Pieter Claesz
No es baladí afirmar que en el siglo XX hubo numerosas
muestras de interés sobre las diversas formas de pensamiento y cultura barroca.
De manera especial en lo que a la literatura y las artes plásticas se refiere,
pero sin olvidar que, para la más radical ‘filosofía de la historia’ de este belicoso siglo, el ethos
[‘conjunto de rasgos y comportamientos que conforman una identidad’]
barroco otorgó claves imprescindibles para comprender los fenómenos más
relevantes que lo caracterizaron.
Las ciudades bombardeadas, los problemas internacionales, la
fractura de una cultura compartida y la quiebra que la racionalidad sufrió a
causa de sus propios medios, fueron descritas en gran medida con tropos que el
siglo XVII utilizaba para reflexionar melancólicamente sobre sus propios
conflictos.
De entre los distintos pensadores que se pararon a
contemplar ese inaudito paisaje de esqueletos y rupturas, Benjamin es uno de los más destacados representantes de una mirada
radical que se detuvo a reflexionar sobre lo político en su generalidad
y sobre las condiciones tardomodernas de la experiencia en particular.
Proveniente de una tradición mesiánica y utópica que no temía comprometerse con
el marxismo, Benjamin observó que el presente vívido del totalitarismo se
imponía con la fuerza de un instante
de peligro que amenazaba las formas sociales de la transmisión de la
memoria y sobre todo el futuro de lo humano.
Ello frente a un Carl Schmitt, comprometido activamente con
el nacionalsocialismo, quien observó a la modernidad como una era de neutralizaciones a través del
liberalismo burgués y de la democracia de masas. Los dos escudriñarían las
figuras de la soberanía que el siglo XVII esbozó para la posteridad, pero lo
harían de formas inversas, donde Schmitt vio la configuración de una soberanía
fuerte capaz de suspender el derecho para la defensa del estado [según Schmitt, soberano “es el que decide sobre el estado de
excepción”], Benjamin observó la naturaleza melancólica de los
príncipes que caerían como un sol en el atardecer.
Para Benjamin, entonces,
el tiempo presente se ofrecía como la
ocasión de la detención revolucionaria
del tren de la historia, [la
alegoría de la revolución como activación de la palanca de freno de la
locomotora universal para el Benjamin de la década de 1930 simbolizaba que la revolución
consistiría en la detención mesiánica
del continuum histórico que la ideología burguesa y social-demócrata
confundía con el progreso. Que la historia siguiera su curso como una
locomotora sin freno era, para él, justamente la catástrofe que debería
detenerse con la acción revolucionaria del proletariado]. Por el
contrario, para el jurista católico, el presente estaba urgido de una decisión soberana a través del
régimen dictatorial. Revolución y contrarrevolución se enfrentaban mediante la
revisión política de la historia, pues para ambos pensadores lo decisivo en
última instancia era lo político. Entrarían, pues, en un conflicto
póstumo donde el objeto del litigio era la herencia del siglo XVII. El Barroco
entró, así, en disputa, y lo hizo a través de dos proyectos políticos
contrapuestos.
¿Dónde estaban entonces las claves de la experiencia
de la modernidad, como época de crisis y progreso, de regresión y racionalidad?
Recientemente, Agamben ha sostenido que la expropiación de la experiencia
estaba implícita en el proyecto fundamental de la ciencia moderna. Sin embargo,
Benjamin ya defendió un argumento distinto. Para él no sólo el arte moderno había sido
antecedido por los dramas barrocos y su amor por la alegoría en tanto forma de
expresión, sino que también la experiencia moderna en su conjunto había sido
modificada por el impacto de la tecnología sobre la sensibilidad humana. El
empobrecimiento de la experiencia debería ser comprendido como un embate del
capitalismo tardomoderno.
Si el siglo XX nos ha enseñado que el carácter decididamente
devastador de la violencia depende en esencia de los avances de la técnica, lo
que obligó a reflexionar sobre el divorcio que se establecía entre la
experiencia política y el vocabulario utilizado para nombrar los fenómenos
sociales cuando entraron en un periodo crítico, ¿qué aprendió el siglo XX del
Barroco?
El discurso de la historia asimiló del Barroco la lectura de
la desgracia como una suma de catástrofes naturales y, al mismo tiempo, la
historia se contempló como una catarata que arrastraba a su iracundo paso las
ruinas de un proyecto civilizatorio. La modernidad tardía aprendió del
Barroco el lenguaje de la crisis. [*]
[*] vide Hdez.
Castellanos D. A.- El Barroco en disputa:
Carl Schmitt y Walter Benjamin entre lo estético y lo político.
* *
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Nota bene: (Por aquello de las casualidades, o
las afinidades electivas, reflejadas en el blog).
En una
obrita de C. Schmitt escrita en prisión, ‘Ex
captivitate salus’ [Ed.
Trotta. Madrid, 2010], el
autor renano remitió a dos de las figuras de la mitología clásica la postura
que, según él, podía adoptar el hombre religioso. Se trata de Prometeo y Epimeteo. Prometeo, que quiso robar a los dioses su atributo divino, el
fuego, evocaría al ser humano soberbio que quiere comer el fruto del árbol del
bien y del mal para ser como dios. Epimeteo sería, sin embargo, el hombre que
es obediente a los preceptos divinos. Schmitt señaló en repetidas ocasiones que
él es un Epimeteo cristiano y declara su rechazo a lo prometeico.
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