El scope barroco (1)
Es notorio que el Barroco fue un período de la historia en
la cultura occidental que produjo importantes obras en todos los campos de las
artes y las letras. Se estima que aproximadamente ese período abarcaría desde
el año 1600 hasta el año 1750. Se le suele situar entre el Renacimiento y el
Neoclásico, en una época en la cual la Iglesia católica europea tuvo que
reaccionar contra muchos movimientos revolucionarios culturales que produjeron
una religión disidente dentro del propio catolicismo dominante, la Reforma
protestante y, sobre todo, una nueva ciencia.
En su estudio sobre la cultura del Barroco, Maravall lo define
como un periodo histórico condicionado por diversas circunstancias, entre las
que, de signo económico, se contarían la crisis financiera, los trastornos
monetarios, el fortalecimiento de la propiedad agraria señorial y el
empobrecimiento de las masas, que crearon un sentimiento de amenaza e
inestabilidad en la vida social y personal, dominada además por las fuerzas
represivas de la monarquía absoluta.
Como estilo artístico, el barroco surgió a principios del
siglo XVII en Italia y de allí se irradió hacia la mayor parte de Europa.
Durante mucho tiempo el término ‘barroco’ tuvo un sentido peyorativo, con el
significado de recargado, desmesurado e irracional, hasta que, posteriormente,
fue revalorizado a fines del siglo XIX, por Burckhardt y otros. Ya en 1888,
cuando apareció el estudio comparativo entre renacimiento y barroco de Wölfflin,
los historiadores del arte habían intentado en múltiples oportunidades postular
una permanente oscilación entre los dos estilos.
Durante el Barroco, desplazando a una posición secundaria al
oído -que había mantenido su hegemonía hasta el Renacimiento-, la vista se convirtió
en el sentido privilegiado. Los descubrimientos científicos contribuyeron a una
nueva concepción del espacio y, a nivel de la investigación científica, los
supuestos imaginarios fueron reemplazados por la ciencia experimental que, en
última instancia, era lo comprobable a través de los sentidos. Todo debía ser
experimentado, pero como los sentidos pueden engañar, éstos también acabaron
sometidos a duda.
Aunque es razonable circunscribir el Barroco al siglo XVII y
relacionarlo con la ortodoxia católica y la manipulación de la cultura popular
ejercida por el Estado absolutista-cortesano, sin embargo, también ha sido
necesario llegarlo a ver como una potencialidad visual permanente,
supuestamente reprimida, pero que alcanzaría a extenderse durante toda la era
moderna. En ello, tendríamos una suerte de alternativa al estilo visual
hegemónico que había sido denominado perspectivismo.
En ese sentido, ha sido Martin
Jay quién, en su ensayo “Regímenes
escópicos de la modernidad”, nos ha manifestado que en la modernidad se podrían
observar tres subculturas visuales sobre las que intenta establecer sus
correspondientes parámetros de oposición. Jay se pregunta si la era moderna
presenta uno o varios regímenes escópicos quizá en competencia entre ellos. En
ese ensayo Jay cree que esas perspectivas visuales históricas de alguna forma
se relacionarían con visiones de imágenes contemporáneas, a saber: el perspectivismo
cartesiano, el arte de describir relacionado con el empirismo baconiano y,
finalmente, la visión icónica del barroco.
La aparición del citado artículo en la compilación de Hal
Foster ‘Vision and Visuality’ marcó
un giro copernicano en el recorrido intelectual de Jay. El concepto de régimen
escópico Jay lo tomó prestado de Christian Metz para conceptualizar
determinaciones culturales, modos de mirar, gramáticas de la mirada que
presuponen que algo tan natural como la mirada no es un proceso inocente y
lleva consigo patrones culturales predeterminados.
Jay no habría sido el único en caracterizar en los tiempos
presentes la presencia de lo barroco, ese tercer régimen escópico relacionado
con el barroco. Calabrese ha encontrado
concomitancias del gusto de nuestra época con cierta gramática barroca, a raíz
de que el Barroco consideraba que la verdad no está ni en el sujeto ni en el
mundo sino en el acto de lectura y en esa infinita búsqueda de un sentido que
siempre se fuga. Así, exponentes de lo barroco serían los ensayos de Benjamin o
la literatura de Borges.
Además Christine Buci-Glucksmann
ha planteado que en esta época de cambio, el problema de la representación y
del ilusionismo óptico ocupan un lugar central. En su ‘Folie du voir’, Buci-Glucksmann
se refiere a una ‘locura de ver’ barroca que abarca a todas las artes y saberes
de la época y que se expresa en una insaciabilidad de la mirada. Destaca un
cierto repudio de los aspectos más restrictivos de la geometrización monocular
y una experiencia visual que anhelaba de la ilusión implícita de un espacio
tridimensional homogéneo visto desde lejos por una mirada, en cierto punto, teocéntrica.
Por ello la visión del barroco bien cabría dentro de los regímenes escópicos de
la era moderna palpitando una sensibilidad estética que le rendiría culto a lo sublime,
a esa presencia que jamás puede cumplirse.
Para Jay, también, la visualidad barroca se aproxima mucho
más a lo sublime que a lo bello, mediante su propósito estéril de
representar lo irrepresentable. Esto tal vez hace que desde lo filosófico, el
barroco no responda claramente a ninguna corriente como los regímenes
anteriores, por su aversión a la claridad y su gusto por la ambigüedad
contraria a ciertos presupuestos epistémicos.
Tendríamos así, un tercer modelo de visión, o un segundo
momento de irregularidades dentro del modelo dominante, con el Barroco o con la
‘representación’ que caracteriza la episteme clásica del siglo XVII. Esta
visión cultural se opone a las dos anteriores, porque nace como arma de la
contrarreforma, marcado por el espiritualismo católico. Jay advierte la
presencia de un régimen escópico que viene a oponerse al modelo visual
hegemónico, definiéndolo dentro de los términos del barroco. Este modo de ver
-cuyo origen sabemos que está íntimamente ligado a la Contrarreforma católica
del siglo XVII, pero se extiende como potencial visual hasta la actualidad-
viene a cuestionar la forma clara, lineal y cerrada de la representación
renacentista. Mediante el interés por lo extraño y lo sensual, se contrapone al
perspectivismo desde la multiplicidad, el color y la apertura de la forma. El Barroco,
pleno de exceso e ilegibilidad, reacciona ante la transparencia, la
geometrización cartesiana y la concepción de un espacio tridimensional
homogéneo, que explicitan la distancia entre sujeto y objeto. Sustituye al espectador
ideal por un sujeto corporizado y hace subyacente al deseo, entremezclado con
su simpatía por la oscuridad y la opacidad.
F. Borromini. Palazzo Spada (Roma).
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