La cesación que padece la teoría se ha convertido en problema crucial.
La desmoralización del pensamiento amenaza con trocarse en parálisis. El mundo
científico no tiene trazas de estar en condiciones de ofrecer una respuesta.
Donde la vida académica no se reduce aún a desierto cultural, los
impulsos de investigación han rehuido el dilema teórico desviándose hacia la
arqueología cultural. Con todo, los yuppies del espíritu dicen más de lo
que saben acerca del estado de la realidad social. Aquí, como escribió Ortega y
Gasset, estamos demasiado obligados a convencer y a concretar: o se hace
ciencia, o se hace literatura, o se calla uno.
Sin embargo no hay por qué prorrumpir en lamentos pesimistas acerca
del porvenir de la cultura cuando se reducen las subvenciones para proyectos de
investigación que de todos modos en su mayor parte son o bien absurdos o bien constituyen
un peligro público. Ni merecen demasiada compasión aquellos universitarios que
sobreviven, por mero apego empedernido a su estamentista respetabilidad profesional,
ocupando plazas provisionales que les proporcionan unos ingresos equivalentes a
las ayudas de asistencia social. [No se deberían malentender estas
observaciones como expresión de un resentimiento antiacadémico. Tampoco es ninguna
vergüenza, dice Kurz (*), que alguien que se haya licenciado o doctorado, se busque
la vida trabajando en la universidad].
Pero si, a decir de Beuys o Warhol, todos somos artistas, entonces ya
nadie lo es. Y eso mismo vale para la ciencia. Así como la ciencia presupone
una distancia frente a sus objetos, la superación de la constitución fetichista
de la ciencia presupone una metadistancia frente a la ciencia misma. Por ello el
foco de innovación teórica no puede ya surgir -si es que pudo alguna vez-
dentro del comercio intelectual oficial.
Con respecto a los intelectuales después de la lucha de clases, añade
Kurz, que la crisis del trabajo abstracto, que presupone una clase y un pueblo
correspondientes, se ha expresado en la existencia social de la intelligentsia, al
igual que la crisis de contenidos de la ciencia es a la vez su crisis
institucional.
Cuando los ‘intelectuales’ mismos se convierten en pueblo, ya ni son
intelectuales ni el pueblo es pueblo.
(*) A.A.V.V.- El absurdo mercado de los hombres sin cualidades. 2ª edición, febrero 2014. Ed. Pepitas de calabaza. Logroño.
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