El coleccionista, dice Benjamin, despoja a la mercancía
de su valor de uso, la sustrae de su función práctica, suspende su circulación,
para incorporarla a un espacio ordenado y artificioso, impulsado por, un imposible y nunca resignado deseo de totalidad. Un
trabajo utópico, ya que, por definición y por su propia lógica, no puede
existir colección completa.
La verdad, entonces, vive en los detalles, pero nunca se
estabiliza en ellos, pasa de uno a otro y, sobre todo, emerge en su contraste.
Benjamin conoció esa pasión por los detalles y la
practicó con la agudeza de lo que Adorno
definió como ‘mirada microscópica’, o la mirada de Medusa, como Benjamin llamaba
a la mirada de los surrealistas. Descubrió en las colecciones el espíritu de
una época que no puede captarse en sus grandes movimientos sino en la
insignificancia aparente del detalle. Según Sarlo, ilumina lo inusual y lo
particular con la certeza de que abstraído, recortado y anclado por dicha
mirada, pueda poseerse. La mirada de la Medusa captura lo fugitivo y lo fija
como un alfiler fija la mariposa a la colección.
Por otra parte, en esos recorridos que inventa en las
ciudades (Berlín, Moscú, París), Benjamin alcanza la iluminación profana, una
forma secular, material, de revelarse la verdad. El arte (Benjamin lo anotó
muchas veces a propósito de los surrealistas) tiene una capacidad intensa de producir
estos encuentros inesperados entre sentidos diferentes. Ni relativista ni escéptico,
Benjamin trabajó decididamente en la empresa de saber qué significaba el arte
en relación con su contenido de verdad.
Como en la rememoración, este contenido de verdad se
esconde en los pliegues y los detalles de una materialidad que Benjamin sabe infinita
pero que sólo puede manifestarse y conocerse en una flexión de la historia.
Benjamin es subversivo por la corrosión a que somete sus
materiales artísticos, sin duda. Pero lo es más todavía por esta idea, que no
desaparece de su empresa teórica y crítica, la de la existencia, secreta y
esquiva, de un contenido de verdad que produce un saber y tiende hacia una
dimensión práctica. El arte, como escenario privilegiado de este saber, lleva
las marcas del pasado, de la explotación y el dolor, a la vez que anuncia el
futuro. Pero no hay síntesis sino conflicto, la forma de su verdad es la
contradicción.
(sigue)
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