La
cuestión del derecho del arte a existir, tal y como Platón la suscita, es clara, él niega a los artistas un lugar en la
república porque piensa que son superfluos, incluso perjudiciales para su
desarrollo.
En
el siglo XX, el estado soviético no los expulsaría, sino que según Benjamin, les asignaría tareas que no les permitirían
exhibir en nuevas obras maestras la riqueza, ya hace tiempo falsificada, de la
personalidad creativa.
Para
Benjamin, la creatividad individual no es sino un aspecto central de la riqueza
falsificada del capitalismo. Lo que se distorsiona en el capitalismo es más
bien el común en los procesos creativos que aparece alienado bajo la forma
individualista, privatizado en una sucesión de nuevas obras maestras. Desde esa
perspectiva el capitalismo instrumentaliza la personalidad creativa.
Esta
percepción, de acuerdo con Raunig, se aplica aún más si cabe a nuestra
situación hoy, en la que se ha vuelto cada vez más evidente que la autonomía de
la personalidad creativa constituía la anticipación de las transformaciones que
acabarían conduciendo a un capitalismo maquínico en el que la creatividad y la
subjetividad se han convertido en funciones centrales de servidumbre y servilismo
a un modo de producción determinado. En el capitalismo maquínico nos
encontramos acumulación de acoplamientos contradictorios: el individualismo
radical y el narcisismo generalizado.
La
invocación de la libertad confluye con las constricciones impuestas por formas
de control cada vez más autoritarias, las llamadas incesantes a innovar
confluyen con el corsé de los procedimientos y protocolos obligatorios.
Se
trata de buscar antídotos en forma de modos de dispersión desobediente, no
serviles.
Hoy,
se trata de ir más allá de la recepción en dispersión para inventar una
inmoderada dispersión en la producción.
[sigue]
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