Las olas de indignación que resultan muy eficientes para
movilizar la atención, no son apropiadas, en virtud de su volatilidad, para
configurar el espacio público, ya que para la formación de lo público es
necesaria la distancia, escribe Han.
Ni tampoco el discurso público. Les faltan la estabilidad, la constancia y la
continuidad indispensables para dicho discurso.
La sociedad de la indignación es una sociedad del escándalo.
La sociedad de la indignación es una sociedad del escándalo.
Dicha sociedad indignada carece de firmeza, de actitud. La rebeldía, la histeria y la obstinación
características de las olas de indignación no permiten, como se ha dicho, ningún diálogo, ningún discurso.
Es más, las olas de indignación muestran una escasa
identificación con la comunidad. No constituyen ningún nosotros estable que muestre una estructura del cuidado
conjunto de la sociedad [de ahí Arcadio
Espada y su sí ‘Podéis’, no ‘Podemos’]. Y es que la preocupación de cada uno de los ‘indignados’
es una preocupación por sí mismo.
Por otro lado, la actual multitud indignada es fugaz y
dispersa. Le falta masa, gravitación
necesaria para las acciones [y según Elias Canetti, la
masa ama la densidad]. Es un estado afectivo que no desarrolla ninguna
fuerza poderosa de acción. La indignación digital no es capaz de acción ni de
narración. Y no engendra ningún futuro.
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