Neobarroco
e hipermodernidad (1).
Si
lo más perceptible en el Barroco histórico era la densidad acumulativa de
apariencia caótica acomplejada en pliegues y repliegues junto al trabajo
acelerado de las formas en contacto, cuando no en sobreposición, no es extraño,
señala en un recentísimo artículo Gª Berrio [*], que se le
invoque para explicar el arte y la cultura del universo actual.
La
generalización del término neobarroco por parte de críticos y tratadistas
es un proceso de caracterización nominal ahora ya normalizado. La situación concreta
del barroco contemporáneo lo descubrimos, entre otros, en “Por todas partes el barroco vuelve” de José Luis Brea [en su libro Nuevas estrategias alegóricas.
Ed. Tecnos. Madrid, 1991]. Por su parte, el término de hipermodernidad es de extendida utilización por
la sociología cultural desde Gilles Lipovetsky. Además, la conceptualización de
la continuidad ininterrumpida de lo moderno hasta el actual tiempo hipermoderno
que asume Lipovetsky, viene a coincidir con la inveterada persuasión sobre la
supervivencia de la Modernidad, originada en la revolución romántica y sucesiva
al clasicismo renacentista, que englobaba como momento epocal intenso a la
cultura del Barroco.
En todo caso, según Brea, la reimplantación
neobarroca del arte se resistiría al forzamiento de analogías estrictas con el
entendimiento clásico del Barroco histórico. Su proximidad, la de Brea, con las
demasías aporético-deconstructivas de los postmodernos resulta, no obstante,
más incontaminada que la de Calabrese en su libro La edad neobarroca.
Calabrese encontraría una serie de rasgos
constantes que caracterizarían al neobarroco posmoderno: límite y exceso,
desorden y caos, ritmo y repetición, inestabilidad y
metamorfosis, detalle y fragmento, nodo y laberinto, complejidad
y disolución, distorsión y perversión, etc.
Añádase,
la convergencia actual del neobarroco hipermoderno en pintura con la
restitución a la normalidad tradicional del ‘nuevo realismo metafísico’ de
Ferraris, precedido por un restablecimiento del ‘realismo científico’ de los
filósofos de la ciencia. Se trataría, entonces, de identificar los perfiles
bien diferenciados del neobarroco, tanto en su conjunto como volumen de
generalización epocal hipermoderna, cuanto en sus articulaciones
idiosincrásicas individuales.
*
El
Barroco no sólo fue el estilo de una época de la cultura y de las artes sino un
periodo donde se registró, en todo caso, la afloración hipertrofiada de una de
las constantes universales antitéticas que concurren en el despliegue
diacrónico de la sincronía del espíritu -la otra constante sería la depuración
lineal desde el clasicismo ático-. Las características más visibles de lo
barroco se han visto reaparecer en otros momentos de la sucesión histórica. Una
de esas afloraciones epocales fue la de la llamada ’revolución’ romántica a
partir de mediados del siglo XVIII. De entonces acá el despliegue de la
sensibilidad alternativo a los constructos del racionalismo estricto, ha tenido
una presencia recrecida en otras épocas de la historia moderna del arte bajo
distintas modulaciones.
No
han sido escasas las ocasiones históricas en que reacciones de signo tortuoso a
la linealidad purista de los estilos han estado identificadas como revueltas
barroquistas, denominadas como neo-barrocas.
En
cuantas ocasiones se ha recurrido a lo barroco para identificar afloraciones
neobarrocas, se ha convocado a revisión casi únicamente a la kenofobia [horror vacui o miedo
al vacío] acumulativa, acompañada como mucho por la de desmesura
y violencia que le asignaban al Barroco histórico los acercamientos
historiográficos menos afinados y superficiales. No faltan tradiciones en la historiografía
que señalaron la contradicción de que hubiera sido la severa cultura
aristotélica realista de los padres conciliares de Trento la que constituyó la
doctrina central del Barroco como ideología de la Contrarreforma. En su matiz
de explotación exhaustiva del aristotelismo retórico como fundamentación
barroca del estilo, el Barroco histórico respondía a una disciplinada revisión
racionalista del mundo, que más bien debería figurar como la antítesis de los
movimientos postrománticos modernos.
Estudios
historiográficos documentaron una visión del Barroco como última etapa de la
Edad Renacentista, donde la exploración conceptista del mundo se ceñía a la
esfera de los poderes racionales de la agudeza ingeniosa, sin concesión alguna al
’desbordamiento sentimental’ e imaginativo de la nueva ’genialidad’ romántica.
El Greco.
(...)
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