Ninguna dialéctica histórica
garantiza el paso del capitalismo a una sociedad emancipada.
La producción capitalista de
mercancías contiene, desde el inicio, una contradicción interna. No se puede
hacer fructificar el capital ni, por tanto, acumularlo, si no es explotando la
fuerza del trabajo. Pero el trabajador, para que pueda generar beneficios debe
estar, hoy en día, equipado de tecnologías punteras. De ahí resulta una carrera
empresarial dictada por la competición por el empleo de las tecnologías. Pero
el sistema entero sale perdiendo, dado que las tecnologías reemplazan al
trabajo humano. El valor de cada mercancía particular contiene una porción cada
vez más exigua de trabajo humano, que es, sin embargo, la única fuente de
plusvalía y, por tanto, de beneficio. El desarrollo de la tecnología, por lo
tanto, reduce los beneficios en su totalidad.
Hacían falta unas inversiones cada
vez más exorbitantes para hacer trabajar a los pocos trabajadores que se
mantenían a la altura de los niveles de productividad del mercado mundial. La
acumulación real del capital amenazaba con detenerse. En este momento despega
el ‘capital ficticio’. El crédito no es más que un anticipo sobre los
beneficios que se esperan para el futuro. Pero cuando la producción de
plusvalía por la economía real se estanca, sólo los negocios financieros
permiten a los propietarios de capital obtener los beneficios que se han vuelto
imposibles de conseguir en la economía real.
La revolución microelectrónica ha
acelerado el agotamiento de la dinámica de acumulación de capital. Sólo el
recurso cada vez más masivo al ‘capital ficticio’ de los mercados financieros
ha impedido que esta crisis de la economía real llegara a explotar.
A partir de 1980, el neoliberalismo
fue la única manera posible de alargar un poco más la vida del sistema
capitalista, cuyos fundamentos nadie quería cuestionar seriamente. Gracias al
crédito, muchos lograron conservar una ilusión de prosperidad. Ahora ese sostén
se ha quebrado también y no queda ya bastante dinero ‘real’ a disposición de
los Estados.
Lo que está poniendo en peligro a la
economía mundial son los mecanismos malsanos de una finanzas que escapan a todo
control.
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