El
capitalismo está tocando a su fin. El actual estado de cosas no significa el
triunfo definitivo de la economía de mercado, sino un paso ulterior hacia el
ocaso de la sociedad mundial de la mercancía. Esta era una de las tesis de Krisis.
El
desarrollo del capitalismo, con la disolución de todas las cualidades que
parecían indisolublemente ligadas a las personas, tiende a desvincular las
funciones de los individuos empíricos. Como reseña A. Jappe (*), a
través de los conceptos marxianos de ‘fetichismo’ y ‘valor’, se puede describir
la transformación de la actividad humana concreta en algo tan abstracto y
puramente cuantitativo como es el valor de cambio, encarnado en la
mercancía y el dinero. El fetichismo no es solamente una ilusión o un fenómeno
de conciencia sino una realidad que consiste en la autonomización de las
mercancías que siguen solamente sus propias leyes de desarrollo. El
verdadero escándalo, pues, es la transformación de un objeto concreto en una
unidad de trabajo abstracto y luego en dinero.
El
proletariado, como grupo social basado en idénticas condiciones de trabajo, de
vida y de conciencia, no fue el producto principal del capitalismo sino más
bien un residuo feudal. Con su lucha por integrarse plenamente en la sociedad
capitalista, el proletariado en verdad ha ayudado a ésta a desplegarse y a alcanzar
su plena realización.
El
concepto de lucha de clases era en el fondo una teoría de la liberación del capitalismo
de sus residuos precapitalistas, mientras que es en la teoría del valor y del
fetichismo donde Marx anticipó una crítica que sólo hoy adquiere verdadera
actualidad.
El
movimiento obrero ha confundido siempre el capitalismo con lo que no era más
que una etapa determinada de su evolución. Las luchas de clases eran conflictos
de intereses que se desarrollaban siempre dentro del horizonte de la sociedad
de la mercancía y sin ponerla en cuestión. No podía ser de otra manera porque
el capitalismo se encontraba todavía en su fase ascendente y no había
desplegado aún todos los potenciales que representarían un progreso efectivo
respecto de los estadios precapitalistas. Es con la informatización cuando este
desarrollo entra definitivamente en crisis, y no en un aspecto particular, sostiene Jappe, sino
en el más central, que es la contradicción insoportable entre el contenido
material de la producción y la forma impuesta por el valor.
La
simultaneidad de la crisis económica y ecológica, resulta ser consecuencia del
hecho de que unas capacidades productivas más elevadas que nunca
deben ser tamizadas por la forma abstracta del valor y de la
capacidad de transformarse en dinero.
Con
todo no se demuestra la superioridad de la economía de mercado, sino que se
evidencia que a causa de la necesidad de un empleo cada vez mayor de
tecnologías para poder producir a un coste competitivo, los excluidos acaban en
la miseria.
La
democracia entendida como igualdad y libertad formales, ya está realizada y
coincide con la sociedad de los 'hombres sin cualidades'. Al igual que las
mercancías, todos los ciudadanos son medidos por el mismo rasero; son porciones
cuantitativas de la misma abstracción. El que luego todas las porciones sean
iguales es imposible para las mercancías y, por consiguiente, también para
la democracia capitalista. Es inútil seguir exigiendo más democracia.
(*) A.A.V.V.- El absurdo mercado de los hombres sin cualidades. 2ª edición, febrero 2014. Ed. Pepitas de calabaza. Logroño.
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