La
primera exigencia planteada a los trabajadores del arte y del conocimiento es
por tanto el ser conscientes de su posición en el proceso de producción,
especialmente con el fin de no situarse al lado de los acontecimientos de las
luchas sociales como meros observadores. “El lugar del intelectual en la lucha
de clases sólo se puede determinar sobre la base de su posición en el seno del
proceso de producción”, dice Benjamin.
Este
lugar de observar paralelo al objeto
del estudio, sería el de un “mecenas en
lo ideológico: un lugar imposible”.
Para
Benjamin, “el aparato burgués puede asimilar y propagar enormes cantidades
de temas revolucionarios sin que su propia subsistencia sean puestas en
cuestión”.
Lo
que Benjamin reflexiona a propósito del mecenazgo ideológico “se ha logrado incluso convertir la miseria
en objeto de disfrute al retratarla mediante la perfección técnica”. Su
función es estetizar y espectacularizar la miseria del mundo y hacerla
digerible, ofreciéndola entonces al público para su disfrute. Y el cínico final
de esta cadena de apropiación es que se convierte no sólo la mostración de la
miseria, sino incluso “la lucha contra la miseria en un objeto de consumo”.
El
problema fundamental de los intelectuales mediáticos no es, según Raunig, su
pertenencia a la clase burguesa, ni sus modos narcisistas de subjetivación, ni
el manierismo con el que autoglorifican incluso su supuesta condición de
excluidos, sino la personificación del intelectual en una figura individual.
“La
proletarización del intelectual casi nunca tiene por resultado un nuevo
proletario”, afirma Benjamin.
[sigue]
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