Se ha solido caracterizar al siglo XVII como una época
nefasta dentro de la historia de la humanidad, sin embargo en algunos espacios
geopolíticos, otros períodos tuvieron peor índice de conflictividad. Sí es
cierto que el mundo atravesó una crisis global o general en ese siglo donde
hubo terribles hambrunas, peste e incluso, por la influencia del cambio
climático, hizo más frío que nunca (“la
pequeña edad de hielo”) y también se sucedieron muchísimas guerras. En la
península, por ejemplo, las guerras de secesión de Portugal y Cataluña. Pero el
siglo XVII, en Europa, es fundamentalmente el tiempo del Barroco y el comienzo
de la revolución científica.
El Barroco es, pues, una categoría epocal [según algunos, entre 1600 y 1680]
que sirve de rótulo histórico para un conjunto heterogéneo de manifestaciones
en todos los ámbitos de la vida.
Existen dos maneras básicas, no incompatibles entre sí, de
concebir lo barroco, según
Echevarría: la primera, como una configuración tardía del despliegue
orgánico, natural, de las formas culturales que haría de barroco equivalente a decadencia
y crisis. La segunda plantea lo barroco como fenómeno cultural
específicamente moderno, como totalidad cultural.
El ethos barroco
produce un mundo dentro del mundo. El Barroco reconoce la crisis y trata de
resolverla en las condiciones de un clasicismo, escribe Echevarría, que no ha
desaparecido todavía y cuyas formas son sometidas a procesos en los que la
revitalización de lo viejo coincide con la emergencia de lo nuevo.
El barroco no revoluciona el clasicismo, sino que pone a
prueba sus formas, sobre todo en pintura. Así, plantea una visión pictórica
frente a una visión plástica, de color frente a línea, una composición con
profundidad, con formas abiertas, frente a una composición en superficie, con
formas cerradas, una claridad relativa subordinada al motivo frente a una
claridad más absoluta ligada a la unidad compositiva. Hay una ruptura del
equilibrio forma-fondo y además la búsqueda del movimiento real.
Lo barroco, en definitiva, no consiste en una estructura. Adolecerá,
como las épocas futuras, de la crisis del orden teleológico de la creación. Hay
un intento de sugerir el infinito y una vuelta al teocentrismo.
Aparece el gusto por la teatralidad, por lo escenográfico y
fastuoso. Su estilo es el de una dramaticidad cristiano-católica, dominante en
algunas disciplinas artísticas. La perfección y el sentido aparecen como ruina
y ambigüedad. Las ruinas de la ciudad fueron decisivas para sus habitantes más
miserables. Sin embargo el motivo de la ruina es común también en formas
menores protestantes del Barroco.
Se revela la importancia de la luz y de sus efectos. La
variable de la oscuridad y de la melancolía, ha sido considerada por Deleuze, característica
del Barroco en el que todas las acciones son internas. Deleuze halla en lo
barroco una lectura de lo visible y un teatro de lo legible cuya iluminación
proviene de ese interior autónomo. Es un enfoque en relación con la autonomía
del interior de la obra barroca y su carencia de exterior.
Predomina también la tendencia a mezclar las disciplinas
artísticas y se fomenta la citabilidad, asunto tan barroco como el mosaico o el
collage, con los que comparte la
pérdida del punto de referencia, la parodia y la deformación. La interrupción y
la cesura –razón de ser de la cita textual que arranca el texto de su contexto-
van a ser también fundamentales para la experiencia barroca.
Emerge una concepción negativa, el desengaño, el pesimismo. Un
lenguaje artificial. Lo barroco se asocia incluso con el mal gusto, con una
cierta existencia urbana, anticlásica, alejada del campo y de las
representaciones temporales y espaciales de la naturaleza. Se plantea una
modificación de la función estética de la naturaleza, la experiencia de la
naturaleza se interioriza. Y hay una quiebra de la continuidad entre el hombre
y la naturaleza. Rota la unidad del símbolo, y con él la relación armónica con
la naturaleza, la alegoría emerge como tropo característico del Barroco.
Aunque la alegoría del siglo XVII estaría destinada también a la producción de
un nuevo sujeto destinado a cercar, mediante una pedagogía de la imagen, el
dominio del imperialismo colonial.
Ha sido Wölfflin uno de los que con mayor precisión ha
caracterizado la cultura barroca. Según él, la revolución barroca carece de
teoría. La tensión de la obra de arte barroca se debe por tanto a la fluidez de
su concepción espacio-temporal: la ley de su forma es la historicidad de todos
los fenómenos, la lógica de la vida natural y los procesos de auge y declive.
La historia ocupa un lugar en el escenario barroco y los productos de la razón
natural pasan a ser consideradas como cosas (reificación).
Wölfflin señaló cinco características del Barroco con
respecto al Renacimiento:
1) lo dinámico (el color) rebasa lo estático (el dibujo).
2) lo profundo de la representación invade la superficie.
3) lo no representado se hace presente como inquietud de lo
representado.
4) el todo de la representación refuncionaliza las partes.
y 5) lo indistinto desdibuja lo diferenciado.
[Lo que sería aplicable a la perfección, por ejemplo, a ‘Las Meninas’ de Velázquez].
[by wikipedia]
Bibliografía:
De la Flor, F,- Imago.
La cultura visual y figurativa del barroco. Ed. Abada. Madrid, 2009.
Deleuze, G.- El pliegue. Leibniz y el
Barroco.
Ed. Paidós. Barcelona, 1989.
Echevarría,
B.- La modernidad de lo barroco. Ed.
Era. México, 2005.
Maravall, J.A.- La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica. Ed. Ariel. Barcelona, 2000.
Sarduy, S.- El barroco y el neobarroco. Ed. El Cuenco de Plata. Buenos Aires, 2011.
Sarduy, S.- El barroco y el neobarroco. Ed. El Cuenco de Plata. Buenos Aires, 2011.
Wölfflin, H.- Renacimiento y Barroco. Ed. Paidós. Barcelona,
2009.
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