La casa de Lope de Vega.
En 1610 Lope de Vega se instala definitivamente en Madrid, (Toledo le molestaba ya). El 7 de septiembre adquiere la casa de la calle de Francos, donde vivirá hasta su fallecimiento. Lope adquirió el inmueble a Juan Ambrosio Leva, mercader de lanas, en precio de 9.000 reales, 5.000 al contado y los 4.000 restantes pagaderos en dos plazos de a cuatro meses. Otorgó la escritura Juan de Obregón y fueron testigos Gaspar de Porres, Pedro Meléndez y Antonio de Caira. Pesaba sobre la finca un censo perpetuo anual de 1.054 maravedíes y dos gallinas a favor del cura y beneficiados de la iglesia parroquial de Santa Cruz de Segovia. Este censo lo habían impuesto ellos, como poseedores del solar (que les fue cedido en 1570), cuando lo vendieron en 1578 a Inés de Mendoza, viuda de Juan Pérez, vecino de aquella ciudad, para edificar la casa. Compró después el edificio el capitán Juan Villegas de Moncibay, y de éste pasó a sus herederos en los últimos años del siglo XVI. La casa, en fin, salió a pública subasta, y en 10 de febrero de 1600 fue rematada en el aludido Juan Ambrosio Leva. Al pasar a poder de Lope, lindaba por la parte de arriba con casas de Juan de Prado; por la de abajo, con las Juan Sánchez, alguacil de corte, y por la espalda, con el convento de jesuitas que en el año anterior había mandado construir el duque de Lerma, bajo la advocación de san Antonio en la calle del Prado, y a cuya iglesia trasladaron el cuerpo de San Francisco de Borja.
Tenía la casa, de una superficie de 5.300 pies cuadrados, zaguán, sala, alcoba, cocina y un oratorio pequeño, todo doblado de bovedillas -techo corriente en las casas de entonces-, más un corral, con cobertizo (se ve en los planos de Wit y Teixeira), que servía de palomar, a teja vana, y servicios de desvanes bajos, a teja vana también. Constaba de piso bajo con puerta a la calle, y principal con dos ventanas, sin reja alguna en fachada. Sufrió revocos y arreglos en distintas épocas y una ampliación y reforma, en el siglo XVIII, que la transformó completamente: los desvanes bajos, con su puerta a la calle, especie de cochera, sucios y de mal aspecto, derribáronse, y sobre ellos se edificó para ensanchar la casa casi en el doble, con lo cual se hermoseó el edificio. Así ampliado, le fue abierta la entrada por esta parte, pusiéronsele rejas, con más cuatro balcones, y toda la antigua techumbre hubo, naturalmente, de sustituirse por el nuevo tejado con sus cuatro luceras, de que antes carecía. Se construyó también en la parte posterior. Del corral, cambiado por el poeta en jardín “más breve que cometa”, hízose un miserable y reducido patio. Nada apenas quedó con su precedente fisonomía, ni nadie se preocupó de respetarla. Segunda vez se arregló y revocó a principios del siglo XIX. De suerte que la restauración emprendida con motivo del tercer centenario resultó poco menos que estólida, por desconocimiento de estos antecedentes, si aspiraba a devolver a la casa el carácter y estructura que tuvo cuando Lope. Para ello hubiera sido preciso haber derribado casi la mitad de la finca por la parte que mira a la calle de san Agustín, levantar de nuevo los desvanes bajos (que pudieron dedicarse a museo) y reconstruir el cobertizo que servía de palomar. Con esto y el jardín: pájaros, flores y libros lopistas. ¿Empresa difícil? No. Y ¿qué menos merece el "Fénix de los ingenios”? La casa que se quiso restaurar (sic) en nada se parece al domicilio que ocupó. ¡Qué diferencia a lo hecho por Inglaterra en Stratford con las dos casas de Shakespeare!
Más no bien instalado, sus vecinos de la espalda presumen que aquellos terrenos y sus colindantes les pertenecen. Ha tropezado con los jesuitas… A pesar de los temores de Lope, que se reflejan en sus cartas a sus protectores, no le quitaron nada esos vecinos y comenzó entonces a preocuparse de otras vecinas que parece que regentaban un prostíbulo.
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