Hegel y Derrida.
Plantea a continuación
Sloterdijk que si incitásemos al inventor de la deconstrucción a pronunciar
palabras directas sobre la cuestión de las pirámides, difícilmente alcanzaríamos
nuestro objetivo. Porque en la era del análisis del discurso, lo directo ha
quedado globalmente fuera
del circuito. Los autores dedicados a la reflexión sobre algún tema, han adoptado
la costumbre de no hablar ni escribir sobre él y, en cambio, hablar y
escribir acerca de otros autores que hablaron o escribieron
sobre el tema. Esta observación de observaciones, esta descripción de
descripciones, caracteriza a una época que ha hecho virtud de la observación de
segundo orden. La epigonalidad de los comentaristas se toma en ellos revancha
sobre el genio de los autores de textos primarios, ironiza Sloterdijk. Así, si
Hegel ya estuvo dispuesto a sostener proposiciones sobre ese tema de las
pirámides, tenemos la oportunidad, de manera indirecta, de escuchar a Derrida
con respecto a la cuestión. Se puede hablar una vez más, de relación
interhegeliana.
Lo podemos oír en su volumen Marges de la philosophie, «Le puits et la pyramide:
introduction a la sémiologie de Hegel», donde se juega el destino de la
deconstrucción, porque si Derrida, en sus primeros trabajos sobre Husserl,
mostró que el escrito perturba el diáfano ‘entendimiento’ entre la voz y el
fenómeno, en la confrontación con Hegel tiene que demostrar que la materialidad,
la diferencialidad, la temporalidad y exterioridad de los signos dificultan el
retorno de la idea a la plena posesión de sí.
Derrida no encuentra muchas
dificultades para probar que la semiología de Hegel es de inspiración platónica,
ya que si los signos tienen un sentido, es porque el significante está animado
por la intención del significado. Con las imágenes del signo y su significante
como el alma ‘depositada’ en el cuerpo, el signo vendría a ser un lugar donde
el ser viviente reencuentra al muerto sin que lo que está muerto haya dejado de
estarlo y lo que está vivo haya cesado de estar con vida, aunque sólo sea en
una forma momificada. Es la reaparición del conocido
esquema de soma y sema del platonismo, el cuerpo como la tumba del alma. Pero
si los signos son monumentos en los cuales residen las almas sensoriales, en la
tumba de los faraones, la pirámide, puede verse el signo entre todos los signos. La semiología
sólo sería posible bajo la forma de una ciencia general
de las pirámides y los diccionarios no
contendrían sino las galerías de las pirámides vocales con sus jeroglíficos, en
los cuales se conservan los significados. Cada signo pertenece, según Hegel, a
la familia de una pirámide donde un alma ajena ha sido guardada. Pero para
llevar a término su teoría del espíritu, Hegel no puede permanecer ni junto a
la pesadez de las pirámides ni frente al carácter enigmático de los
jeroglíficos. Para Hegel, los egipcios están, desde ese punto de vista, prisioneros
para siempre de la exterioridad. Y
respecto al pueblo hebreo, Hegel decía que era ateo porque su dios era la voz interior.
Con esas tesis la
deconstrucción procede a utilizar gestos de mínima invasión para vincular el
texto de la metafísica con el delirio de la autoapropiación. Por esa razón,
Derrida debe dar pruebas de un interés apasionado por la pirámide egipcia, pues
ésta constituye la imagen primitiva de las materias voluminosas y poco
manejables que no pudieron acarrearse durante el retorno del espíritu a sí
mismo.
El filósofo deconstructivo
corre siempre el riesgo de enamorarse de los objetos de su deconstrucción. En
cuanto inteligencia que lee, es en cierto modo víctima de su receptividad, esa
es la contratransferencia en la relación posmetafísica. En el alma comprensiva
del deconstructivista podemos recuperar los delirios de los más viejos
constructores de pirámides, pues no hay nada que no tenga lugar en esa apertura
acogedora del espíritu. Como partidario radical de la no unilateralidad,
Derrida quería, gracias a la razón de la mortalidad, llamar al orden a las
estructuras oníricas de los inmortalistas.
El propio Derrida era
consciente de que la empresa inmobiliaria de la pirámide estaba ligada al
proyecto judío de dar al dios un formato móvil. Encontramos ese elemento en un
pasaje de la meditación derridiana sobre el pozo y la pirámide en referencia a
la teoría hegeliana de la imaginación como recuerdo, según la cual la
inteligencia es semejante a un pozo (que lleva en forma vertical a la
profundidad), en cuyo fondo se conservan imágenes y voces de la vida anterior. Desde este punto de vista, la
inteligencia es una suerte de archivo subterráneo en el que descansan, como
inscripciones previas a lo escrito, las huellas de lo que ha sido.
A ese respecto, Derrida indica que el camino que sigue en su
texto, lleva de ese pozo, silencioso y resonante,
a una pirámide, traída del desierto egipcio, que se levanta sobre el texto
hegeliano, para componer el signo. El término ciertamente está poco motivado en
el desarrollo de su argumento. Demuestra, eso sí, que Derrida pensaba la
pirámide como una forma transportable y es menester buscar el secreto de su
transportabilidad en el hecho de que su paso a la escritura la ha vuelto más
liviana.
Se ha aducido que la tumba
egipcia inicia su itinerancia apoyada en un camino que lleva del pozo a la
pirámide y regresa según el trayecto que la
metafísica en su conjunto, la ontoteología tras Heidegger, ha
recorrido y como en ella ese camino sigue siendo circular y
la pirámide vuelve a ser el pozo que siempre habría sido. Pero ¿qué era la metafísica, si no la
prolongación de la construcción de pirámides por los medios lógicos y escriturarios de los griegos y los alemanes? Por conducto de
esta sugerencia el filósofo deja entender que existe una posibilidad de
deconstruir la pirámide, por lo demás imposible de deconstuir y es hacerla
recorrer nuevamente todo el trayecto que hizo después de su puesta en escritura,
desde El Cairo hasta Berlín, vía Jerusalén
y Atenas. Es preciso des-desfigurarla o des-desfasarla
hasta que vuelva a ser el pozo que era al comienzo. Ese pozo expresa el hecho
de que la vida humana como tal es siempre una supervivencia. Cada vez que se vuelve
hacia sí misma, la vida está al borde de un pozo sepulcral y desde las profundidades
resuenan las voces de su propio haber-sido.
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