miércoles, 7 de noviembre de 2018

Fragmentos de memoria.

 
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En una anterior visita a nuevas salas de exposición del Museo Nacional de Arte Moderno de París (Centre Pompidou), un arquitecto tuvo inconscientemente que fijar una atención especial en la maqueta real de un edificio, sugerente y emotivo, que no le pudo dejar indiferente. Además, por causas no aleatorias probablemente, era la única de las maquetas de la sala colgada verticalmente, como un relieve, y ello contribuyó a que su percepción fuese más nítida, con proyección y perspectiva singulares, y su lectura y entendimiento se presentasen entonces como una verdadera epifanía de la obra arquitectónica.

Y es que el Museo Judío de Daniel Libeskind en el Berlín moderno dibuja con su planta un auténtico alegato de cósmica denuncia, la estrella de David tan cercenada o rota es signo perdurable del no-olvido imnombrable, una señal de inmanente recuerdo de la sumisa permisión del dios de la crueldad y el holocausto. Signo sólo visible desde las latitudes de ese eterno Jehová, que no tendrá memoria, pero que no soportará el olvido de todo lo sufrido por los hombres...
Para el hombre, por contra, su lacerante alzado a ras de tierra supone sin embargo una proa insumisa, un tajo, un aullido que saja la vergüenza. O también, cual pétreo yacimiento, un formidable dique que telúrico surge del magma primigenio germinado de sangre, de dolores sin alma, de cadáveres...
Quién sus muros traspasa percibe una agonía, harapos desgarrados de mortaja, que al silencio transformará en memento.

Libeskind, en el terreno arquitectónico, puede haber llevado a cabo en este caso, la resignada tarea que Dmitri Shostakóvich se formuló en el campo musical: “Bach es imbatible en su terreno, nosotros sólo podemos vencerle... en rebeldía y en desgarro interior”.

Pero, tras esa consigna, esa shibbólet, ¿no nos obligará alguien, algún otro día, a tener que edificar otro museo del horror?

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2 comentarios:

  1. Don Tipo:

    Un breve apunte sobre lo que considero el elemento clave de esta obra de Libeskind: el ángulo. No sólo ni principalmente el ángulo como punto de vista general, tampoco como anuncio del punto de fuga, sino como ariete de la línea quebrada que simboliza la historia del pueblo judío en Alemania y, muy en particular, de la cicatriz producida por la culpa y el remordimiento en el alma del pueblo alemán. Así como la forma quebrada es visible desde un plano aéreo, el ángulo se percibe de un modo opresivo por el visitante. No hay escapatoria estética una vez dentro. El simbolismo conseguido por Libeskind se completa con la diagonal que apunta el último cuerpo del edificio contemporáneo hacia el edificio barroco del XVIII que fue sede del Tribunal Supremo de Prusia. ¿Enlaza así Libeskind el Holocausto con la historia judía en Alemania? No lo sé pero la riqueza simbólica de esta obra da pábulo a esa interpretación.

    Por último, no está de más recordar que Libeskind se basó en el pasaje Calle de un solo sentido de Walter Benjamín. Varios símbolos con un único sentido, es el crisol del edificio de Liberkind.

    Bartleby

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  2. Ineludible enriquecimiento simbólico su aportación. El enlace con las contradicciones (línea quebrada) de la historia judía en la Alemania entre guerras es claro, repasaremos ad hoc a Enzo Traverso.

    La recomposición espiritual que preciso no pasa ahora por ningún pragmatismo. Más adelante.

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