domingo, 27 de febrero de 2022

Guerra a la guerra [II].


[continúa]

II
Pero a la vez que se considera el poder en términos de cesión o enajenación, hay que analizarlo en términos de guerra. Foucault tomó la idea de invertir la máxima de Clausewitz de esa tradición del pensamiento nobiliario occidental de los siglos XVII y XVIII, en los que la imposición de las monarquías absolutas y de las formas estatales de organización socio-política son interpretadas como conquista en la que la guerra, punto de origen de la conformación de las sociedades europeas, se institucionalizó, se normalizó –se hizo norma y se volvió normal– y se legitimó mediante mecanismos políticos específicos que la transformaron en una situación regular en el periodo posterior a la conformación del Estado absolutista. La política se habría tornado el instrumento natural con el cual se darían los enfrentamientos para cambiar las relaciones de poder. Aparece un discurso que legitima las relaciones existentes como relaciones de normalización. Sin embargo, es mucho más sutil, porque aquellos que sean declarados por fuera de los procesos de normalización desaparecerían del escenario de la lucha por el poder.
Las formas de legitimación del poder responden a esta normalización de la guerra como eje articulador de la sociedad, que gracias a ello se transforma en una guerra permanente. Es lo que permitió que la política se convirtiera en la continuación de la guerra por otros medios. Tendríamos una hipótesis, que sería: si el poder es esencialmente lo que reprime, la guerra es su máxima expresión. Y si la lucha de poderes en su máxima expresión es la política, la política es la guerra proseguida por otros medios.
No obstante, los procesos de dominación logrados en el campo de batalla se tornan más complejos cuando tienen que ser manejados por la política. A la guerra, genealógicamente, deben adicionarse algunos elementos que al añadirse la han evolucionado. Por ejemplo, el surgimiento de la modernidad y con ella, la aparición del capitalismo como sistema de relaciones sociales que ha transformado profundamente la dinámica de la vida social. Porque existe una funcionalidad económica del poder, en la medida en que el poder consiste en mantener relaciones de producción y a la vez una dominación de clase. En este caso, el poder político encuentra su razón de ser y su funcionamiento en la economía. Pero un Estado no puede sostener una economía dedicada a la guerra en su totalidad.
La guerra se combinaría así con el proceso de acumulación originaria. Ese proceso propicia una gran transformación, en la cual se da la conformación de un mercado autorregulador capaz de abstraerse de la esfera de la vida social, convertida en una sociedad mercantil, para pasar a ser su eje articulador.
De esa forma, la lógica de la guerra se modificó totalmente. En la nueva dinámica, el lucro, la ganancia, la acumulación y reproducción ampliada del capital se convierten en los ejes que atraviesan y sostienen a la guerra que se vive, se intensifica y se magnifica en el cuerpo social como consecuencia de la implantación de una hegemonía en dicho cuerpo, caracterizada por la dominación que ejerce una clase sobre las demás y que reside en la capacidad de imponer una visión de mundo que se nutre de las manifestaciones de fuerza que provienen de las condiciones objetivas en las que tienen lugar las relaciones sociales.
Aunque para Gramsci la dominación residía más en el ámbito de un consentimiento producido por la implantación de visiones de mundo. Es, precisamente, a través de la imposición de visiones de mundo que la guerra puede normalizarse, transformarse en una dinámica cotidiana pero también, la guerra puede seguir transcurriendo, operando con su lógica de confrontación, ocupando terrenos y ganando batallas, sin que ello sea siquiera percibido. En la medida que funciona como un instrumento de represión, las fuerzas del poder impiden, la formación del saber. Esta distorsión el poder la opera cultivando la falsa conciencia.
Esa nueva lógica de la guerra, no sólo coloniza a la vida misma, sino que llega a instrumentalizar a otras formas de dominación. Porque se trata de que, igual que la dinámica que se apropió del Estado absolutista y lo reorganizó conforme a sus necesidades, múltiples relaciones de poder sean apropiadas por el aparato hegemónico, volviéndolas funcionales y operativas para la guerra social en el ámbito de las relaciones sociales capitalistas. Las relaciones de poder, entonces, producen efectos de normalización, de legitimación de las mismas relaciones, de interiorización en el cuerpo social y en el individuo.
Se trataría, en todo caso, de un poder estratégico, que funciona ganando posiciones, apropiándose de relaciones y reproduciendo mecanismos concretos que obedecen a una dinámica y una lógica articuladoras. En la guerra permanente, el avance en las posiciones estratégicas es lo que más relevancia posee. Una hegemonía debe ser considerada como una estrategia que tuvo éxito en el ámbito de confrontación con otras estrategias.

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[sigue]


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