A) Velázquez.
August L. Mayer, utilizando un relato más fáctico que
hermenéutico, nos indica que en la época del ‘romanismo’, siglo XVI y
principios del XVII, el arte del Greco con sus extravagancias no llegó a formar
escuela quedando parcialmente
incomprendido; su técnica no suscitó interés en un principio, salvo aquellos de
sus cuadros que trataban algunos problemas de iluminación artificial. La manera
característica del estilo de El Greco, el tratamiento de la luz y los cuerpos
de un modo antinaturalista, no encontró continuador alguno, pues los pintores
españoles de la época no eran capaces de comprender este problema.
Ni siquiera puede comprobarse en Velázquez una inmediata dependencia del Greco, sigue Mayer, si bien
el artista sevillano no sólo admiró en Theotocopuli uno de los más inmediatos
continuadores de Tiziano, lo que le permitía establecer contacto con la escuela
veneciana, sino que su maestría en la representación de la figura humana fue
seguramente para Velázquez un acicate y un modelo. Siendo un hecho, añade
Mayer, que Velázquez colocó en su estudio, el cuarto del Príncipe del palacio
Real o Alcázar en Madrid, algunos retratos de ‘messer Dominico’. Según Cossío tres: «una cabeza de un clérigo»,
«medio cuerpo de una mujer» y «un viejo antiguo».
Mientras no se ha visto agotado el influjo de Velázquez en
el arte moderno, no ha surgido la cuestión de su génesis, sus orígenes. A
partir de Cossío, el Greco fue su precursor. Así dejo escrito que “sólo después de saberse a Velázquez de
memoria, se ha entendido al Greco”.
No obstante, como señala el Talmud, “se aprende más de los
discípulos que de los maestros”.
En esa comparación encontramos que, contra el movimiento por
el movimiento del Greco, los cuadros de Velázquez sin embargo engendran
impresión de sosiego porque sus temas son la instantaneidad siempre de una
escena o un movimiento detenido.
En general, sin remarcar la profundidad porque los fondos
son fondos, en muy pocos retratos de Velázquez, las figuras penetran del primer
plano a los interiores -“están oblicuas
al plano”- como era característico del Greco y otros manieristas.
Ortega resalta en Velázquez el “sorprendente reposo” en la obra de un pintor barroco como él y en
una época que había llevado hasta el frenesí “la pintura de la inquietud”, con el movimiento material de las
figuras y el movimiento formal del conjunto del cuadro. Así, la movilidad
perpetua de las formas de las figuras quietas del candiota: “Las piernas desnudas de los soldados en el
‘San Mauricio’ del Greco ondulan como llamas” escribe Ortega.
Un Ortega y Gasset que, de acuerdo con Mayer, interpretó el
cuadro ‘Martirio de S. Mauricio’ del
Greco, como una particularísima ‘invitación a la muerte’ con su “genuina armonía del
azul y del amarillo, asociados con verde pálido y rosa” aunque, como está
documentado por el Padre Sigüenza y otros, no convenció al puritano Felipe II
para su ubicación en el altar de la iglesia de El Escorial.
Por contra, la inmaterialidad de las figuras visionarias del
cretense sí causó admiración en otros comitentes de su época.
Así, Pacheco dejó
escrito que El Greco fue el mejor pintor de San Francisco, de su tiempo, como
recoge Mayer en su manual de pintura española.
El martirio de San Mauricio [1580-82].
Monasterio del Escorial (San Lorenzo del Escorial)
Monasterio del Escorial (San Lorenzo del Escorial)
(...)
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