Neobarroco
e hipermodernidad (y 2).
Cuando
la crítica actual, casi exclusivamente descriptiva, engloba en lo neobarroco la
acumulación kenofóbica con otros atributos de la recepción artística, como los
derivados del patronazgo de Kafka y Celan,
dos máximas fuentes abismales de la náusea existencial moderna, estaría excediéndose
del ámbito propio del Barroco histórico. En algún caso se han visto vehiculados
los dos sentimientos extremos, aunque no contradictorios, del Barroco histórico,
la suntuosidad y el drama.
Se
produciría en realidad, una complementación con las contaminaciones de la
Modernidad, desde la estética romántica al surrealismo y al irracionalismo de
las vanguardias. Como mucho, cabría explorar en la actualidad ciertas
convergencias circunstanciales con el fenómeno central del desengaño predominante
en la sociedad española de la Edad Barroca.
Las
artes en el momento histórico epocal del Barroco acumulaban tiempo en el
depósito tridimensional de los estratos recrecidos en volúmenes, modificando la
tradición previa establecida. Un arte sublimemente temporal como en la
sucesividad narrativa de los momentos implicados y explicados en el escenario
de Las Meninas. Arte barroco acumulativo, no solo en la siempre aludida
sinestesia, sino también en la conglomeración espacio-temporal por la que
circula el tiempo bajo la percepción volumétrica del espacio. Y sobre todo, un arte
también retorcido en crisis hiperactiva desde las pesadillas sobre la
decadencia de España.
No
es casual que la reactivación presente del escenario barroquista coincida con
una nueva situación histórica de crisis. Crisis como la actual, no solo
económicamente adversa, sino con sus positividades de aceleración tecnológica
al alcance de la mano, que establecen un cómodo dominio del espacio y el
tiempo. De ahí, el concepto de hipermodernidad
para nuestro momento epocal en el neobarroquismo ostentado del arte
actual.
Esta
perennidad de reapariciones del estilo y el espíritu barrocos como retornos
neobarrocos, encuentran explicación, según Gª. Berrio, cuando se reconoce la
barroquidad como una constante universal y alternativa del espíritu y a
condición de que se reactualice el conocimiento de las complejas polémicas
historiográficas sobre el Barroco y el Manierismo históricos.
El
resultado de la desinhibición hipermoderna contraria a la ‘ansiedad’ moderna y
de sus correlativas consecuencias para la libertad de orientarse se filtra a
través de un sensitivo proceso manierista, entendido
en su sentido histórico, a saber, como asimilación indirecta de lo real mediado por la idea o por el modelo artístico de
prestigio, descargando el calificativo ‘manierista’ de la negatividad miope con
que se le resistían, no hace tanto, artistas en el periodo de las obsesiones
por la influencia. Los artistas actuales tienen rehabilitado el Manierismo como
el gran momento histórico que fue en la cultura del Renacimiento al Barroco, el
que intensificó y prolongaría una constante alternativa de la sensibilidad que
acuñaron Tintoretto o El Greco.
De
ahí la pujanza del manierismo culturalista en las complejas crucerías barroquistas
de los nuevos hipermodernos.
[*] vide Antonio García Berrio
en Revista de Occidente. nº
393/Febrero 2014. Ed. Fundación Ortega y Gasset, Madrid. pp. 73-114.
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[“Mi trabajo consiste en complacer a la
vista”].
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