Luhmann y
Derrida.
Según Sloterdijk, una de las correspondencias
más instructivas a plantear sería la del trabajo de Derrida con la obra de
Luhmann, a pesar de su no reciprocidad. Ambos no fueron pensadores domingueros,
eran trabajadores incansables que hacían del domingo un día laborable y que además
estaban convencidos de que en los días feriados uno se ocupa de su
correspondencia privada o bien se calla.
Hoy puede comprobarse el error de
quienes creían que con la deconstrucción y la teoría de los sistemas se había
iniciado una nueva era del pensamiento. En realidad, ambas formas de
pensamiento eran las figuras finales de procesos lógicos que habían atravesado
el ideario de los siglos XIX y XX y quien comienza en la cima ya sólo puede
avanzar hacia abajo. En el caso de Derrida, lo que llega a su término es el
giro lingüístico o semiológico tras el cual el siglo XX se adscribió a las
filosofías del lenguaje. En el caso de Luhmann, culminan los adioses a la
filosofía proclamados por Wittgenstein y el pensamiento se retira resueltamente
de la tradición de las filosofías del espíritu y del lenguaje.
En cuanto a sus diferencias, la
eficacia soberana de Derrida explica como la deconstrucción se reveló como la
última oportunidad de llegar a una teoría que integrara mediante la
desintegración y al hacer estallar la inmanencia de los archivos, sugiere
Sloterdijk, brindó una posibilidad de mantener su cohesión. Por el contrario, para
Luhmann, la biblioteca filosófica de la vieja Europa ya no tendría otra
significación que la de un reservorio de figuras verbales con las cuales los
sacerdotes e intelectuales de antaño procuraban apoderarse del todo. Desde la
teoría general de los sistemas, la filosofía en su conjunto es un juego de
lenguaje totalizador agotado, cuyos instrumentos pertenecían al horizonte
semántico de las sociedades históricas.
Aun así, Luhmann reconoció que
la deconstrucción es una forma rigurosamente datada de comportamiento teórico,
ligada a una situación que tendría, según él, cinco características, la de ser posmetafísica,
posontológica, posconvencional, posmoderna y poscatastrofal. La deconstrucción
supone, según Luhmann, la catástrofe de la modernidad, el vuelco de la forma de
estabilidad de la sociedad tradicional, centralizada y jerárquica, hacia la
forma de estabilidad de la sociedad moderna, diferenciada y multifocal, donde la multifocalidad se reconoce como punto de partida y ya no se intenta tener
una descripción directa del mundo.
Luhmann rinde honores a Derrida
al atribuirle el mérito de haber encontrado una solución a la misión lógica
fundamental de la situación posmoderna, pasar de la estabilidad por
centramiento y cimentación a la estabilidad por flexibilidad y descentramiento.
¿Será posible -se pregunta
Sloterdijk- que la deconstrucción siga un proyecto de construcción que apunte a
la producción de una máquina de supervivencia imposible de deconstruir? Y añade
que sólo podría realizar esa hazaña una teoría que, en cierto modo, ya
estuviera en su propia tumba.
Ya había indicado Luhmann que
la deconstrucción sobrevivirá a su propia deconstrucción, en cuanto es
la descripción más pertinente de la autodescripción de la sociedad moderna.
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