El proceso en el que la vida social de los hombres se ha trasferido a sus mercancías es lo que Marx llamó el fetichismo de la mercancía: en lugar de controlar su producción material, los hombres son controlados por ella, son gobernados por sus productos que se han hecho independientes. La definición marxiana del fetichismo es difícil de entender; lo cual se debe al hecho de que la paradoja de la realidad se expresa en paradojas lingüísticas. El desdoblamiento de todo producto humano en dos aspectos, el valor de cambio y el valor de uso, determina casi todos los aspectos de nuestra vida y, sin embargo, desafía nuestro sentido común.
El fetichismo es el
secreto fundamental de la sociedad moderna. En eso se parece a lo inconsciente;
y la descripción marxiana del fetichismo como forma de inconsciencia social y
como ciego proceso autorregulador muestra interesantes analogías con la teoría
freudiana. No sorprende, por tanto, que el fetichismo, al igual que el
inconsciente, emplee toda su sutileza metafísica y toda su astucia para no
darse a conocer.
Después de Marx, todo
análisis del fetichismo quedó diluido en la categoría mucho más vasta e
indeterminada de ‘alienación’; con lo cual el fetichismo se convertía en un
fenómeno de falsa conciencia, en una valoración de las cosas que de algún modo se podía
relacionar con la tan discutida ‘ideología’. Solo durante la segunda mitad de
los años sesenta el concepto de fetichismo,
el análisis de la estructura de la mercancía y del trabajo abstracto llegaron a
ocupar un lugar destacado en la teoría.
La Internacional
Situacionista con su crítica integral de la vida moderna se constituyó en una
solidísima teoría social que ahondó sus raíces precisamente en la crítica de la
estructura de la mercancía. Guy Debord denunció en su principal libro, La sociedad del
espectáculo, la economía autonomizada y sustraída al control humano, la división
de la sociedad en esferas separadas como política, economía y arte, y formuló una crítica del
trabajo abstracto y tautológico que remodela la sociedad conforme a sus
propias exigencias. El espectáculo es el momento en que la mercancía ha
conseguido la ocupación total de la vida social y la sociedad del espectáculo es
donde la mercancía se contempla a sí misma en un mundo por ella creado. El que en
nuestra época la imagen sustituya a la realidad y se prefiera la copia al original resulta ser
verdadero también respecto a la
crítica radical misma.
Los posmodernos, al
aparentar que
iban aún más allá de la teoría situacionista, una verdadera estrategia encaminada a neutralizar
una teoría peligrosa mediante su exageración paródica, la convirtieron en lo
contrario de lo que era. Una vez se confunda el espectáculo, que es una formación
histórico-social bien precisa, con el atemporal problema filosófico de la
representación en cuanto tal, todos los términos del problema se vuelven del
revés sin que se note demasiado. Criticar las teorías posmodernas resulta
difícil debido a su carácter auto-inmunizador que hace imposible toda
discusión, transformando sus afirmaciones en verdades de fe ante las cuales sólo
cabe creer o no creer. Pero está claro para qué sirven las referencias posmodernas al espectáculo:
para anunciar la inutilidad de toda resistencia al espectáculo.
Al igual que las teorías
estructuralistas y postestructuralistas, los posmodernos comprenden el carácter
automático, autorreferencial e inconsciente de la sociedad de la mercancía,
pero solo para convertirlo en un dato ontológico, en lugar de reconocer en ello
el aspecto históricamente determinado, escandaloso y superable de la sociedad
de la mercancía. Detrás de tantos discursos sobre la desaparición de la
realidad, no se esconde sino el viejo sueño de la sociedad de la mercancía de
poder liberarse del todo del valor de uso y los límites que este impone al
crecimiento ilimitado del valor de cambio.
Sin embargo es
justamente en el terreno de la producción donde se halla la base real de la
fascinación que ejerce el ‘simulacro’. Que, gracias a las contradicciones de la
mercancía, ha tropezado con los límites económicos, ecológicos y políticos en
el sistema económico mundial, un sistema que se mantiene con vida sólo gracias
a una simulación continua. Cuando los millones de billones de dólares de
capital especulativo ‘aparcados’ en mercados financieros, o sea todo el capital
ficticio o simulado, vuelva a la economía ‘real’, se verá que el dinero
especulativo no era tanto el resultado de una era cultural de la virtualidad
como una desesperada huida hacia delante de una economía en desbandada.
Como se ve, no es fácil
sustraerse a la perversa fascinación de la mercancía. La crítica del fetichismo
de la mercancía es la única vía que hoy se halla abierta a una comprensión
global de la sociedad; y afortunadamente semejante crítica se está formulando (*).
(*) vide ‘Las sutilezas
metafísicas de la mercancía’ de Anselm Jappe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario