sábado, 11 de diciembre de 2021

Barroco [II].

El Barroco, clave de la experiencia moderna.

Pieter Claesz

No es baladí afirmar que en el siglo XX hubo numerosas muestras de interés sobre las diversas formas de pensamiento y cultura barroca. De manera especial en lo que a la literatura y las artes plásticas se refiere, pero sin olvidar que, para la más radical ‘filosofía de la historia’ de este belicoso siglo, el ethos [‘conjunto de rasgos y comportamientos que conforman una identidad’] barroco otorgó claves imprescindibles para comprender los fenómenos más relevantes que lo caracterizaron.
Las ciudades bombardeadas, los problemas internacionales, la fractura de una cultura compartida y la quiebra que la racionalidad sufrió a causa de sus propios medios, fueron descritas en gran medida con tropos que el siglo XVII utilizaba para reflexionar melancólicamente sobre sus propios conflictos.
De entre los distintos pensadores que se pararon a contemplar ese inaudito paisaje de esqueletos y rupturas, Benjamin es uno de los más destacados representantes de una mirada radical que se detuvo a reflexionar sobre lo político en su generalidad y sobre las condiciones tardomodernas de la experiencia en particular. Proveniente de una tradición mesiánica y utópica que no temía comprometerse con el marxismo, Benjamin observó que el presente vívido del totalitarismo se imponía con la fuerza de un instante de peligro que amenazaba las formas sociales de la transmisión de la memoria y sobre todo el futuro de lo humano.
Ello frente a un Carl Schmitt, comprometido activamente con el nacionalsocialismo, quien observó a la modernidad como una era de neutralizaciones a través del liberalismo burgués y de la democracia de masas. Los dos escudriñarían las figuras de la soberanía que el siglo XVII esbozó para la posteridad, pero lo harían de formas inversas, donde Schmitt vio la configuración de una soberanía fuerte capaz de suspender el derecho para la defensa del estado [según Schmitt, soberano “es el que decide sobre el estado de excepción”], Benjamin observó la naturaleza melancólica de los príncipes que caerían como un sol en el atardecer.
 Para Benjamin, entonces, el tiempo presente se ofrecía como la ocasión de la detención revolucionaria del tren de la historia, [la alegoría de la revolución como activación de la palanca de freno de la locomotora universal para el Benjamin de la década de 1930 simbolizaba que la revolución consistiría en la detención mesiánica del continuum histórico que la ideología burguesa y social-demócrata confundía con el progreso. Que la historia siguiera su curso como una locomotora sin freno era, para él, justamente la catástrofe que debería detenerse con la acción revolucionaria del proletariado]. Por el contrario, para el jurista católico, el presente estaba urgido de una decisión soberana a través del régimen dictatorial. Revolución y contrarrevolución se enfrentaban mediante la revisión política de la historia, pues para ambos pensadores lo decisivo en última instancia era lo político. Entrarían, pues, en un conflicto póstumo donde el objeto del litigio era la herencia del siglo XVII. El Barroco entró, así, en disputa, y lo hizo a través de dos proyectos políticos contrapuestos.
¿Dónde estaban entonces las claves de la experiencia de la modernidad, como época de crisis y progreso, de regresión y racionalidad? Recientemente, Agamben ha sostenido que la expropiación de la experiencia estaba implícita en el proyecto fundamental de la ciencia moderna. Sin embargo, Benjamin ya defendió un argumento distinto.  Para él no sólo el arte moderno había sido antecedido por los dramas barrocos y su amor por la alegoría en tanto forma de expresión, sino que también la experiencia moderna en su conjunto había sido modificada por el impacto de la tecnología sobre la sensibilidad humana. El empobrecimiento de la experiencia debería ser comprendido como un embate del capitalismo tardomoderno.
Si el siglo XX nos ha enseñado que el carácter decididamente devastador de la violencia depende en esencia de los avances de la técnica, lo que obligó a reflexionar sobre el divorcio que se establecía entre la experiencia política y el vocabulario utilizado para nombrar los fenómenos sociales cuando entraron en un periodo crítico, ¿qué aprendió el siglo XX del Barroco?
El discurso de la historia asimiló del Barroco la lectura de la desgracia como una suma de catástrofes naturales y, al mismo tiempo, la historia se contempló como una catarata que arrastraba a su iracundo paso las ruinas de un proyecto civilizatorio. La modernidad tardía aprendió del Barroco el lenguaje de la crisis. [*]



[*] vide Hdez. Castellanos D. A.- El Barroco en disputa: Carl Schmitt y Walter Benjamin entre lo estético y lo político.


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Nota bene: (Por aquello de las casualidades, o las afinidades electivas, reflejadas en el blog).
En una obrita de C. Schmitt escrita en prisión, ‘Ex captivitate salus’ [Ed. Trotta. Madrid, 2010], el autor renano remitió a dos de las figuras de la mitología clásica la postura que, según él, podía adoptar el hombre religioso. Se trata de Prometeo y Epimeteo. Prometeo, que quiso robar a los dioses su atributo divino, el fuego, evocaría al ser humano soberbio que quiere comer el fruto del árbol del bien y del mal para ser como dios. Epimeteo sería, sin embargo, el hombre que es obediente a los preceptos divinos. Schmitt señaló en repetidas ocasiones que él es un Epimeteo cristiano y declara su rechazo a lo prometeico.

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