2)
Estamos presenciando el fin de una
larga época histórica en que la actividad productiva y los productos no sirven
para satisfacer necesidades, sino para alimentar el ciclo incesante del trabajo
que valoriza el capital y del capital que emplea el trabajo. Categorías que no
forman parte de la existencia humana.
Confirmada la naturaleza nihilista
de la sociedad capitalista (y tratando de la cuestión del nihilismo, la noción
de lo ‘negativo’ y de su papel en la crítica social puede llegar al rechazo de
todo lo existente), la indiferencia hacia cualquier contenido, subordinado a la
mera cantidad de valor, no sólo explica por qué este sistema tiene que devastar
necesariamente a la naturaleza y al hombre.
El fetichismo de la mercancía [W.
Benjamin] es una forma a priori, un
código simbólico inconsciente, previo a toda forma posible de acción y de
pensamiento. El capitalismo crea unos sujetos que ven en el mundo entero unos
simples medios para realizar sus propios intereses. Esta relación puramente
instrumental con el mundo ya no se puede reducir a ninguna estructura de clase
social.
Lo desconcertante del actual declive
mundial del capitalismo es el hecho de que la actitud destructiva hacia los
seres humanos y hacia la naturaleza no parece obedecer ya ni tan siquiera a
criterios de rentabilidad.
Se ha dicho [Z. Bauman] que la
economía actual nos lleva a una transformación progresiva de la humanidad en residuos
humanos. La humanidad misma se torna superflua cuando ya no es necesaria para
la reproducción del fetiche-capital. Hay cada vez más personas que ya no sirven
para nada, ni siquiera para ser explotadas.
La “crítica del valor” de Robert
Kurz y otros pensadores que estuvieron aglutinados alrededor de la revista Krisis, afirmaba que el capitalismo no
constituye un estadio insuperable de la humanidad.
Hay, sin embargo, buenos motivos
para insistir en la necesaria autonomía de la teoría. Si no estuviera permitido
pensar más que aquello que se pueda traducir a acción ‘práctica’, sería
imposible formular un pensamiento radical.
Como nos indica Anselm Jappe:
“La lucha de clases no ha sido otra
cosa que el motor del desarrollo capitalista y jamás podrá conducir a su
superación.
La democracia no es el antagonista del capitalismo
sino su forma política, y ambos han agotado su papel histórico”. (*)
(*) Jappe, A. et al.- El absurdo mercado de los hombres sin
cualidades. 2ª edición,
febrero 2014. Ed. Pepitas
de calabaza. Logroño.
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