viernes, 17 de diciembre de 2021

Barroco [V]

El scope barroco (1)
[Por referencia de Eufrasina Mitiklós].

Es notorio que el Barroco fue un período de la historia en la cultura occidental que produjo importantes obras en todos los campos de las artes y las letras. Se estima que aproximadamente ese período abarcaría desde el año 1600 hasta el año 1750. Se le suele situar entre el Renacimiento y el Neoclásico, en una época en la cual la Iglesia católica europea tuvo que reaccionar contra muchos movimientos revolucionarios culturales que produjeron una religión disidente dentro del propio catolicismo dominante, la Reforma protestante y, sobre todo, una nueva ciencia.
En su estudio sobre la cultura del Barroco, Maravall lo define como un periodo histórico condicionado por diversas circunstancias, entre las que, de signo económico, se contarían la crisis financiera, los trastornos monetarios, el fortalecimiento de la propiedad agraria señorial y el empobrecimiento de las masas, que crearon un sentimiento de amenaza e inestabilidad en la vida social y personal, dominada además por las fuerzas represivas de la monarquía absoluta.
Como estilo artístico, el barroco surgió a principios del siglo XVII en Italia y de allí se irradió hacia la mayor parte de Europa. Durante mucho tiempo el término ‘barroco’ tuvo un sentido peyorativo, con el significado de recargado, desmesurado e irracional, hasta que, posteriormente, fue revalorizado a fines del siglo XIX, por Burckhardt y otros. Ya en 1888, cuando apareció el estudio comparativo entre renacimiento y barroco de Wölfflin, los historiadores del arte habían intentado en múltiples oportunidades postular una permanente oscilación entre los dos estilos.
Durante el Barroco, desplazando a una posición secundaria al oído -que había mantenido su hegemonía hasta el Renacimiento-, la vista se convirtió en el sentido privilegiado. Los descubrimientos científicos contribuyeron a una nueva concepción del espacio y, a nivel de la investigación científica, los supuestos imaginarios fueron reemplazados por la ciencia experimental que, en última instancia, era lo comprobable a través de los sentidos. Todo debía ser experimentado, pero como los sentidos pueden engañar, éstos también acabaron sometidos a duda.
Aunque es razonable circunscribir el Barroco al siglo XVII y relacionarlo con la ortodoxia católica y la manipulación de la cultura popular ejercida por el Estado absolutista-cortesano, sin embargo, también ha sido necesario llegarlo a ver como una potencialidad visual permanente, supuestamente reprimida, pero que alcanzaría a extenderse durante toda la era moderna. En ello, tendríamos una suerte de alternativa al estilo visual hegemónico que había sido denominado perspectivismo.
En ese sentido, ha sido Martin Jay quién, en su ensayo “Regímenes escópicos de la modernidad”, nos ha manifestado que en la modernidad se podrían observar tres subculturas visuales sobre las que intenta establecer sus correspondientes parámetros de oposición. Jay se pregunta si la era moderna presenta uno o varios regímenes escópicos quizá en competencia entre ellos. En ese ensayo Jay cree que esas perspectivas visuales históricas de alguna forma se relacionarían con visiones de imágenes contemporáneas, a saber: el perspectivismo cartesiano, el arte de describir relacionado con el empirismo baconiano y, finalmente, la visión icónica del barroco.
La aparición del citado artículo en la compilación de Hal Foster ‘Vision and Visuality’ marcó un giro copernicano en el recorrido intelectual de Jay. El concepto de régimen escópico Jay lo tomó prestado de Christian Metz para conceptualizar determinaciones culturales, modos de mirar, gramáticas de la mirada que presuponen que algo tan natural como la mirada no es un proceso inocente y lleva consigo patrones culturales predeterminados.
Jay no habría sido el único en caracterizar en los tiempos presentes la presencia de lo barroco, ese tercer régimen escópico relacionado con el barroco. Calabrese ha encontrado concomitancias del gusto de nuestra época con cierta gramática barroca, a raíz de que el Barroco consideraba que la verdad no está ni en el sujeto ni en el mundo sino en el acto de lectura y en esa infinita búsqueda de un sentido que siempre se fuga. Así, exponentes de lo barroco serían los ensayos de Benjamin o la literatura de Borges.
Además Christine Buci-Glucksmann ha planteado que en esta época de cambio, el problema de la representación y del ilusionismo óptico ocupan un lugar central. En su ‘Folie du voir’, Buci-Glucksmann se refiere a una ‘locura de ver’ barroca que abarca a todas las artes y saberes de la época y que se expresa en una insaciabilidad de la mirada. Destaca un cierto repudio de los aspectos más restrictivos de la geometrización monocular y una experiencia visual que anhelaba de la ilusión implícita de un espacio tridimensional homogéneo visto desde lejos por una mirada, en cierto punto, teocéntrica. Por ello la visión del barroco bien cabría dentro de los regímenes escópicos de la era moderna palpitando una sensibilidad estética que le rendiría culto a lo sublime, a esa presencia que jamás puede cumplirse.
Para Jay, también, la visualidad barroca se aproxima mucho más a lo sublime que a lo bello, mediante su propósito estéril de representar lo irrepresentable. Esto tal vez hace que desde lo filosófico, el barroco no responda claramente a ninguna corriente como los regímenes anteriores, por su aversión a la claridad y su gusto por la ambigüedad contraria a ciertos presupuestos epistémicos.
Tendríamos así, un tercer modelo de visión, o un segundo momento de irregularidades dentro del modelo dominante, con el Barroco o con la ‘representación’ que caracteriza la episteme clásica del siglo XVII. Esta visión cultural se opone a las dos anteriores, porque nace como arma de la contrarreforma,  marcado por el espiritualismo católico. Jay advierte la presencia de un régimen escópico que viene a oponerse al modelo visual hegemónico, definiéndolo dentro de los términos del barroco. Este modo de ver -cuyo origen sabemos que está íntimamente ligado a la Contrarreforma católica del siglo XVII, pero se extiende como potencial visual hasta la actualidad- viene a cuestionar la forma clara, lineal y cerrada de la representación renacentista. Mediante el interés por lo extraño y lo sensual, se contrapone al perspectivismo desde la multiplicidad, el color y la apertura de la forma. El Barroco, pleno de exceso e ilegibilidad, reacciona ante la transparencia, la geometrización cartesiana y la concepción de un espacio tridimensional homogéneo, que explicitan la distancia entre sujeto y objeto. Sustituye al espectador ideal por un sujeto corporizado y hace subyacente al deseo, entremezclado con su simpatía por la oscuridad y la opacidad.

 F. Borromini. Palazzo Spada (Roma).
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