lunes, 11 de agosto de 2014

Reflexión sobre la muerte, el memento mori y el holocausto [I].



I)
Según Leonardo Senkman, a quien seguiremos aquí [*], la concepción de los judíos de M. J. Kahn, necesitó diferenciar conceptualmente entre lo que llamó el ‘judaísmo’ respecto de la ’judeidad’ [existencia sociológica de los judíos].
Parte del mito religioso fundacional del judaísmo que fue la revelación bíblica en el Sinaí; revelación esencialmente lingüística. Consecuente con esa naturaleza lingüística, la lengua hebrea sería un lenguaje sagrado constitutivo y expresión de la revelación y la misión de los judíos como pueblo elegido habría estado consagrada a retener ese lenguaje sagrado. Para Kahn, el judaísmo es culto de la palabra, y creía que la grey judía tradicional estuvo conformada por un culto del nombre.
Tal cosmovisión lingüística habría caracterizado al judaísmo talmúdico y cabalístico. Pero además, los judíos en el mundo tradicional habrían logrado cumplir su misión de comunidad sacramental porque vivieron en el retiro de su ‘espacio-tiempo’ completamente espiritual.
De aquí que Kahn diferencie al judío sinaico de los otros judíos que a lo largo de la historia moderna abandonaron los muros del gueto, se aculturaron y adoptaron lenguas profanas de la modernidad.
Dentro de ese sistema de opuestos hay que comprender que Kahn reivindique la noción de ‘pueblo elegido’ para los judíos ‘sinaicos’ y recuerda la misión sagrada de su naturaleza, ya que el judío «no se había hecho judío: había nacido judío». Aunque el pueblo elegido fuese ’hijo del dolor’.
La santidad de los judíos en la diáspora hostil fue pensada por Kahn simultáneamente a la sabiduría de la muerte. Años antes del Holocausto, creía que la muerte no era el opuesto a la vida si se estaba dispuesto a morir para santificada. La vida de los judíos habría transcurrido en ese tránsito intermitente.
Según esta concepción, el judío prefirió vivir inerme y eligió la indefensión frente a la violencia antisemita durante muchos siglos. Kahn estaba convencido de que «el antisemita experimentaba la tremenda satisfacción de intentar arrancar, hasta con su raíz capital, una grey de sacerdotes vulnerables». En situaciones límites de judeofobia, el judío piadoso decidió morir mártir invocando el juramento de fidelidad a su Dios, rezando la plegaria diaria de su fe «Oye Israel».
Mientras en el mundo tradicional el judío no temía a la muerte, en cambio, los judíos asimilados en el siglo XIX se angustiaban de la muerte porque les recordaba el destino sacramental al que habrían renunciado en pos de su integración sociocultural a la modernidad. Por eso, Kahn afirmó que los antisemitas modernos los odiaban doblemente.
Kahn elaboró su teoría del antijudaísmo, en tanto odio al judaísmo como doctrina y religión monoteísta, a la par que caracterizaba a la judeofobia, de odio al judío como persona individual y colectiva.
«Antijudaísmo y judeofobia son aspectos opuestos de la actitud antisemita», afirmó Kahn. El primer aspecto es resistencia cómoda contra el emerger del judaísmo; el segundo aspecto se manifestaba en agresión contra el judío porque el antisemita descubría, paradójicamente, que encubría su misión sacramental. En determinadas fases de la historia había prevalecido uno u otro componente de la hostilidad antisemita.
Según esta concepción, la verdadera razón del odio antisemita moderno seguía siendo de tipo religioso: «antijudaísmo y judeofobia adoptaron formas de una judeofobia feroz, en nombre de ideales estéticos… ».
Luego del Holocausto, en su ensayo «Los antijudíos filosemitas», Kahn desenmascaraba a los supuestos amigos del judío después del genocidio perpetrado por los nazis: ellos escondían por civilización su hostilidad al judío en tanto ser humano, pero, sin embargo, no ocultaban su instintivo repudio al judaísmo, en tanto doctrina espiritual. Según Kahn, el filosemita ‘por civilización’ que reemplazó al judeófobo, era un impostor que continuaba siendo antijudío ‘por instinto’.
Tener un rostro bifronte, ser filosemita por educación, sin poder arrancarse del fuero interno esa aversión instintiva contra los judíos, es según Kahn, la persistencia del odio al judaísmo en la Europa pos-Holocausto, camuflado de filosemitismo y desentendido del modo en que los judíos sobrevivientes de aquellos años vivían la terrible experiencia de la muerte y el exterminio recientes.
La preocupación por la muerte en Kahn, se transformará en una obsesión a partir de su conocimiento personal del genocidio de los judíos europeos. El Holocausto le hizo cambiar radicalmente su visión del memento mori, y también su idea de la muerte mártir de los judíos.
Acerca del memento mori esbozó en un ensayo una reflexión sobre «morir la vida y vivir la muerte». Hay evidencias de la posible influencia de F. Rosenzweig en Kahn, que radicaría en la convicción de que el judaísmo no se desentiende de la angustia individual ante la muerte: su angustia la transforma en sabiduría de la muerte. El memento mori del judío, lo que siente el judío al dar con el monstruo de la exterminación, cara a cara, es para Kahn la victoria sobre la nada y la confirmación de la perduración del judaísmo, pero siempre y cuando los judíos sobrevivan.
Kahn comprendió que los judíos no sólo dejaron de ser dueños de sus vidas, también fueron despojados de sus propias muertes. Y escribe: «La muerte violenta contra natura se hizo una cosa tan natural, que la muerte natural llegó a ser para ellos algo así como para los demás, la vida [...]. En realidad, su vida se convirtió en un esperar la muerte».
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Kahn desarrollará de modo más consistente sus ideas sobre el significado de la muerte y del judaísmo. Su tesis es que el nacionalsocialismo procedió a la exterminación de los judíos, «porque el judaísmo es el sustrato del sentir religioso de la humanidad monoteísta». Y la Segunda Guerra Mundial se explicaría, según él, como una guerra total contra los judíos [sinaicos] para someter el orbe al ateísmo y diezmar a la única ’nacionalidad espiritual’.
 

[…]

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