domingo, 31 de agosto de 2014

Última cuestión.

[by Google]

Acerca de la cuestión antisemita [*]

El ciudadano normal que está al corriente de los temas públicos, sabe que los judíos no representan un problema para la sociedad, los que realmente lo plantean son aquellos a quienes se llama inmigrantes. En este espacio es donde se puede debatir el ‘límite de la tolerancia’, es ahí donde se sitúa la división del género humano entre ciudadanos y extranjeros. Se trata sencillamente, escribe Schulze, de pagar el justo precio del universalismo de los derechos del hombre.
Hay que aceptar que, si existe un problema antisemita, éste no tiene nada que ver con la ‘cuestión judía’ que se resolvió al transformar la religión de causa pública en causa privada. El antisemitismo tiene una lógica que le es propia, según Postone, que se desarrolla aunque no haya judíos.
Pero también, señala Schulze, el ciudadano pasa el tiempo deplorando la ‘tragedia judía’. Utiliza Auschwitz para neutralizar los estados anímicos que le produce la contradicción de su propia condición social de ciudadano que aúna sus valores universales a la sociedad capitalista que conlleva un antisemitismo activo. El ciudadano se halla a la búsqueda de una impresión viva que provoque el espíritu, en vez de poner a su espíritu en la búsqueda de la comprensión del antisemitismo y prefiere verse afectado en vez de entender lo que ha sucedido.
Esta manera común de razonar, que oscurece en vez de esclarecer, tiene la ventaja de exponer a la luz pública la disposición del ciudadano a abrazar el antisemitismo. Existe claramente en este mundo que se llama de economía de mercado y democracia, una fuerte carga de antisemitismo que afecta hasta los más íntimos movimientos del alma de los ciudadanos.
Hace unos años, los antirracistas estigmatizaron de manera unánime el ‘rechazo del otro’, hoy quieren anular cualquier esperanza de un mundo sin racismo ni antisemitismo. El ciudadano y el antisemita, dice Schulze, se ponen de acuerdo para afirmar que el antisemitismo es un asunto del corazón humano, aunque el antisemita prefiera llamarlo amor a la patria y el ciudadano odio al otro. Quien ha sembrado el antisemitismo en el corazón del hombre no tiene ningún argumento para destruir el orden social cuya conservación ya ha exigido más de una vez, que el antisemitismo pase a la acción.
La retórica del ‘odio al otro’ hace que la cuestión antisemita sea una falsa abstracción, esa abstracción escondería cómo el individuo siguiendo los caprichos del mercado, se convierte en hombre nacional que es llevado a enfrentarse al poder de la ‘internacional judía’. Una formulación que encubre hechos sociales como pueden ser la lucha por la supervivencia económica dentro del cuadro de la competencia general. La figura del ‘odio al otro’ se situaría entonces en otro lugar en la que no se actúa movido por el odio sino apoyado por las leyes. Ya que sería perfectamente racional la distinción administrativa entre ciudadano y extranjero.
Esta distinción no se halla en el origen del antisemitismo moderno que ha querido ser totalizante en la medida que pretendía, a priori, la destrucción de todos los judíos. Auschwitz, espacio ‘edificante’ por excelencia para el ciudadano enseña, como resalta Schulze, que el antisemitismo moderno, al igual que toda la política de inmigración, actúa en el ámbito de la ley, de la administración y de la policía. El Estado se convierte en antisemita cuando la conservación del orden capitalista exige dar un paso adelante. En este momento se afirma ‘la identidad nacional’ y el antisemitismo está en el centro directivo de esta ‘identidad’.
Los elementos fundamentales de la dinámica nacional están presentes de manera característica en los tiempos ‘normales’. La nación que se tiene por ser lo que hay de más concreto, es, de hecho, una pura abstracción. Ante la evidencia de la imposibilidad de definir racionalmente la esencia nacional, el Estado la define por exclusión: el ciudadano nacional se define mediante la negación del extranjero.
Cuando una sociedad entra en crisis, el derecho de los extranjeros se endurece, la autoridad soberana se afirma bajo la forma de la nación. La exaltación de la nación acrecienta la diferencia entre nacionales e inmigrados. Finalmente, el Estado se vuelve abiertamente autoritario con el fin de doblegar las fuerzas centrífugas que podrían agitar la sociedad en el curso de una crisis. La nación se convierte en la forma ideológica en la que se invita al ciudadano a contemplar la administración de los asuntos cotidianos mediante el uso de la fuerza bruta.
Se trata de una especie de idealismo real, plantea Schulze. La nación, que pretende ser la cosa más concreta existente, es de hecho, lo más abstracto. Así, la única manera que una abstracción se haga pasar por algo concreto residirá en suponerse atacada por ‘fuerzas abstractas’ de las ‘potencias cosmopolitas’ que maquinen infatigablemente para disolverla, lo que la llevará a combatirlas de la misma manera. Cuanto más se agrave la crisis social, más se afirmará la autoridad del Estado y la nación se lanzará con más fuerza a perseguir a los ‘agentes disolutos’ a los que se responsabiliza de ser los causantes de la crisis social ya que se presenta bajo la forma de ‘decadencia nacional’.
La ideología antisemita va siendo más real a medida que se agrava la situación nacional. El combate contra las potencias abstractas consiste, según Hilberg, en definir, expropiar, concentrar y aniquilar a los judíos, porque personifican estas fuerzas. En vez de solucionar la crisis social mediante una revolución social, ésta se sustituye por una ‘revolución nacional’ contra los judíos.
Por todo ello, concluye Schulze, el antisemitismo es una ideología secundaria que no puede combatirse como tal. Inscrita en las relaciones de producción capitalista, resucita cada vez que empieza a derrumbarse la marcha tranquila de la acumulación. Y en ella el antisemita descubre el desolador consuelo de encontrarse al lado de un poder que les atacará en el mismo instante en que crean atacarlo atacando a los judíos.


[*] Schulze, Bodo.- ‘De la question antisémite’.  Rev. Temps Critiques. nº 2. Otoño 1990.


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