lunes, 27 de julio de 2015

Olvidar a Benjamin [I].


[Como escribía el benjaminiano Agamben en 'Signatura rerum', la doctrina sólo puede exponerse legítimamente bajo la forma de la interpretación].

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Su muerte en un oscuro paso de frontera muestra, invirtiendo su famosa “Tesis sobre la Filosofía de la Historia", que todo acto de barbarie puede suponer, de parte de quien lo soporta, un acto de cultura, como escribe Beatriz Sarlo [*].
Antes del episodio final del cierre temporal de la frontera entre España y Francia, que lo llevó al suicidio, se produjo el allanamiento y la confiscación de su biblioteca y parte de sus manuscritos. ¿Cómo iba a seguir viviendo sin ellos? se pregunta Arendt, precisamente Benjamin, que había hecho del arte de citar una de las formas más altas de la escritura (porque la pasión de la cita habitaba todo lo que escribió) y para quien la biblioteca [ver su Desembalo mi biblioteca en Olañeta Ed. Palma 2012], no sólo porque creyera que podía usarse como un cajón de herramientas, sino porque era un espacio tanto físico como intelectual y no sólo un lugar de investigación sino de vagabundeo y de ocio. Y es que la biblioteca (y bien lo saben los perseguidos de todos los regímenes) es lo primero que se pierde, nos dice Sarlo.
Sin embargo, es posible resistirse a creer que todo hubiera podido terminar de manera diferente. En las coincidencias fatales se encuentran rastros de un destino, que Benjamin nunca evitó.
Y es que Benjamin no supo jamás administrar su vida ni su trabajo. Benjamin se interesó por reproducción estética y, fundamentalmente, por la ciudad. El objeto inabarcable de su obra inconclusa, el Libro de los Pasajes: un complejo artefacto urbano examinado en sus dimensiones materiales y simbólicas. No una ciudad, sino la espacialización del capitalismo y del arte moderno.
En la resistencia a normalizar su escritura según las reglas de la cultura académica o del mercado editorial reside una de las claves ideológicas y formales de toda su obra. Desde la perspectiva profesional, las conductas de Benjamin fueron torpes y cada una de las dificultades que encontró para publicar sus escritos tuvo su anticipo en estrategias desviadas respecto de los fines que decía perseguir.
Es menos importante lo que Benjamin efectivamente dijo que lo que Benjamin está diciendo hoy, señala Sarlo. Esta lectura lo coloca en la perspectiva del presente y encuentra en él incitaciones para pensar no sólo los temas que Benjamin pensó, sino todos los temas de la posmodernidad.
A partir de Benjamin se define un campo de pensamiento donde sus tópicos se cruzan con las obsesiones de sus lectores. De este modo, Benjamin es reactualizado y, en el límite, funcionalizado.
La actualidad entonces de Walter Benjamin como pensador de la crisis unifica las lecturas ‘partidarias’ de su obra. Y esa lectura coloca a Benjamin en una topografía contemporánea.
Pero es preciso recordar que este pensamiento de la crisis fue también un pensamiento de la desconfianza respecto de las coincidencias demasiado plenas. Benjamin funda la posibilidad de la traducción precisamente en el reconocimiento de que la traducción "mantiene una relación desproporcionada, violenta y extraña respecto de su contenido".
La traducción permite escapar a la incomprensión que Babel instaló en las sociedades humanas y sus lenguas, pero esa salida no se abre a partir de la igualdad sino de la diferencia. En este sentido, la actitud más firme de Benjamin consistió en desconfiar de las propias certezas, recelo más necesario incluso que la crítica de las certezas ajenas.

(sigue)

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