lunes, 10 de agosto de 2015

Doce tesis sobre W. B. [I]

Hacer tiempo, hasta la hora de reserva en el restaurante, propició un paseo por la zona más gentrificada de la calle de las putas y adyacentes en la parte antigua de la ciudad. En un bajo comercial diáfano con aspecto de moderna oficina, aledaña a la puerta, una estrecha cristalera presume un escaparate donde se exhiben publicaciones de atractiva portada. En efecto, es la sede de una cooperativa artística y cultural, cuyas responsables te atienden atentamente y favorecen con su información la compra de un par de ensayos, primorosamente editados por ellas, difíciles de encontrar sin esta casualidad.
He evocado las anteriores circunstancias porque se habían reseñado sus actividades en ‘El Cultural’ hace semanas. Y me ha servido para recordar que, leídos los opúsculos, no había tenido tiempo ni lugar para preparar con ellos algunas entradas para ese blog de improbables lectores que uno se ha echado a sus espaldas.

I
Doce tesis sobre W. B.
(Contra los mitos de la personalidad creativa y los enfoques equívocos sobre la función del intelectual. De un texto de G. Raunig). [*]
 

PRIMERA.
“¿Durante cuánto tiempo más ha de ser el arte esa hija mayor que se conoce a la perfección las calles de peor fama, pero no puede soñar con la política?” Así se expresaba ya Walter Benjamin en 1927, a propósito de una crítica burguesa al Acorazado Potemkin de Eisenstein.
Casi noventa años después, la crítica de las prácticas de arte político, debe ser impulsada, como expresa Raunig, también en las fracturas, crisis y catástrofes del siglo XXI, cuando las formas artísticas tienen que expulsar la lógica identitaria de los movimientos sociales o cuando la propaganda y la contrainformación como prácticas artísticas producen y procesan un conocimiento marginal.
Lo político en el arte político no se refiere a la política que no es sino una práctica instrumental, instrumentalizada e instrumentalizadora. El significado postestructural clásico de lo político es la disidencia, el agonismo, el lugar del conflicto y la negociación. La transformación del femenino en masculino no es suficiente. Más allá de todo dualismo política/policía existe otro giro, el de adjetivo a adverbio. Como la conocida frase de Godard que propone, en lugar de hacer films políticos producir films políticamente. El arte político tiene que implicar el realizar arte de un modo político antes que hacer un arte que se identifique como político debido a ciertos contenidos, debe asimismo devenir político en un modo artístico. El núcleo del problema es la modalidad de conjunción y disyunción de un vínculo ilimitado entre lo político y el arte.
Al adverbializar el adjetivo político tanto como el sustantivo arte se busca evitar la instrumentalización de un término por el otro, sin al mismo tiempo permitir que ninguno de los dos componentes se afirme como autónomo. Singularidad en lugar de autonomía. Sin separar lo político de lo estético. 


[sigue]

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