escasa consideración por las categorías fundamentales de la filosofía clásica.
Y, de acuerdo con la cuarta y última pauta,
Benjamin sería el mártir, el ángel, el oprimido, el interlocutor del pequeño
jorobado, siempre en tierra de nadie, sometido a un perpetuo exilio entre
ciudades que no le ofrecían perspectivas a medio plazo. Su pensamiento se
confundiría con una vida atravesada por la mala suerte, el rechazo y,
finalmente, la barbarie nazi. Si allá donde habitó toda su vida fue un exilio,
su muerte sólo podía ser un suicidio.
Cada una de estas simplificaciones contiene un
momento verdadero. Sin embargo, la combinación de sus elementos ha ayudado a
configurar una imagen deformada de la filosofía de Benjamin, que no fue un
pensador precisamente débil y jovial, ya que contiene elementos de un
pensamiento que se sabe tendencialmente totalizador, un desarrollo filosófico
que apunta hacia la lectura de procesos intelectuales, sociales, políticos y
culturales.
[sigue]
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