De los libros que
más nos interesan, pocas veces leemos los borradores y casi nunca recorremos
las fuentes. La existencia de un libro terminado anula, salvo, para los
especialistas, los estadios por los que atravesó. Incluso cuando se dan a
conocer nuevos fragmentos de una obra ya canonizada por la lectura, esos
fragmentos se insertan con dificultad en la idea previa que se tenía, aun cuando
se supiera que la obra estaba inconclusa.
Ahora, en cambio, con Benjamin no hay libro definitivo
pero tenemos una masa de materia todavía más viva, a través de la cual espiamos
a Benjamin, contradiciendo esa vocación por
el secreto y el ocultamiento de la que hablan sus amigos. La obra es un enigma
que, al no haberse resuelto en libro, deja abiertas muchas vías que el libro
terminado hubiera clausurado definitivamente. Tendríamos ‘El taller de
Walter Benjamin’, que nos
convoca a la arqueología. Pero se trata de una arqueología inversa, en lugar de
reconstruir una totalidad perdida a partir de sus restos, debemos trabajar
sobre las ruinas de un edificio nunca construido.
Las citas, llevadas de un lado a otro, arrancadas de su
origen textual, reproducen un movimiento. Con las citas, sostiene Sarlo, Benjamin
tiene una relación original, poética o, para decirlo más exactamente, que
responde a un método de composición que hoy describiríamos recurriendo a la
noción de intertextualidad, las incorpora a su sistema de escritura, las corta
y las repite, las mira desde distintos lados, las copia varias veces, las parafrasea
y las comenta, se adapta a ellas, las sigue como quien sigue la verdad de un
texto literario; las olvida y las vuelve a copiar. Les hace rendir un sentido,
exigiéndolas.
Benjamin encadena las citas y las modela como si fueran
una escritura personal, las dispone en la página con un sentido de composición.
Repite citas a veces precedidas de un comentario corto, otras veces las
incorpora a un texto más extenso en el que ya han adquirido el aire de la prosa
benjaminiana, transformándose hasta parecer que Benjamin las hubiera escrito y
no copiado. Lo mismo hace con sus propios textos, a los que trata como citas,
desplazando párrafos de un trabajo anterior a uno siguiente, recomponiendo
frases o cambiando un adjetivo.
Laboriosamente copiados, los párrafos ajenos y la
repetición de los propios llenaron cuadernos y cuadernos a la espera de que
apareciera ese lugar donde resultaran indispensables.
Cuentan que Benjamin, refiere Sarlo, era un conversador
fascinante. Como escritor, esta cualidad dialógica lo empuja hacia la cita, esa
amistad con la escritura ajena, que es a la vez un reconocimiento, una
competencia y un combate.
La cita no es sólo la presentación de una prueba de
aquello que se quiere demostrar (como en los escritos convencionales) sino una
estrategia de conocimiento. La cita, a su vez, comparte con el aforismo su
brevedad y aislamiento
respecto de un texto corrido. En realidad, toda cita significativamente elegida
funciona como aforismo.
(sigue)
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